28 December 2011




La fama del Maestro era ya grande. Cuando llegó a Capernaum, la noticia corrió rápido y se supo pronto dónde estaba. La gente se agolpaba en la casa donde Jesús reposaba de manera que ya no cabían ni aún a la puerta. El Mesías atendía a la multitud, predicándoles la palabra.

Entonces vinieron allí unos, trayendo consigo a un paralítico, que era cargado por cuatro amigos. La multitud no les permitía seguir avanzando, la muchedumbre alrededor de la casa era un gran obstáculo entre ellos y el Cristo. Decidieron, pues, llegar al Maestro: subieron al techo de la manera en que pudieron y , haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico.

Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al joven paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados.”
Y así, en medio del alboroto que las palabras de Jesús provocaron entre los fariseos, él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa.



Una de las cosas que más aprecio del Libro Sagrado es la manera en que puede enseñarnos tanto en pasajes tan cortos. Simplemente hay que hacer las preguntas correctas, interpretar de manera adecuada.

Podríamos hacer aquí el cuento muy largo, pero creo que en sencillo entender el punto: Todo el mundo sabe que Jesús está en la ciudad, muchos se amontonan fuera de su casa, y conocerle, haciendo lo mismo que todo el mundo hace, será complicado. Si quieres o necesitas al Cristo, no bastará con ir ahí donde las multitudes van, habrá que brincarlos, subir al tejado y romper el techo.

¿Qué trato de decir? Que no importa cuánta gente haya delante de ti en fila al Mesías, no importa que la muchedumbre te estorbe, no solamente en las capillas e iglesias, sino con sus religiones, dogmas y falsas doctrinas. ¡Tienes que saltar todo eso! Tienes que llegar a Jesús, y conocerle como realmente es, necesitas deshacerte de los métodos convencionales de acercarse a Dios: ir a misa o a equis congregación no te llevará a Jesús. ¡Tienes que romper el techo!

Ya seas tú quien necesite un encuentro directo con el Maestro o algún amigo tuyo que la vida haya dejado tumbado en un lecho, necesitas sobreponerte a la multitud, romper el techo, y llegar al Mesías, pues él, y nadie más, salvará tu vida.


10 December 2011

Babel




Algunos años después del Gran Diluvio, donde solo Noé y su familia habían hecho lo necesario para sobrevivir, la tierra tenía una única lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que el pueblo cuando salió de oriente, y hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí.

Sinar parecía un lugar tranquilo y seguro. Sin duda, un lugar para asentarse y permanecer. Entonces se dijeron unos a otros: “Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego.” Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla.

En la llanura de Sinar, lejos de Oriente, todo se apreciaba posible. Por tanto, con seguridad, la gente dijo entre sí: “Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra.”

Fue entonces, en la suprema tranquilidad y comodidad que Sinar ofrecía, que descendió Jah para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres. Tras ver la ciudad y la actitud de los suyos, se dijo: “He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero.”

Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Dios el lenguaje de toda la tierra.


Babel es, quizá, una de las historias más conocidas del Libro Sagrado; Pero es mucho más que una torre o un film de González Iñárritu. Babel es el ejemplo perfecto para actitudes muy comunes en muchos de nosotros. Verás, no hace falta demasiada astucia para notar el trasfondo de Babel y su torre.

Primero, los hijos de Noé salieron de Oriente, de donde viene la gloria de Dios, según el profeta Ezequiel (Ezequiel 43:2). Después hallaron una llanura en Sinar, sabiendo bien que los altares a El Justo se edifican en montes. Más tarde, se hicieron ladrillo y asfalto, sustituyendo con esto las piedras y la mezcla. Por último, decidieron edificarse una ciudad y una torre, para llegar al cielo.

Las acciones del pueblo revelan completa rebeldía e insurrección. Los hijos de Noé dieron la espalda a Dios, salieron de Oriente, abandonando con esto la gloria de Dios. Decidieron establecerse en las llanuras, lejos de la altura de la presencia de Jah. De igual forma, produjeron ladrillo y asfalto, para desechar el material natural de construcción. Después, se consideraron capaces de llegar al cielo, por sí mismos.

Podríamos decir, sin lugar a erratas, que el pueblo se alejaba de Dios voluntariamente, confiando en sus propias capacidades, desechando la presencia y la gloria de Jah, despreciando los recursos que Él ofrece y fabricándose sus propios materiales, y pretendiendo hacer aquello que solo Dios puede hacer.

Podríamos decir también, que Babel tuvo lugar mucho tiempo atrás, pero en esto sí nos equivocamos: Babel está aquí, entre nosotros, cada día. Cuántas veces, nosotros, le damos la espalda a Dios, cuántas sustituimos sus consejos por nuestras propias opiniones, cuántas nos asumimos capaces de aquello que le corresponde.

Todo el mundo se hace ladrillos de sabiduría humana para sustituir las piedras de Dios. Todo el tiempo nos alejamos del monte de su presencia, para hundirnos en las llanuras más profundas del sentido común de nuestras amistades. ¿Qué es eso con lo que tú sustituyes a Dios? ¿Qué ladrillos te has hecho para no tener que obedecer? ¿A qué llanura has huido para no hacer lo correcto? ¿A qué aspiras confiando en ser autosuficiente e independiente de Jah?

No te engañes. Su gloria en Oriente, su presencia en el monte y sus piedras son la única vía correcta para que nuestra torre tenga cúspide en el cielo. Mientras sigas intentando en tus fuerzas, con tus recursos y lejos de Dios, serás confundido, vivirás en Babel: lejos, muy lejos del cielo.

09 November 2011




Llegué a la parte más alta del monte y pude ver la ciudad completa. Las construcciones y casas se fundían a lo lejos con el horizonte, y estaba todo ahí, al alcance de una sola mirada.
A primera impresión, era todo una gran mancha urbana, homogénea y desarrollada; pero tras prestar un poco de atención y concentrarse en algunos puntos, comenzaban las contradicciones.

Pude ver entonces enormes y opulentas mansiones rodeadas de diminutas e indignas residencias. Vi a unos viajando en autos brillantes, rebasando a aquellos que andaban a pie, con zapatos desgastados. Observé, y estaban ellos remodelando la casa que habían comprado nueva hace solo tres meses, y aquellos, niños en brazo, pidiendo empleo, caridad al menos, de puerta en puerta.

La ciudad dejó de ser una misma cosa, los colores perdieron matices y, tras pasar la escala de grises, se convirtió en un mosaico blanco y negro, mostrando las contradicciones, la desigualdad, la injusticia.

Entonces vino a mí palabra de JAH, diciendo:
Hijo de hombre, profetiza contra los pastores; profetiza, y di: Así ha dicho Jehová el Señor: !Ay de los pastores, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños? Coméis la grosura, y os vestís de la lana; la engordada degolláis, mas no apacentáis a las ovejas. No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia. Y andan errantes por falta de pastor, y son presa de todas las fieras del campo, y se han dispersado.
Anduvieron perdidas mis ovejas por todos los montes, y en todo collado alto; y en toda la faz de la tierra fueron esparcidas mis ovejas, y no hubo quien las buscase, ni quien preguntase por ellas.



He escuchado tantas voces criticar con base en esto. ¡Pero qué idiotas hemos sido! Se han enjuiciado líderes y descalificado proyectos con estos versos ¡Pero qué ciegos estamos!

En todos lados y en todos los sentidos es mucho más fácil atacar que ayudar, destruir que proponer, juzgar que contribuir. Cada mañana y noche, en diarios y noticieros, se pueden ver toda clase de críticas, acusaciones, juicios de valor, y descalificaciones: al gobierno, a los empresarios, a los líderes religiosos o sindicales, a la clase política. Lo mismo pasa dentro de la Iglesia, tachamos a los pastores, a los lideres, a los grandes ministerios. ¿Hasta cuándo entenderemos nuestra identidad?

Basta revisar el Libro Sagrado para entender que “los pastores” no son la figura de autoridad que está a cargo del pueblo. Es indispensable y urgente que dejemos de asumirnos a nosotros mismos como ovejas y empezamos a tomar conciencia de nuestra identidad: somos pastores. ¡Es tu rol como creyente, como ciudadano, como hijo de Dios o como simple ser humano! No hemos sido ni llamados ni creados para ser ovejas a quienes se cuida, apacienta y pastorea. Hemos venido aquí para pastorear al mundo. Deja de calificar el desempeño de los líderes y las autoridades, ¡Toma parte!

Es verdad que el mundo está lleno de injusticia, de dolor. Es cierto que la oveja débil, enferma y perniquebrada no han recibido ayuda, pero el llamado de atención de Dios no es a “los pastores” (como hasta ahora lo hemos entendido) ¡es a ti!
Es a ti a quien se dice: Coméis la grosura y vestís la lana, pero no apacentáis a mis ovejas. Eres tú, soy yo, quien descuida al mundo, somos nosotros los responsables de la desigualdad, la injusticia, la corrupción, la hambruna.

Estamos pasivos, en nuestra zona de confort, comiendo la grosura y vistiendo la lana, mientras que las ovejas sufren. Con todo, leemos estas advertencias y culpamos a las autoridades, se nos llama la atención e ignoramos nuestras responsabilidades.
Es verdad, cambiar el mundo es casi imposible, pero podemos cambiar vidas, comenzando por la nuestra. Tal vez no esté en nosotros hacer de México un país mejor, pero está en nosotros transformar nuestras comunidades. Dios no nos pide cambiar el mundo, nos pide intentar con todas nuestras fuerzas.

01 November 2011




Los profetas hablaron de un Mesías potente y glorioso. El Cristo habría de salvar a Israel, habría de liberarlo. Los videntes del Antiguo Testamento habían descrito con certeza que el Hijo de Dios vendría a los hombres en poder y fuerza, para sacar al pueblo del oprobio y la esclavitud.

Todo el mundo: fariseos, republicanos, saduceos, celotes, ¡todo el mundo! Esperaban al Mesías llegar así: en majestuosa aparición, espada en mano, rodeado de legiones y legiones de ángeles, derribando a sus enemigos, destruyendo murallas y prisiones. El pueblo compartía esta esperanza, la libertad gloriosa en respuesta a sus no tan frecuentes oraciones.

El Hijo de Dios debía aparecer imponente y magnánimo, a la vista de todos, y librarlos con victoriosa violencia de sus opresores. Habían pasado cientos de años ya, desde la última profecía. De aquello habían hablado los grandes: Isaías, Ezequiel, Jeremías.

Pero el Mesías glorioso apareció en un pesebre, creció en una carpintería, pasó años en Egipto y regresó solo para decir que a los golpes se responde ofreciendo la otra mejilla. El Hijo de Dios, Guerrero inconmovible, llegó hablando de amar a los enemigos, de renunciar a uno mismo, de establecer el Reino de Dios no con armas sino con abrazos. Aquel Cristo que Isaías había profetizado, vino a la tierra para vencer en una cruz, desangrándose. El Mesías majestuoso nunca se glorió, lo más cercano a una señal de victoria fueron sus brazos levantados a la altura de sus hombros, clavados a un madero. Su notable distinción fue una corona de espinas, sus únicas armas la oración y la fe, sus golpes solamente las palabras y la congruencia.

Todo el mundo se sorprendió. Todos esperaban algo distinto. Todo el mundo dudó. Y pocos, muy pocos, tomaron la decisión correcta: Esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz. Pues, a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.

Hay miles de gente, aún hoy, esperando al Mesías. Ellos han esperado por miles de años a un Cristo que ya vino, y que pronto regresará. Sin embargo, siguen esperando, sin disfrutar la gloria actual del Mesías simplemente porque Jesús no fue lo que ellos esperaban, porque quieren meter al Hijo de Dios en aquello que ellos imaginan, sueñan y esperan. Ciertamente el Cristo vino y nos salvó, nos liberó, nos redimió; pero no lo hizo en la manera que ellos esperaban, y siguen esperando…

¿Qué es lo que tú estás esperando? ¿Esperas que Jesús entre a tu vida a resolver tus problemas, a sanar tus enfermedades, a solapar tus temores? Quizá esperas a un Jesús que no existe. ¿Esperas a un Dios que responda a todas tus necesidades, que atienda tus quejas y procure tu satisfacción? Tal vez ese Dios no llegue nunca. Podría asegurarte que seguirás esperando, para siempre.

La personalidad, los fines y los métodos de Dios los elige Él, no tú, ni yo, ni nadie. No importa lo que esperes o quieras de Dios y de Jesús, ellos son uno, y no cambiarían de acuerdo a tus caprichos. Él vino a lo suyo, y los suyos no le conocieron. ¿Es Jesús el Jesús que esperas?

17 October 2011

Si hubieras venido antes...

Hemos hablado ya de esta historia. Pero queda mucho por decir. Esta es otra de las características principales del Libro Sagrado: Es Inagotable.




Vinieron a avisarle que Lázaro estaba enfermo, pero Jesús contestó: “Esta enfermedad no es para muerto, sino para la gloria de Dios” y no hizo más. El mensajero regresó a las hermanas de Lázaro, y cuando le vieron volver se sorprendieron de que El Maestro no estuviera con él. -¿Dónde está Jesús?- preguntaron. “Se quedó en la ciudad, predicando”.

María y Marta no entendieron. Jesús, para ellos, no era solo un sanador, era un amigo. Habían estado con él desde hacía varios años. ¿Por qué aquella gente que no le respetaba siempre, era más importante que Lázaro?

Lázaro seguía sufriendo, y Jesús no aparecía. En un lugar, lejos de Betania, Jesús predicaba a las multitudes: “El asalariado, que no es el pastor y no son suyas las ovejas, ve venir al lobo, deja a las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. En cambio, yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y ellas me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.” Mientras tanto, Lázaro moría lentamente, rodeado de sus hermanas y amigos, aquellos que siempre habían sido fieles al Mesías. Los judíos a quienes Jesús les hablaba, lo juzgaban de hipócrita y de endemoniado, muy pocos le creían, probablemente nadie la admiraba. En Betania, Lázaro y su familia, quienes amaban a Jesús, sufrían.

-Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco, y me siguen. Yo le doy vida eterna, no perecerán jamás, y nadie los arrebatará de mi mano.- decía Jesús a la multitud, lejos de Lázaro, su amigo. Los judíos tomaron piedras y querían lapidarle. “Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis?” les inquiría El Maestro.

Lázaro estaba a punto de morir, también Jesús. Bien podrían estar los dos juntos, en Betania, sanos y salvos; pero no, estaban ambos combatiendo a la muerte, cada quien por su parte. Los judíos intentaron capturar a Jesús, pero él escapó de sus manos y se fue de nuevo al otro lado del Río Jordán, se quedó allí y muchos venían a él y creían.http://www.blogger.com/img/blank.gif

Habían pasado dos días desde que notificaron a Jesús de la condición de Lázaro. Y de repente, dijo a sus discípulos: Vamos a Judea otra vez. Y ellos respondieron: “Rabí, ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?”. Jesús parpadeó pausadamente, se frotó la barba con la mano, y respondió: “Nuestro amigo Lázaro duerme, mas voy a despertarle.”

Lázaro había muerto, y para cuando Jesús llegó hacía ya cuatro días de su fallecimiento. Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle y le dijo: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto. Jesús sonrió de manera compasiva, y le dijo: Tu hermano resucitará.

Hay algo que me gusta rescatar de esta historia: La importancia de hacer las cosas a tiempo. En Eclesiastés, Salomón, inspirado por Dios, escribió que todas las cosas tienen su tiempo. Es decir, nada debe suceder ni antes ni después del tiempo en el que fue diseñado. Esto no parece tener demasiada complicación, pero qué cuando se presentan cosas que parecen contradicciones. Si Lázaro está enfermo y Jesús está a punto de ser asesinado, ¿por qué no simplemente reunirse? Si es verdad que las cosas son tan fáciles y obvias, por qué no hacerlas ahora. Es que las cosas pueden ser excelentes, plenas, si las hacemos en el tiempo correcto.

Es verdad que Jesús pudo haber ido a Betania apenas oyó la noticia sobre Lázaro, pero si hubiera sido así, todos aquellos que se salvaron al otro lado del Jordán no lo hubieran hecho. Y claro, mientras tanto, al morir Lázaro y Jesús ser perseguido, las cosas no tenían sentido, pero después cuando Lázaro vivió: “Esta enfermedad no es para muerto, sino para la gloria de Dios” era fácil de comprender.

Seguramente has pasado situaciones como estas, donde todo parece claro y “no existen” argumentos coherentes para retrasar las cosas. ¡Calma! Las cosas tienen su tiempo, y aunque ahora parezca que Lázaro va a morir y que asesinarán a Jesús, si haces las cosas correctamente, te darás cuenta de que tan mejor es el plan de Dios!

No desesperes. No importando que tanto Jesús quería ir con sus amigos y sanar a Lázaro, no importando la extrema adversidad a la que se enfrentaba en comparación a la facilidad y el amor que les esperaba en Betania, Jesús tomó la decisión de hacer las cosas a tiempo, porque sabía que los planes de Dios eran mucho más grandes. Has lo tuyo, espera al tiempo indicado, aunque Lázaro muera y persigan a Jesús, verás la sonrisa de Cristo: Tú hermano resucitará.

07 October 2011




"¡Encontré a uno!" El Inquisidor sostuvo en alto el libro prohibido, mientras llamaba a su asistente. "Traigan al alcalde y a su familia.Alguien en esta casa ha estado estudiando la biblia."

En el siglo XVI, Felipe II envió al duque de Alba a Flandes para aplastar a los protestantes quienes insitían en leer El Libro Sagrado en su propio idioma. Cualquiera que era descubierto estudiando la biblia era colgado en la horca, ahogado, cortado en pedazos, o quemado vivo en la hoguera.

Los inquisidores habían encontrado la biblia mientras registraban la casa del alcaldede Brujas. Uno por uno los miembros de la familia fueron interrogados, pero todos negaron tener conocimiento alguno sobre cómo fue que la biblia llegó a su hogar. Finalmente, interrogaron a Wrunken, la joven sirvienta, quien declaró con valentía: ¡Yo la he estado leyendo!

El alcalde, siendo conocedor de la penalidad por estudiar la biblia, trató de defenderla diciendo: "Oh, no, ella es solo la dueña. En realidad nunca la lee". Pero Wrunken prefirió no ampararse en una mentira: "El libro me pertenece. Lo he estado leyendo, y para mí es más valioso que ninguna otra cosa!

La jovén fue sentenciada a morir sofocada. Abrieron un hueco en la muralla de la ciudad y allí metieron a la joven amarrada; luego volvieron a cerrar la abertura.
El día de su ejecución, mientras permanecía en pie al lado de la muralla, un funcionario intentó disuadirla diciendo: "Eres muy joven y hermosa, ¿vas a morir?" Pero Wrunken respondió: -Mi salvador murió por mí. Yo también puedo morir por Él- Y mientras iban colocando los ladrillos uno encima del otro, se le advertía vez tras vez: "¡Morirás ahí adentro sofocada!" -¡Pasaré a estar con Jesús!- era su respuesta.

Por fin terminaron de cerrar el hueco en la muralla, excepto por un solo ladrillo que cubriría su rostro. Por última vez el funcionario intentó persuadirla: "arrepiéntete, tan solo di la palabra y saldrás libre!" Pero Wrunken rehusó, y en vez dijo: -Oh, Señor, perdona a mis verdugos-.

El ladrillo fue colocado en su lugar. Años más tarde, sus huesos fueron retirados de la muralla y enterrados en el cemento de Brujas.


Me hubiera gustado tener que inventar esta historia para ejemplificar lo que hoy trato de enseñar. Lamentablemente, el caso de Wrunken es real, sucedió en Roneses, Flandes; en el año 1500. Wrunken no fue la primera ni la última victima de la persecusión a causa de la fe. Miles de asesinatos ocurren cada año, hoy día, cuya única justificante es ser cristiano.*

¿qué es lo que fortaleció a Wrunken durante su martirio? ¿Por qué ni ella ni tantos otros cientos de miles han negado su fe? La respuesta es simple. Quizás, podrías pensar, estos mártires son gente santa, única, especial que decide sacrificar todo cuanto tiene y puede llegar a tener, por el evangelio.Tienes razón, pero existe un motivo más allá.

Es esa misma fuerza, la que hizo a Wrunken resistir y ver la muerte a los ojos, la que nos impulsa a miles de millones a vivir diariamente con apego a la justicia, la integridad y la santidad. No todos nos enfrentamos a la muerte, pero todos topamos siempre con injusticias, crimen, violencia y corrupción. Cada día se nos presentan oportunidades de elegir entre el bien y el mal. Y es esa misma, la que estuvo con Wrunken, la que está con nosotros.

Aquellos que decidimos seguir a Cristo no sacrificamos nada valioso. Es verdad, muchas veces hacer lo correcto tiene un precio, desde una mala cara hasta la vida, el mundo suele cobrar los actos justos. Pero ni aquellos que dan la vida, ni nosotros que pagamos excesivas multas en vez de dar mordida perdemos nada. Nada.

No renunciamos a lo mejor de esta vida. No nos perdemos de diversión y alegría. No somos menos felices por no hacer lo que todo el mundo hace. Al contrario. Si actuamos con justicia e integridad es por que hemos encontrado cosas más grandes, más valiosas. Jesús dijo: "El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo". Es esto lo que impulsó a Wrunken, lo que nos impulsa a nosotros. Entendemos que no sacrificamos nada, al contrario, gozosos vamos y vendemos todo lo que tenemos, a cambio de el tesoro que hemos encontrado.



*Puedes revisar estos casos a través de Organizaciones Civiles que trabajan por defender los derechos humanos de los creyentes:
-http://www.facebook.com/persecuted
-www.persecution.com

24 September 2011

*




Pateó con fuerza para forzar la puerta. Entró a la habitación de manera violenta, casi descontrolada. Corrió hacia la cama y se abalanzó sobre el hombre que abusaba de su hermana menor.

La furia le nublaba la vista. Ambos cayeron al suelo, mientras los gritos de la joven llenaban la recamara de indignación y vergüenza. Golpeó vez tras vez, hasta que su mano estuvo ensangrentada. “Corre, corre!” le había ordenado a su hermana unos minutos atrás, antes de lograr someter al atacante. Los dos tenían el rostro desfigurado, los golpes y el odio habían tenido el mismo efecto sobre sus respectivas facciones.

Cuando el hombre bajo su cuerpo estuvo inconsciente, se puso de pie. Caminó hacia la gaveta que estaba en el fondo de la habitación. Levantó el brazo, tentando con los dedos arriba del mueble, sintió el metal. Tomó el pequeño baúl, y lo abrió lentamente. Se dejó ver una vieja Magnum de mediano calibre, sacó el arma y soltó el baúl. La caja metálica cayó a los mismos 9.8m/s al que caen todas las cosas, pero él sintió como que el tiempo se hubiese congelado.

Volvió donde yacía el cuerpo del agresor, le dio un puntapié. Puso su pierna derecha sobre el rostro ensangrentado en el suelo, presionando con fuerza. Cambió de opinión: a los malditos se les mata de frente, a los ojos. Cuando levantó su bota, el hombre herido pero ya despierto, volteó hacia arriba, y no se concentró en el arma que le apuntaba, más bien, vio la cara de su verdugo, y sonrió.

Esa sonrisa. Ni los golpes, ni la hinchazón, ni la sangre le impedían reconocer esa sonrisa. Era la sonrisa que le esperó en la tribuna cuando anotó su primer gol en las ligas pequeñas. Era la sonrisa que le felicitó al obtener su diploma de educación primaria. Era la sonrisa que respondía a su “gracias, pá” cuando niño. Era la sonrisa de aquel hombre que volvía borracho a casa y le golpeaba, la sonrisa del hombre al que encontró dormido junto al inerte cuerpo de su madre, casi veinte años atrás. Esa era la sonrisa a la que el juez sentenció a prisión hacia dieciocho años.

Se estremeció.

Su padre, escupiendo sangre, le dijo: “Te has convertido en un hombre fuerte.” No respondió.”Pero dudo mucho que hayas dejado de ser el marica que no se defendía de mis golpes, que no intervenía mientras maltrataba a su madre. Estoy seguro que sigues siendo esa niña asustada, ese arma no te hace más valiente.”

Escuchó con la mirada perdida, mientras pensaba cada una de las escenas que le acababan de recordar. El frío metal del revolver lo trajo de vuelta, lo sujetó con fuerza. “adelante, dispara, con un arma parecida maté a tu mamá. Una sensación exquisita, debo admitir. Matar está en mi semen, está en tu sangre”.

Era el momento indicado, lo que había estado esperando. La venganza al asesinato de su madre, a las heridas de su infancia, y las infamias del presente, a solo un gatillo de distancia. La muerte de aquel canalla ensangrentado era lo más justo. Lo justo. Recordó entonces que hay cosas más grandes que la justicia: la gracia. Volteó al suelo, y al ver el rostro desfigurado de su padre, no pudo evitar ver a Jesús en la cruz.

“Dispara, está en tu sangre” le tentaron otra vez. Pensó de nuevo en Jesús: “Hay una sangre más fuerte que la que corre por mis venas” respondió. Dejó de apuntar, y soltó el arma.





Muchas veces intentamos justificarnos por nuestros antecedentes. Hay ocasiones donde dejamos de luchar por que nos creemos víctimas de una suerte de predisposición a la maldad. Es cierto, hay violencia, iniquidad, mentira, lujuria, y mucha otra basura corriendo por nuestras venas; pero no nos determina. Jubal fue hijo de Caín, el primer asesino de la historia, sin embargo, no dejó que eso le determinara, sino que se convirtió en el inventor del arpa y la flauta. Josías, hijo de uno de los peores reyes en la historia de Judá, cambió el rumbo de su vida y trajo de vuelta la integridad a Jerusalén.

Así que no importa cuáles sean tus tendencias innatas, no es relevante que genes llenen tu genotipo, da igual cuáles son tus predisposiciones y tus antecedentes. En Él, todas las cosas son hechas nuevas. Piensa en esto cuando la maldad intente comprarte “está en tu sangre”. Ciertamente, pero hay una sangre más fuerte que la que corre por nuestras venas.

28 August 2011



Nuestros padres nos contaban la historia con emoción. Espero transmitirla con al menos la mitad de la pasión que ellos sentían. Pasaron sus vidas bajo el dominio de Eglón, rey de Moab. Crecieron bajo el yugo extranjero, en una época donde nuestros ancestros claudicaban frecuentemente a la fe en nuestro Dios.

-La situación era demasiado grave- nos decían - Moab robaba nuestros tesoros, saqueaba nuestras almacenes, hurtaba nuestras cosechas, y violaba a nuestras mujeres-. Fue entonces, solo entonces, cuando recordaron al Dios de toda consolación, al Padre de misericordias.

Los hijos de Israel, nuestros padres, clamaron a Jehová, y Él les levantó un libertador. Aod, hijo de Gera, que era zurdo se preparó y salió, junto con una compañía, para entregar un presente a Eglón, rey de Moab, de parte de los hijos de Israel. Aod se había hecho un puñal de doble filo, y lo ciño debajo de su ropa, sobre su muslo derecho.

Cuando llegaron donde Eglón, los guardias preguntaron el motivo de su presencia, y respondieron en relación al regalo que Israel preparó en tributo al rey. Fue así que pudieron entrar a la cámara de Eglón.

El rey de Moab era un hombre muy obeso, y descansaba en su sala de verano. Nuestros padres entregaron el presente, hicieron reverencia al rey, y salieron de la habitación. Aod caminaba junto con ellos, pero se detuvo intempestivamente. Recorrió con la mirada la cámara del rey, y vio los ídolos de Gilgal. Una furia hirviente subió desde su estomago. Volteó hacia Eglón: “Rey, una palabra secreta tengo que decirte”.

La gente que lo acompañaba no supo cómo reaccionar, la visita no contemplaba un mensaje. El rey ordenó la salida de todos los presentes. Aod se acercó y le dijo: “Tengo una palabra de parte de Dios para ti”. Eglón sabía que el Dios de nuestros padres les había librado de sus enemigos muchas veces en el pasado, entonces se puso de pie intimidantemente frente a Aod.

Aod no lo pensó demasiado, alargó su mano izquierda y tomó el puñal de su lado derecho, y lo clavó en el vientre de Eglón, de tal manera que la empuñadora entró también tras la hoja, y la gordura del rey cubrió la hoja, y salió el estiércol.
Salió Aod al corredor, y cerró tras sí las puertas de la sala y las aseguró con el cerrojo. Cuando hubo salido, vinieron los siervos del rey, y viendo las puertas de la sala cerradas, dijeron: “Sin duda está haciendo sus necesidades”. Y habiendo esperado hasta estar confusos, tomaron la llave y abrieron, y he ahí su señor caído en tierra, muerto.



Hemos estado por muchos años ya en una grave crisis. Hace mucho perdimos los referentes que nos mantenían unidos, olvidamos los valores que hacían nuestras vidas dignas de existencia. Por si eso no fuera poco, dejemos que el enemigo avanzara sobre nuestros cuerpos tendidos en la ignominia, hasta llegar donde ahora estamos. Ellos roban nuestros tesoros, saquean nuestros hogares, queman nuestros centros de recreación, atacan nuestras calles y asesinan a nuestra gente. Estamos en aquella misma situación en que los hijos de Israel voltearon su vista al Cielo ¿En dónde buscaremos nosotros refugio?

Una parte importante del pueblo de Israel se había acostumbrado a la servidumbre. Enviaron presentes a aquel que los sometía. Así, algunos de nosotros proponen alianzas y treguas con el crimen, toleran las masacres y apoyan a los delincuentes. Pero no todos, no nosotros, nosotros nos hacemos un puñal de doble filo y lo ceñimos debajo de nuestra ropa, sobre nuestro muslo derecho.

Nuestro enemigo es obeso, y nuestra apatía le permite descansar en su sala de verano. La maldad no nos teme, pues no nos hemos hecho respetar. Es obesa, pues mantenernos cautivos no le ha requerido esfuerzo. Habrá que hacerle oír que, de parte de nuestro Dios, tenemos una palabra para ella.

Es indispensable reconocer que el enemigo está en nosotros mismos, que aquel grueso ser descansa en sus salas de estar en nuestro interior. Que son nuestras apatías, nuestros desganos, que son nuestras indulgencias y nuestros pequeños crimines los que lo sobre alimentan. Entonces, seremos nosotros contra nosotros mismos, venciendo esta primera batalla, las demás serán pan comido.

Habrá que tomar la espada de dos filos* y herir el vientre de Eglón de tal forma que la empuñadura entre tras la hoja, la gordura cubra la hoja, y salga el estiércol. Debemos exponernos a la luz de La Palabra, examinar con escrutinio nuestras vidas en relación a los pensamientos de Dios. Comparar nuestro grado de maldad no con el mundo, sino con Aquél que con su muerte nos dio vida. Dejemos que Su Palabra saque la mierda que llevamos dentro.

Entonces, y solo entonces, nuestro pueblo será libre. Será entonces que nuestras familias andarán libres y seguras por las calles de nuestras ciudades. Pero mientras en nosotros siga habiendo crimen, mientras sigamos participando o tolerando actos de injusticia, corrupción, pecado o muerte, las cosas permanecerán igual. Ellos seguirán quemando, robando, asesinando.

Llegó la hora de decidir de qué lado estás. Llegó la hora de tomar decisiones radicales, de cambiar de amistades, de denunciar no solo la distribución sino el consumo de drogas. Llegó la hora de tomar las decisiones correctas, no las sencillas. ¡Maldito el que no ame a Jesús! **



* Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
(Carta de Pablo a los hebreos Cap.4 Verso 12)

** Frase escrita por Pablo a los creyentes en Corinto (Cap. 16 Verso 22)

20 August 2011

"Tú crees que hay un Dios; bien haces; también los demonios creen y tiemblan."

Justo terminaba de hablar con sus discípulos acerca del fin de los tiempos. Habían muchos tabús y rumores al respecto pero su visión, igual que la de Dios, era bastante sencilla:"Permaneced despiertos, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor […] estad preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperéis.”

Los discípulos no entendían demasiado, pero decidían obedecerlo. De cualquier forma, obedecer no implica renunciar al razonamiento propio, y Jesús había dejado eso en claro muchas veces. Uno de ellos empezó a relacionar todas las enseñanzas del Maestro: La salvación era un asunto instantáneo, una cuestión de fe. ¿Por qué habría que pasar la vida esperando al fin de los tiempos en obediencia? Es decir, uno puede vivir la vida a su manera y, al final, voltear la vista a aquello que en otro tiempo nos hubiera robado diversiones y aventura. No tenía muchas intenciones de abandonar a Jesús, pero eso no lo hacía dejar de pensar en que esa era una forma sencilla de ganar el cielo.

Jesús había estado en silencio por algún tiempo. Una de esas pausas después de una lección interesante que a todos les hace pensar. Habiendo pasado el tiempo necesario, imaginando sus pensamientos, continuó: “¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo? Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, lo halle haciendo así. De cierto os digo que sobre todos sus bienes lo pondrá. Pero si aquel siervo malo dice en su corazón: “Mi señor tarda en venir”, y comienza a golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo en día que este no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará duramente y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes.”


No hay demasiado por añadir. Una de las cosas más atractivas de Jesús es que sus lecciones son evidentemente sencillas (si algún día escuchas cosas extrañamente complejas al respecto, ponte a dudar, tal vez Él no tiene nada que ver en eso). La cosa es así: “¿Crees en Dios? Felicidades! También los demonios creen, y tiemblan.” Le dice Pablo a la gente de Corinto. No sé trata solo de “creer”, ni de “no ser malo”, se trata de obedecer. ¿Obedecer cuando? Buena pregunta. Obedecer cuando escuches el llamado. Es cierto, quien obedece segundos antes de morir seguramente va al cielo, al mismo lugar que aquel que vivió obedeciendo muchos años. Pero el primero se perdió toda una vida con Jesús.

Es otra cosa que lamento informarte: El cristianismo no se trata de irse al cielo ( =O ), se trata de traer el cielo a la tierra, de cambiar el mundo, de transformación social. El cielo existe si, y es la cereza del pastel, pero no hace falta esperar morir para disfrutar los beneficios de estar en la presencia de Dios.

Hablando con muchas personas suelo escuchar el mismo argumento: Creo en Dios, y creo que tienes razón, después voy a ser cristiano. La verdad me da un poco de risa. Primero porque posponen los beneficios y segundo porque: ¿después cuándo? No sé si sepas, pero Dios no es tonto, y para aquel que piensa “Mi señor tarda en venir” llegará cuando menos se le espere, para juzgarlo como hipócrita. Además, para aquellos que obedecen llegará en el momento oportuno.


30 June 2011

Salir.

En aquella época estábamos sometidos bajo el yugo filisteo. Si bien nuestro rey era Saúl, los verdaderos amos eran esos extranjeros. Hacía mucho tiempo que nos dominaban: pagábamos tributo, rendíamos pleitesía e incluso teníamos prohibido tener armas y azadones, debíamos ir a aldeas filisteas para afilar nuestras herramientas de trabajo pues nadie en Israel tenía permitido portar metal filoso.

Saúl había obtenido algunas victorias al principio de su reinado, pero desde que cometió esa locura y Jah se apartó de él, las cosas no andaban para nada bien. Por mucho tiempo nuestro pueblo soportó el acoso filisteo, y poco a poco nos fuimos acostumbrando al sometimiento: dejamos de oponer resistencia, perdimos la dignidad, bajamos la frente, pusimos la mirada al suelo, y huimos a cuevas.

Vivimos ocultos mucho tiempo, nos acostumbramos a la miseria, nos conformamos a lo necesario y dejamos de temerle a la oscuridad. Nuestros hijos no conocían nada mejor, nuestras mentes dejaron de recordar glorias pasadas y perdimos la capacidad de soñar un futuro más grande.

Fue uno de esos días, entre las sombras, que escuchamos alboroto impresionante en el campamento filisteo. Salimos la cueva con precaución, y vimos a Jonatán, hijo de Saúl, avanzando junto con su escudero entre la guarnición del enemigo. Los guerreros filisteos caían uno tras otro ante la espada del hijo del rey, y su escudero los remataba. Volteé alrededor y vi como de entre la montaña y sus cavernas se asomaban familias completas, contemplando la hazaña. Levanté el brazo llamando la atención de los demás hombres, los miré y asentimos juntos el rostro, entendíamos el tiempo, entonces gritamos.

Corrimos tras Jonatán y junto con él hicimos trizas aquel campamento filisteo. El enemigo huyó de nosotros, y aquel día fuimos libres.

Más tarde tuvimos la oportunidad de hablar con Jonatán. Nos dimos cuenta que por mucho tiempo fuimos víctimas de nosotros mismos, de nuestro mentalidad cerrada, de nuestra actitud de esclavos. Fuimos nosotros los que nos recluimos en aquellas cuevas, olvidando todo aquello que nuestro Dios nos había concedido. Renunciamos a nuestras riquezas, a nuestra libertad, renunciamos a nuestros sueños. Éramos todo un pueblo sometido rendido ante el temor. Pero bastó que un joven soldado con actitud diferente nos demostrara quienes éramos, nos recodara de lo que nuestro Dios era capaz.

Aquel día Jonatán venció el temor y la apatía, entonces vencer al enemigo externo fue bastante sencillo. Una vez que uno triunfa sobre sí mismo es difícil que alguien le detenga. ¿En qué situación está tu pueblo? ¿Están ocultos en cavernas, huyendo del miedo y de la inseguridad? ¿Están escondidos en las sombras para evitar toparse con su realidad violenta? Hace falta tan solo un joven con actitud diferente, se necesita solamente alguien que entienda que los verdaderos enemigos están dentro de uno mismo. Entonces aquel se levantará, vencerá y muchos se le unirán para obtener la victoria absoluta, tal como se levantó Jonatán y nos unimos todos aquél día, contra los filisteos.

29 June 2011

Tocar su manto.



Para entonces Jesús se había convertido en una persona famosa. Mercados, ágoras, plazas y centros públicos de reunión albergaban con frecuencia conversaciones que Él protagonizaba. Ese joven, hijo de José, nacido en Belén, estaba trastornando el mundo con sus enseñanzas, milagros, palabras y ejemplo.

No era raro oír hablar de sus hazañas. La gente contaba del ciego que vio, el sordo que oyó, el cojo que corrió, todo gracias a aquel excéntrico carpintero. Sus discípulos ya se habían acostumbrado a las multitudes, pero Jesús seguía siendo un hombre más bien huraño. Prefería estar, más bien, entre amigos; hablar las cosas claras y sencillas.

La muchedumbre usualmente se agolpaba no para escucharle, no para aprender, no para cambiar el mundo. La gente estaba ahí, tras Jesús, porque sabía que al final del día habría pan para comer o un milagro para recibir. El Maestro no tenía problema en darle a aquellos lo que esperaba pero entendía perfectamente que para establecer el Reino de los Cielos se necesita gente que prefiere dar que recibir.

Es por eso que esa tarde entre la multitud significó tanto para Él. Jesús caminaba rodeado de gente que empujaba constantemente gritando y exigiéndole milagros y señales. Comenzaba a sentirse incomodo, aunque nunca harto. La multitud apretaba fuertemente y los esfuerzos de sus discípulos para contenerlos eran vanos.

Fue entonces cuando una mujer se hizo espacio entre todo ese mar de gente, escabulléndose entre cada persona, aprovechando cada pequeño hueco para avanzar hacia Jesús. La mujer no gritó, no lloró, no suplicó. Ella simplemente se acercó a Jesús sabiendo que si lograba tocar al menos la punta del manto del Maestro, sería sana de aquel flujo de sangre que la atormentaba desde hacía tantos años, a pesar de los intentos vanos que tantos médicos habían hecho por intentar curarla. Se acercó con la certeza plena de que Jesús podría hacerlo sin necesidad de tanto alboroto.

Logró abrirse camino hasta donde Jesús pasaba, estiró el brazo con todas sus fuerzas y apenas alcanzó la punta del manto del Cristo. Se alejó, estaba hecho. Entonces Jesús se detuvo, y entre la multitud preguntó: “¿Quién me ha tocado?”. Pedro volteó a verlo sonriendo por lo que pensó, había sido una broma, pero Jesús mantuvo la pregunta con sus ojos y aclaró: Ha salido poder de mí. Entonces todos los discípulos comprendieron y comenzaron a buscar.

La mujer veía la escena desde unos menos atrás, y sabiendo que Jesús se refería a ella, decidió acercarse. El Maestro la vio, y entonces sí, sonrió y dijo: Hija, tu fe te ha sanado.


Mucha gente intenta acercarse a Dios esperando conseguir algo a cambio. Hay multitudes que piensan en Él solo cuando hay problemas o tribulaciones. Muchos otros se acercan con métodos preestablecidos, pensando que con ciertas normas o conductas serán más “espirituales”. Blah! Seamos honestos, Dios aborrece nuestras ceremonias religiosas. Lo que Jesús está esperando no son multitudes que le griten elogios choteados o le pidan milagros todo el tiempo. Lo que Jesús quiere es gente con la actitud de aquella mujer, gente que entiende que no se trata de pedir sino de hacer, no de apariencias y grandilocuencia sino de humildad y fe.

No importa por cuánto tiempo hayas estado enfermo, no es relevante si todos los médicos han fracasado, no tiene importancia el tipo de tu enfermedad, se trata de tu actitud. Lo único realmente importante es que sepas salir de la multitud que “busca” a Dios, que sepas abrirte paso entre las religiones y doctrinas, y logres llegar tan solo a rozar la punta del manto de Jesús, simplemente. Entonces Jesús volteará sonriendo a decirte: Tu fe te ha salvado.

31 May 2011

Nos soportamos los unos a los otros. Gozamos con los que se gozan; y lloramos con los que lloran. Estamos aquí para avanzar juntos y cuando sientas que no puedes más, entonces te llevaremos en hombros. Podremos estar en debilidad o tristeza, pero nunca solos.




Sus brazos estaban cansados. Dos grandes cadenas los sujetaban levantados por completo, mientras su cuerpo, desvanecido, colgaba hacia el suelo. Las cosas no habían estado bien y tanto Pedro como los discípulos y el resto de la Iglesia lo resentían. Los judíos presionaban demasiado y Herodes había comenzado la persecución.

No podía recordar cuanto tiempo llevaba en la cárcel. Solo sabía que estaba ahí, encerrado, por haberle enseñado al pueblo una manera diferente de entender la vida. No es que su fe decayera o que confiase menos en el Cristo, pero era difícil; es complicado permanecer de pie cuando todo el mundo está en espalda, dejándose caer, con el firme deseo de aplastarte. Pedro trataba de recordar los buenos momentos. Hizo memoria y pensó en la primera vez, en Pentecostés, cuando tres mil hombres se añadieron al grupo. Se acordó de cuando Jesús alimentó a una multitud con algunos pocos panes y peces. Pero sus brazos dolían demasiado, no era posible distraerse demasiado. El dolor y la agonía exigían demasiada atención.

En casa de María, madre de Marcos, los discípulos y muchos otros permanecían encerrados. Salir a la calle era suicidio. No solo la guardia, sino el mismo pueblo querían prenderles. No hacía mucho tiempo desde que Herodes asesinó a Juan y todos recordaban con escalofríos el lapidamiento de Esteban. No tenía caso negarlo: el Cuerpo estaba dolido, las heridas eran fuertes y cada vez más frecuentes. No era sencillo entender.

Desde que Herodes comenzó la caza, los que habían andado con Jesús estrecharon lazos. El Mal azotaba con fuerza, pero el Bien los arropaba como nunca antes. Usualmente se reunían frecuentemente, pero ahora estaban juntos todo el tiempo. Es verdad, no había fiesta y sonreír costaba trabajo, pero en sus mentes resoban las palabras del Maestro: en el mundo tendréis aflicción, pero confíen, yo he vencido al mundo. Esa era su esperanza, ese era su clamor. Todos perseveraban en la oración, pidiendo por Pedro.

Las gotas de sudor se combinan con las lágrimas de sus ojos antes de caer al suelo. Pedro estaba devastado. El dolor era cada vez más punzante, y hacían ya varias horas que dejó de sentir sus extremidades. Con todo, Pedro se reía frecuentemente en voz baja. Los soldados que lo custodiaban no dudaban de la locura del prisionero. Pedro estaba seguro de no haber perdido la razón, simplemente veía en su mente a sus amigos, orando. El dolor pasaba inadvertido y sus cargas se aligeraban. Podremos incluso contra la muerte, unidos podremos.

Horas más tarde, alguien tocó la puerta. Los discípulos y todos los presentes temieron por sus vidas. Sin duda, la guardia los había encontrado. Solo Rode se atrevió a avanzar hacia la puerta, abrió lentamente, como quien hala el gatillo del arma que apunta a su rostro. Pedro sonrió, y la estrechó entre sus brazos.



En esta historia podemos ver, si, el poder de Dios. Habría muchos detalles por contar si quisiéramos enfocarnos en semejante fuerza. Pero no es eso lo que hoy nos llama, lo es la fraternidad. Pedro estaba en pruebas y dolor, también lo estaba la Iglesia. Cuando uno de los miembros del cuerpo se duele, nos dolemos todos con él, lo hacemos de la misma forma en que celebraríamos algún éxito suyo. Esto es el Cuerpo, somos uno. Estamos aquí, unidos, en tempestad tanto como en alegrías. Estamos juntos.

Muchas veces es difícil entender, no es fácil explicarnos la situación. Nos soportamos los unos a los otros. No sabemos qué decir, ni sabemos cómo actuar. Nos soportamos los unos a los otros. Estamos aquí, contigo, te ofrecemos todo cuanto tenemos, nuestra fe y nuestras oraciones. Yo, y muchos otros ahora, estamos contigo. Esperamos pronto poder oír a Pedro tocar a nuestra puerta.

20 May 2011

Enfrentemos al gigante.



Cuando llegó al monte de Ela vio a todo el ejército de Israel en orden de batalla, pero nadie movía un dedo.

Isaí, su padre, lo había mandado para entregar algunas provisiones a sus hermanos mayores, soldados del ejército de Saúl. Usualmente David se la pasaba en el campo, lejos de casa, cuidando los rebaños de su padre. Era el menor de ocho hijos varones. El menos fornido, el menos imponente, parecía el más débil.

Fue quizás por eso que su padre nunca lo consideró para tareas demasiado importantes. Los asuntos verdaderamente serios estaban a cargo de Eliab, Abinadab, Sama y sus otros hermanos. La única responsabilidad de David era pastorear las ovejas de su familia. Todos sus hermanos y amigos consideran aquello como el más detestable de los quehaceres, implicaba estar lejos de todo, metido en el campo, solo y aburrido, esperando que el tiempo pasase rápidamente, sin demasiado éxito.

Sin embargo, para David las cosas eran muy distintas. Nunca se consideró desafortunado por ser relegado a la tarea de pastorear. Por el contrario, disfrutaba mucho pasar tiempo solo. Practicaba el arpa todas las tardes, con las ovejas como única audiencia, y se convertía en un excelente músico. Usaba todo ese tiempo libre, lejos del mundo, para pensar en las cosas verdaderamente importantes de la vida; se preguntaba a sí mismo por qué la gente suele preferir el alboroto, cuando el silencio es tan reconfortante. Solía leer las historias de sus antepasados, de cómo Jah libró a Israel de Egipto, derribó los muros de Jericó, y usó a Gedeón para salvar a Israel de los madianitas.

Estas historias le llenaban el corazón, y le inquietaba la situación actual de su pueblo, sometido por los filisteos. David se iba haciendo fuerte en mente y espíritu.

De cualquier forma, aquello no era solamente cuestión de observar ovejas día y noche. No faltaba nunca cuando un lobo o un oso atentaban contra algún miembro de su rebaño; era entonces cuando David corría tras la bestia, le atrapaba y mataba sin usar más que sus dos pequeños brazos.

Fue por eso que cuando llegó al monte de Ela y vio a todo el ejército de Israel en orden de batalla, pero sin que nadie moviera un dedo, las cosas no le gustaron para nada. Entregó el paquete a sus hermanos mayores, y cuando se disponía a salir, un tanto indignado por la situación, escuchó a alguien gritar:
- ¿Para qué os habéis puesto en orden de batalla? ¿No soy yo el filisteo, y vosotros los siervos de Saúl? Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí. - Era un paladín de entre los filisteos. Tenía una altura de seis codos y un palmo, traía un casco de bronce en su cabeza, y llevaba una cota de malla. Sobre sus piernas traía grebas de bronce, y una jabalina de bronce sobre sus hombros. El asta de su lanza de hierro era como de un rodillo de telar. – Hoy yo he desafiado al campamento de Israel; dadme un hombre para que pelee conmigo.

David dio media vuelta esperando ver cientos de soldados encendidos en furia contra aquel filisteo, pero no vio nada más que un ejército completamente intimidado por el enemigo. En su mente recordó las grandes hazañas que Dios había hecho por su pueblo, y en su corazón ardió una pasión indescriptible por reivindicar el nombre del Padre de las Luces.

¿Quién es este filisteo incircunciso para que provoque a los escuadrones del Dios viviente? Gritó a sus compatriotas, pero nadie contestó, sus rostros de ocultaban detrás de armaduras de hierro y grandes escudos.

David avanzó entre los soldados, que iban abriendo espacio conforme avanzaba, hasta llegar delante de Saúl: No desmaye el corazón de ninguno a causa de él; tu siervo ira y peleará contra este filisteo.
El rey le respondió: No podrás tú ir contra aquel soldado para pelear contra él; tú eres apenas un muchacho, y él un hombre de guerra desde su juventud.
David sintió fuego en su pecho. No toleraría más el conformismo, la incredulidad y el miedo entre su pueblo. No. Ellos eran hijos de la luz, del Padre de las Luces: Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo. Se limitó a responder.

David tomó su cayado en su mano, escogió cinco piedras lisas del arroyo, las puso en su saco pastoril, tomó su honda en mano, y caminó hacía el filisteo.

Ambos ejércitos miraban la escena con fascinación. Los israelís sorprendidos por la idiotez de aquel muchacho, y los filisteos esperando ansiosos que Goliat destrozara al pequeño. Cuando el gigante vio a su rival, alzó la vista hacía el ejército de Israel: ¿Soy yo perro para que vengas a mí con palos? Te maldigo por tus propios dioses.

La expresión en el rostro de David no cambió, y mirando fijamente a los ojos de aquel hombre, varias cabezas más alto que él, respondió: Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo. Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina; mas yo vengo contra ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado.

Goliat se enfureció y arremetió contra el joven. David corrió, precipitándose hacia el gigante. En plena carrera rumbo a la colisión, David sacó una piedra de su bolsa, giró su honda con fuerza y disparó contra el filisteo. La piedra viajó a velocidad inmensurable, dio de lleno contra la frente de Goliat, quedándose ahí enterrada. Aquella enorme torre humana se desplomó a los pies de David, cayendo su rostro en tierra. David subió al cuerpo del enemigo, sacó la enorme espada de su vaina, cortó su cabeza y, levantándola en brazos hacia el ejército enemigo, gritó.




David se paró enfrente del soldado más poderoso de uno de los mejores ejércitos de todos los tiempos. David fue el único que hizo frente a aquel gigante, y lo hizo tan solo con una honda y cinco piedras. El muchacho no era más grande, el más fuerte o el mejor entrenado para vencer al gigante. El secreto de la valentía y el poder de David no eran las armas, las estrategias o las capacidades. Lo que provocó que David tuviera el valor de enfrentarse a aquel hombre que intimidaba a todo el ejército de Israel fue su conocimiento de las facultades y alcances de Dios.
Hoy, y todos los días, se nos enfrentan gigantes poderosos, cubiertos en impenetrables armaduras de bronce. Ciertamente parecen invencibles, y para muchos de hecho lo son. Pero no es nuestra fuerza la que triunfará, sino la de Aquel, que ya ha vencido. No esperemos ser fuertes, grandes y poderosos para enfrentarnos a nuestros adversarios. Hagámoslo desde ahora, porque nuestro Dios ya es Fuerte, Grande y Poderoso.
¿Cuál es el filisteo que está provocándote? ¿Cuál es el gigante que se burla de ti? ¿Es la depresión, el miedo, la inseguridad, los complejos, las dudas, la baja autoestima? Ve al campo, solo; aprende a tocar tu arpa, lee acerca de lo que Dios ha hecho por otros, recuerda lo que ha hecho por ti. Entonces estarás listo para vencer a tu enemigo, no importa que tan grande pueda ser.













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10 May 2011

Para Él, valimos la pena.




Para Él fue como revivir la historia de Abraham, fue como recordar que aquel hombre había estado dispuesto a dar la vida de su hijo por amor.

Jesús subía por el camino hacía el Gólgota sin dudar. Claro que se detenía y tropezaba, había estado toda la noche recibiendo golpes y castigos inmerecidos. Su cuerpo estaba muy dañado. Su piel colgaba lejos de sus músculos. Había perdido bastante sangre, no tenía fuerzas, pero seguía caminando.

El Padre estaba junto a él, de la misma forma en que Abraham había estado junto a Isaac, aquel día de la ofrenda. Ambos, padres e hijos, caminaban hacía el monte queriendo no llegar a la cima nunca, porque ahí les esperaba la muerte. La diferencia es que Jesús nunca preguntó por la ofrenda. Él sabía, desde hace mucho, que su cuerpo era lo único suficientemente valioso para entregar a cambio.

El Padre veía el sufrimiento de Jesús, justo como Abraham vio el rostro de Isaac mientras le ataba. Abraham abrazó a su hijo y lo besó, Dios no pudo hacerlo. Abraham puso a Isaac tiernamente sobre el altar, y esperaba con todo su ser a que algo sucediera, se preguntaba por qué Dios lo ponía en esa situación, y se respondía a sí mismo con el argumento de la soberanía divina. Pero Dios no pudo asentar a Jesús con ternura en esa cruz, solo vio como soldados romanos le clavaban con violencia. Dios no se preguntaba por qué le forzaban a sacrificar a su Hijo, se respondía que la humanidad valía la pena.

Le atormentaban pensamientos y recuerdos. Se acordaba, por ejemplo, de cómo el pueblo había decidido adorar dioses ajenos durante toda la época de los jueces, recordaba como habían matado a sus profetas, hacía memoria de la manera en que habían maltratado a Jesús desde su nacimiento. Aún así, creía que la humanidad valía la pena. Dios decidió darnos la oportunidad porque Abraham había decidido amarlo más que a Isaac. Era necesario que Dios nos amara más que a Jesús.

La sangre corría por el rostro del Cristo y Dios lo veía firmemente, pero su mirada estaba perdida. La imagen de Jesús frente a Él se distorsionaba mientras recordaba esa mañana donde Abraham caminaba junto con Isaac hacía el monte. Ese día, Dios sabía que Isaac estaría bien, que aquel no era un juego o arrebato siniestro, sino una lección para Abraham, era Dios demostrándole a Abraham que precisamente porque le ponía en primer lugar en su vida, Él haría todo por Isaac, Jacob, y el resto de su descendencia.

Pero esta vez era distinto. Dios sabía que Jesús no iba a estar bien, que nadie iba a salvarlo. Sabía que Jesús sufría escarnios indecibles y muerte de cruz. Sabía que ningún ángel aparecería para salvarlo. De cualquier manera, Dios pensó que valía la pena.

Aquel sacrificio era necesario porque hacía cientos de años, Abraham, el patriarca, había decidido amar a Dios por sobre todas las cosas. Porque había comprobado que es posible que la humanidad voltee sus ojos a Dios, olvidándose de sus propios sueños. Y Dios pensaba que si uno, al menos uno, lo había logrado, valía la pena dar la oportunidad al resto.

No solo los romanos, sino los mismos a quienes Jesús intentaba salvar, eran quienes lo crucificaban. Y Dios estaba ahí, recordando, con lágrimas en los ojos, como Abraham levantaba sus brazo, puñal en mano, dispuesto a entregar a Isaac. Abraham no se hubiera detenido, y Él tampoco lo haría. Vio a Jesús sufrir, le vio llorar, le vio sangrar hasta que su cuerpo estuvo vacío, le oyó exhalar su último aliento.


Cuando la gente me dice que Dios fue cruel con Abraham pidiéndole a Isaac como ofrenda, siento como un calor indescriptible va subiendo desde el corazón hasta mi boca. Una sensación extraña, rozando con amargura, incomprensión e impotencia. ¿Dios fue cruel con Abraham por llevarlo al límite? ¿Por enseñarle que era justo por eso, porque Abraham le amaba tanto que Él jamás le abandonaría? ¿Fue cruel Dios por demostrarle a Abraham la razón de su fidelidad, el porqué de su amistad? Tal vez puedan responder que si.

Pero entonces tendrán que responder que nosotros fuimos crueles con Dios al ponerlo en la necesidad de elegir entre nosotros y el Cristo. Por forzarlo a decidir si salvar del juicio a Aquel que no merecía castigo alguno o sentenciarnos al castigo de los pecados que ciertamente cometimos.

Si decimos que Dios exigió demasiado de Abraham con tal de demostrar su amor. Debemos reconocer que no pidió nada que no estuviese dispuesto a dar. Habremos de aclarar que aun que llevó a Abraham a ese punto, decidió también salvarnos, y que se entregó voluntariamente a circunstancias similares, sabiendo de antemano que nadie salvaría a su Hijo.

No. Dios no fue cruel con Abraham, simplemente hizo lo necesario para que Abraham entendiera cuánto amaba a Dios, y que eso, no se comparaba con todo el amor de Dios a su vida. No, Dios no mató a Isaac, pero si entregó a Jesús. No, Dios no jugó con los sentimientos y las afecciones de Abraham, solo comprobó que si Abraham estuvo dispuesto a dar a Isaac por amor al Dios perfecto, Él habría de estar presto a dar al Cristo por nuestros pecados.

03 May 2011

Siempre hay algo para ofrecer.




Subían la montaña poco a poco, sin prisas. Padre e hijo, paso a paso, avanzaban hacia la cima. Isaac era apenas un adolescente pero ya entendía bien de lo que esto se trataba. Abraham le había enseñado todo cuanto sabía acerca del Padre de las Luces, le había contado todo lo que La Verdad hizo por él y por Sara, su esposa. Isaac, a pesar de ser el único hijo legitimo de aquel matrimonio y de gozar todos los privilegios que representaba tener como padre al hombre más rico de la región, siempre tuvo los pies en la tierra. Abraham no lo consintió nunca, a pesar de amarlo tanto.

Aquella mañana, Abraham se levantó muy temprano y preparó todo lo necesario para la ofrenda, tan solo una cosa hacía falta. Isaac no se percató y, emocionado, ayudó a su padre a cargar los asnos. A pesar de que no haber visto con sus propios ojos lo que Abraham le contó que Jah había hecho, confiaba profundamente en su existencia. Fue instruido, desde pequeño, en honrar al Dios de sus padres, Aquel que prometió a Abraham un hijo, Aquel que había cumplido Su Palabra.

Acostumbraban ir al monte muy frecuentemente. Abraham estaba sumamente agradecido por la vida de Isaac, y no se cansaba de demostrar su agradecimiento con toda clase de ofrendas y sacrificios. Estaban a solo algunos kilómetros de la punta. Fue entonces cuando Isaac se dio cuenta de que estaba todo lo necesario para el altar, menos la ofrenda misma. Un poco preocupado por la idea de tener que volver camino atrás en busca de un carnero para sacrificar, preguntó: Padre, He aquí el fuego y la leña; mas ¿Dónde está el cordero para el holocausto?
Abraham no respondió, trago saliva esperando que eso resolviera el nudo en su garganta, y volteó la vista hacia su pequeño hijo. Al parpadear, las lágrimas que humedecían sus ojos escurrieron lentamente por sus mejillas.

Abraham y Sara eran una pareja bastante grande; para cuando volvieron de Egipto, él rosaba los cien años, y ella tenía unos pocos menos. De cualquier manera, Dios prometió que tendrían un hijo, sangre de su sangre. Cuando Sara oyó la noticia, no pudo evitar reírse: ¿qué posibilidades habían para una mujer estéril, de edad tan avanzada, con un marido tan viejo como Abraham? Olvidó que Dios no se deja intimidar por las probabilidades. Para sorpresa de todos, poco tiempo después, Sara cargaba en sus brazos al pequeño Isaac. Ese niño era lo único verdaderamente importante en la vida de Abraham y Sara. A lo largo del tiempo, ellos se habían hecho de riquezas, tierras y ganado, pero habrían de heredarlo a esclavos, pues no tenían descendencia. Ya cuando estaban resignados, Dios decidió sorprenderlos. Y ahí estaban los dos ancianos, cargando al amor de sus vidas.

Abraham reaccionó cuando Isaac jaló fuertemente sus vestiduras, gritando: ¡Papá!
Se secó las lágrimas y respondió con palabras débiles: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío.” Mientras, dentro de sí, recordaba la noche anterior, cuando Dios le había pedido que sacrificara a Isaac, y se preguntaba por qué. Por qué Dios daría algo tan valioso para luego quitarlo. ¿No era suficiente tristeza ya la que invadía su hogar para sumarle esta gran tragedia? ¿Por qué sustituir la pena por gozo si al final todo resultaría en luto? Ciertamente, Abraham no entendía, pero nunca dejó de ascender la montaña. Pronto llegaron al lugar del sacrificio.

Isaac seguía sin entender absolutamente nada. ¿Dónde estaba el cordero? ¿Qué ofrecerían a Dios? ¿Por qué su padre lloraba tanto? Todo esto pasaba por la cabeza del pequeño cuando Abraham se hincó frente a él abrazándolo con todas sus fuerzas, separándose lentamente y besando su frente. Isaac no pudo más que sonreír, de nada estaba más seguro que del amor de su padre. De pronto, Abraham comenzó a envolver a su hijo con una resistente soga de cuero. En ese momento, Isaac entendió lo que sucedía. Efectivamente, había allí una ofrenda para Dios. No había corderos, carneros u ovejas, pero si había ofrenda. Ni siquiera intentó oponer resistencia. Dejó que Abraham lo atara y lo levantase hacia el altar. Cerró los ojos cuando vio que su padre levantó su brazo derecho, empuñando un cuchillo ferozmente, pero con el rostro bañado en lágrimas, lleno de un dolor indescriptible.

Abraham dejó caer su brazo con todas sus fuerzas. Después de unos segundos, se sorprendió de tener el brazo aun en el aire. Sintió como alguien sujetaba su brazo en alto y abrió los ojos, que también había cerrado. Entonces escuchó: “Abraham, no extiendas tu mano contra el muchacho, conozco cuanto me amas, pues no me has rehusado a tu hijo.”

El hombre se dejó caer de rodillas junto al altar, y lloró profundamente. De haberle preguntado por qué, no hubiese podido contestar. No era tristeza, ni alegría, simplemente se había dado cuenta de que a pesar de todo el amor que sentía por Isaac, Dios seguía siendo su prioridad.


He escuchado a algunos hablar acerca de esta historia de El Libro. He oído como critican a Dios, señalando la crueldad con que jugó con los sentimientos de Abraham. He estado presente en conversaciones donde se dice que qué clase de Dios es este, que decide manipular de tal forma a la gente que más le ama. Déjame decir algo:

El Dios que pidió a Abraham su hijo es, primero que nada, el único Dios soberano. Déjame decir que es el Dios celoso, que exige primacía en nuestros corazones. Ese Dios es quien entiende que para grandes cosas hacen falta grandes hombres, comprometidos con futuros enormes, dispuestos a deshacerse de lo más valioso, pues entienden que nada puede compararse a Su Amor.

El Dios que pidió a Abraham su hijo es un Dios que lleva situaciones al extremo, porque es solamente ahí donde somos nosotros mismos, sin hipocresías. Es el Dios que nos lleva el punto límite, para hacernos ver de qué estamos hechos. No es un Dios cruel, no es un Dios manipulador, no es un Dios que se divierte con nosotros; es un Dios que nos expone a nuestra naturaleza, a nuestros deseos, a nosotros mismos.

Abraham había amado a Dios con todas sus fuerzas, y en recompensa, Dios le dio a Isaac. Pero ahora, era otra cosa la que cautivaba el corazón del patriarca. ¿Acaso Isaac había sustituido a Dios? Abraham, no Dios, necesitaba saber la respuesta. Entonces Dios lo llevó al límite, haciendo que se enfrentasen directamente las dos grandes pasiones de Abraham. Aquel viejo tomó la decisión correcta. Nadie, ni Isaac, era más indispensable que el Dios que le había dado todo.

No es difícil encontrar ejemplos de gente que busca a Dios a cambio de algo, personas que están ahí insistiendo pero esperando una respuesta. En tiempos de necesidad o anhelos es común ver multitudes volteando hacia el Padre, pero qué cuando todos ellos reciben a su Isaac. ¿Qué de ti cuando recibes al hijo que tanto esperas? ¿Tus ojos permanecen en Él, o te concentras demasiado en tus recompensas? Esta historia no demuestra la crueldad de Dios, al contrario, demuestra lo crueles que nosotros podemos llegar a ser. Buscando a Dios esperando algo a cambio, y al conseguirlo, olvidarnos por completo de Él. Pero Abraham no, aquel hombre sabía que Dios vale la pena no solo en maldición sino en bendición, no solo en valle de sombra de muerte sino en paraísos. Abraham sabía que la amistad es fidelidad, y él fue llamado amigo de Dios.



Existe un argumento más, desde mi punto de vista el más fuerte de todos,
hemos de tratarlo en la siguiente historia... (continúa)

20 April 2011




Habían estado todo el día entre la multitud. El Maestro pasó la tarde hablándole a la gente acerca del Reino del Cielo, pues la gente no entendía muy bien de que se trataba ese asunto, muchos seguían pesando que aquello era solamente de ir al cielo después de morir… claro que tuvo que explicar demasiado.

Los discípulos decidieron adelantarse para preparar la cena. Avisaron a Jesús y subieron a la barca para cruzar la ribera. El río no era demasiado caudaloso, en una media hora deberían estar del otro lado. Sin embargo, cuando la barca estaba en medio del agua, comenzó a ser azotada por las olas, pues el viento era contrario. Los discípulos comenzaban a inquietarse por la tormenta, cuando de entre la niebla y las grandes olas vieron venir una silueta humana caminando sobre el agua.

-Un fantasma!!- dieron voces de miedo y se turbaron.

Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Ánimo, soy yo, no teman!

Todos los discípulos guardaron silencio y dudaron bastante en responder, pero Pedro rompió el silencio de la conmoción: “Jesús, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”.

Jesús sonrió, como si hubiese estado esperando justamente una respuesta como esa, y le dijo: “Ven!!”

Pedro quedó muy desconcertado. Para ser honestos, nunca imaginó que Jesús respondiera afirmativamente a una cosa como esta, y una respuesta más espiritual que práctica hubiese sido más sencilla de obedecer; pero Jesús era impredecible, y ahora Pedro tendría que salir de la barca y andar… ¡¡ ¿en agua?!!...
Se puso de pie muy despacio, asentó la mano en la orilla de la embarcación, levantó una temblorosa pierna por encima de la borda, y luego hizo lo mismo con la otra. Ahí, sentado en la orilla de la barca con los pies flotando ante el agua, volteó a ver a Jesús como para confirmar que la instrucción iba en serio. Jesús guiñó el ojo para inspirarle confianza.

Pedro pisó primero con la punta del pie, y lentamente asentó toda la planta. Recargó su peso y en seguida bajó su otra pierna. Comenzó a caminar sobre el agua, sorprendido de estar haciendo lo imposible. Avanzó algunos pasos, y como bebé que da sus primeros pasos, mientras iba hacia adelante se precipitaba al frente, a los brazos de Jesús.

Los inestables pasos de Pedro no alcanzaron al Maestro, y desde la barca se vio y escuchó el chapuzón… Varios de los discípulos no pudieron evitar reír, mientras que Pedro daba manotazos desesperados para mantenerse a flote a la vez que gritaba: “Jesús, sálvame!!” El Mesías se acercó a él, le dio su mano para salir del agua y le dijo en tono de broma: “Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” Ambos subieron a la barca, y el viento se calmó.


He escuchado a mucha gente hablar de esta maravillosa historia enseñando acerca de la duda de Pedro y su “poca fe” como todo lo que un creyente NO debe de hacer. He oído que se refieren a esto como eso que nos pasa cuando no confiamos en Dios. No lo sé, tal vez soy una especie de hipster del evangelio, pero yo veo una cosa completamente distinta! Por ningún lado, en ningún otro lugar de la biblia encuentro otra persona que haya caminado por el agua además de Jesús y Pedro. Este hombre de “poca fe” ejemplo de lo que “no debemos hacer” comparte con Jesús la fama de haber caminado sobre el agua. Entonces, por qué enfocarnos en eso que Pedro hizo mal, y no aplaudir todo el resto de la historia. Pedro fue el único discípulo que se atrevió a responderle a Jesús mientras el resto de ellos temblaban de miedo pensando que era un fantasma. Pedro fue el único que se atrevió a salir de la barca y caminar hacia Jesús, sobre el agua!

Creo que es eso precisamente lo que nos falta muchas veces: caminar sobre el agua! Todo el tiempo esperamos las condiciones adecuadas para movernos hacia Jesús, siempre queremos un piso firme y seguro para andar… por qué no caminar sobre el agua? Por qué no hacer lo que tenemos que hacer aunque las circunstancias no sean las optimas creyendo que Jesús puede hacer el resto. Quizá el agua se abra debajo de nuestros pies y pensemos por un momento que nos ahogamos, pero entonces Jesús vendrá y , sonriendo, nos sacará del agua. Para entonces, nadie podrá quitarnos la sensación de haber caminado sobre el agua.

No, las condiciones no son las ideales para hacer lo correcto, y lamento decir que tal vez nunca lo serán. Sin embargo, muchos hemos decidido caminar sobre el agua. ¿Piensas unirte? ¿O seguirás esperando tierra firme por donde andar?

07 April 2011

Llorar Amargamente



Anduvo con Jesús desde el principio. Pedro fue uno de los primeros y más audaces discípulos. Antes de que Jesús ganara fama, pasaba junto a la barca de Pedro y le gritó: Deja todo y sígueme. Pedro no dudó, y salió corriendo tras el Mesías. Estuvo con Jesús desde entonces y hasta la muerte, donde los romanos lo condenaron a la crucifixión, igual que a su Maestro, pero Pedro reconoció no ser digno de morir en la misma forma que Jesús había muerto, así que pidió ser crucificado de cabeza. Sin duda un gran hombre, y piedra fundamental en la construcción del cristianismo. Pero hay algunas cosas que quizá no sabes de Pedro, tal vez es mucho más parecido a ti de lo que imaginas, acaso tú también puedes convertirte en un grande de la fe.

La atmosfera se sentía bastante extraña desde hace ya algunos días. Jesús hablaba de manera cada vez más frecuente acerca de su muerte, y de la manera en que uno de sus doce lo traicionaría. Todos palpaban el aire de nerviosismo y desconfianza, pero nadie se atrevía a decir o hacer algo al respecto. Era Pascua, y Jesús convocó a una cena, que pronto descubrirían sería la última. Ya estando todos a la mesa, fue el Cristo quien rompió el silencio: “¡Cuánto he deseado comer con ustedes antes que padezca! Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla el Reino de Dios.” Y tomó el pan, lo partió y les dio diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. De Igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama. Mas he aquí, la mano del que me entrega está conmigo en esta mesa.

Fue entonces cuando algunos discípulos no soportaron más, lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas por solo pensar que ahí, entre ellos, había un traidor. Pedro era el más consternado, no podía sacar de su mente aquel día en que, dejando todo, siguió a Jesús. O aquella ocasión en que el Mesías se les acercó, caminando sobre el mar, y él se atrevió a correr hacia Jesús, caminando también sobre las aguas. No podía dejar de pensar los buenos ratos que pasaron bromeando con Jesús, y viéndole sanar y liberar a tanta gente. En su pecho ardía un fuego tremendo, y no podía tolerar la situación, se levantó y le dijo a Jesús: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte.
Jesús sonrió, y le contestó: Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes de que tú niegues tres veces que me conoces.
Pedro recibió un golpe durísimo y no tuvo fuerza para responder, se quedó ahí de pie, en silencio.

Esa noche, más tarde, soldados romanos llegaron a buscar a Jesús… todos sus discípulos le abandonaron, llenos de miedo. Llevaron al Mesías a casa del sumo sacerdote y ahí le acusaban, golpeaban y escupían. Pedro fue el único discípulo, amigo, de Jesús que le siguió, y estaba presente. Entonces, una criada le vio sentado al fuego y se fijó en él, y dijo: “Este también estaba con él. “ Pedro respondió: Mujer, yo no le conozco. Un poco después, viéndole otro, dijo: “Tú también eres de ellos” Pedro dijo: Hombre, no lo soy. Como una hora más tarde, otro afirmaba: Verdaderamente también éste estaba con Jesús, porque es galileo. Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices.

Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó. Entonces, Pedro volteó hacia Jesús, y sus miradas se cruzaron. El rostro de Jesús, bañado en sangre, sonrió. Pedro escuchó en su mente de nuevo: antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Sus rodillas se desvanecieron, y cayendo al suelo, lloró amargamente.

Este Pedro, el que negó a Jesús tres veces, es el mismo Pedro que predicó por primera vez el evangelio de Cristo afuera de la sinagoga en Jerusalén. Es el mismo Pedro cuya sombra sanaba enfermos. Es el mismo Pedro que pidió ser crucificado pies arriba, por amor a Jesús. ¿Cómo cambió tanto entonces? Creo que la respuesta está en llorar amargamente.

Muchas personas tienen encuentros poderosos con Jesús, muchos ven un milagro, muchos sienten la presencia de Dios, muchos tienen otras mil razones, pero algunos otros, lloramos amargamente.
Verás, no solo Pedro negó a Jesús. No sé qué idea tengas de mí, pero no siempre he sido el mismo. Cuando llegué a vivir a Mérida, entré a una escuela católica para estudiar sexto de primaria. Venía de una ciudad diferente, obviamente no tenía amigos aun, y era muy difícil para mí incorporarme a la vida en general. En mi salón, éramos tan solo cinco personas, pero las otras cuatro eran profundos católicos, y en una ocasión fuimos a llevar ayuda a un centro de rehabilitación, también católico. El sacerdote encargado nos dio un recorrido por el lugar, y la última sala que visitamos fue la capilla. Entonces, entramos y estaba ahí una gran escultura de la Virgen de Guadalupe, adornada con un sinfín de parafernalia. Naturalmente, mis cuatro compañeros, mi maestra, y el sacerdote, se persignaron. Las miradas voltearon unánimes hacia mí, y yo, que para entonces ya entendía de lo que esto se trataba, en vez de mantenerme firme en mis convicciones, me dejé llevar por la presión que esos diez ojos me infundían. Levanté el brazo, hice los movimientos correspondientes, y besé mi puño. Las miradas quedaron satisfechas, y voltearon. Pero entonces yo me quedé ahí, como Pedro se quedó después de escuchar a Jesús. Ese día lloré amargamente. Ese día negué a Jesús. Ese día me encontré con él, y a partir de entonces, no le he negado y no lo haré jamás.

Ni Pedro ni Pablo ni Tomás, ninguno de ellos era un hombre perfecto, tampoco lo soy yo, y seguramente tampoco lo eres tú. Pero eso en nada te impide empezar a hacer lo correcto. Tal vez has negado a Jesús y eso está matándote, pero también Pedro lo hizo y llegó a ser lo que ahora es. También yo lo hice, y estoy aquí diciéndote que nada se ha perdido del todo. Si es necesario, llora amargamente, pero no te quedes ahí, ¡comienza a vivir para llegar a ser lo que Dios ha soñado contigo!

30 March 2011

La Fuerza de Nuestra Fe



-La ciencia y la fe no son enemigas. La ciencia es demasiado joven para entenderlo-

Dan Brown. Angeles y Demonios.

Muchas veces he tenido que sentarme a hablar con gente que no comparte nuestra fe. Para ser honestos, ese tipo de discusiones las disfruto bastante porque me ayudan tanto a comprobar la veracidad del evangelio a contraluz de infinidad de argumentos como para hallar las deficiencias de mi credo, y entonces ir al Libro Sagrado en busca de las respuestas.

El Libro Sagrado dice de sí mismo que es irrefutable. Como científico social, me corresponde hallar las debilidades de la doctrina y sus incongruencias. Como cristiano, creo en la irrefutabilidad de La Palabra, y lucho constantemente por vencer mis propios argumentos científicos. Esta dinámica interna, más que volverme loco, me apasiona demasiado. Es un continuo descubrir la validez de nuestra fe y una constante legitimación de la doctrina en correspondencia a la falsabilidad, diría Popper. Es precisamente ante el debate, la lucha y la confrontación del conocimiento donde la teoría se hace fuerte: peleando y venciendo. Hace cientos y miles de años que la gente lucha contra nuestra fe, y seguimos creyendo. Es esto lo que hace grande al evangelio: sentarse a debatir siempre, y continuar invicto.

Para ser honestos, hay de conversaciones a conversaciones. Algunas las he tenido incluso con muchos de ustedes, y vaya que sacamos provecho. Varias otras, son cansadas e impotentes, sobre todo cuando el interlocutor es el Nowhere Man (He only see what he wants to see) de los Beatles. Nada peor que hablar con un fundamentalista (que se supone que somos nosotros) que no está dispuesto a cambiar de opinión, incluso viendo argumentos que lo venzan en coherencia lógica. Esta gente, no contenta de ser vencida en sus evidencias, se rebaja a lo patético al cambiar de aquí para allá en la metodología del debate… En fin, si no todos le creyeron a Jesús, se entiende que tampoco todos nos creerán a nosotros.

Pero es justo en este punto donde quiero enfocarme: en la racionalidad de nuestra fe. Muchas veces los cristianos quedamos como idiotas por una sencilla razón: muchas veces los cristianos SOMOS idiotas. Nos envolvemos en la doctrina que nos enseñan sin abrazar los fundamentos que la hacen fuerte. ¿En lenguaje nuestro? Construimos nuestras casas sobre la arena, y no sobre la roca. Es lamentable, pues el Libro Sagrado es un continuo exhortar de Dios hacia el hombre, pidiendo escudriñar los argumentos de la doctrina, y de esta manera no solo afianzarse en la fe, sino vencer las filosofías externas. A eso se refería Pedro con “venzan al mal con el bien”, o Pablo cuando usó la filosofía griega para predicar en Atenas, o Daniel y sus amigos cuando eran diez veces más instruidos en toda ciencia que los magos y sabios de Babilonia.

¿A dónde voy con todo esto? No nos conformemos con las respuestas sencillas, busquemos los fundamentos, porque ¡ahí están! Pablo se dio cuenta de esto y por eso escribió a la iglesia en Corinto: "Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos”. Y es que hay cosas de Dios que nuestra mente jamás alcanzará a comprender, ¡pero eso no significa que renunciemos a entender del todo! Por el contrario, debemos promover esto que nos hace falta… solemos obedecer mucho el “en parte profetizamos” pero nos olvidamos del “en parte conocemos”, y la gente de hoy no se conforma con escuchar profecías, es el momento del conocimiento.

No tengamos miedo de adentrarnos en la filosofía, en la ciencia, en la literatura. ¡Nuestro Dios es Dios incluso de eso! Salgamos de las iglesias, e inundemos las escuelas, las asambleas, las universidades, el gobierno, el arte, el humor… recuperemos eso que hemos perdido. Esa es la única forma de cambiar el mundo, de establecer el Reino de Dios.

No puedo decir que he leído todo, pero procuro leer cuanto puedo, y de entre los clásicos del derecho, la filosofía, la sociología e incluso la ciencia política, lejos de encontrar argumentos que hagan temblar mi fe, ¡encuentro teoría secular que la comprueba! Claro, que para aventurarse a invadir el mundo secular, debemos conocer el nuestro. No puedes refutar argumentos de Grecia y Roma sino conoces al pie de la letra los de Jerusalén. Es aquí donde Dios nos dijo: “mi pueblo perece por falta de conocimiento”. Es por eso que solo dos de cada diez jóvenes creyentes que entran a la universidad continúan siéndolo al terminar: por ignorancia. Pues, al desconocer su doctrina, se dejan llevar por los argumentos del mundo.

Pero tú y yo no. Tú y yo entendemos lo que Pablo decía: “no os conforméis a este siglo, sino que transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”, nosotros comprendemos que si hay preguntas nuevas, hay respuestas nuevas. Todo está en el Libro Sagrado.

Cuando salí de Mérida para venir aquí, no vine para encontrar las respuestas a los problemas de México… vine a encontrar las preguntas, la respuesta siempre ha estado en el Gran Libro.

15 March 2011

No son peores...


Las cosas no andan para nada bien. El mundo atraviesa por una de las más grandes crisis de su historia. La violencia, el hambre, la destrucción, los genocidios. Algunas sociedades convulsionan en ciudades capitales contra regímenes autoritarios. Algunos países sufren diarios baños de sangre por guerras intestinas. Miles de personas mueren a diario por causas irrelevantes, mueren en vano, mueren antes de tiempo.

Claro que eso a ti y a mí poco nos importa. La verdad es que nos parece intranscendente porque no son nuestras madres, nuestros hermanos, los que mueren. Nos da igual porque nos hemos acostumbrado a convivir con la tragedia, porque somos apáticos y también, en cierta forma, somos inmunes.

La fluidez de nuestra vida, diría Bauman, nos transforma en seres estoicos, inalterables, inconmovibles. Somos la ataraxia encarnada. Mientras no sean nuestras cabezas las que rueden, tampoco serán nuestros brazos los que se levanten.

He tratado de mantenerme al tanto de lo que pasa en Japón. Hace tan solo unos días, un terremoto de 8.9 grados azotó con furia la isla oriental, provocando no solo tremendas vibraciones sino una ola imparable que penetró las ciudades costeras, destruyendo todo a su paso.

Yo no tengo todas las respuestas. Y es justo ahí, en mi ignorancia, donde decido cerrar la boca. Y es que existen tantas y tantas experiencias de gente idiota hablando desde la nada y con fundamento inexistente. En la ignorancia, existe solo una actitud correcta: formular preguntar. Establecer juicios desde la ignorancia es no solo evidenciar nuestra incapacidad, es manifestar un pleno disfrute de nuestra estupidez.

¿Por qué todo esto? Quisiera decir que es por mera disertación, pero estaría mintiendo. Escribo esto en respuesta a comentarios idiotas de bocas torpes hablando incongruencias. Escribo en defensa de la fe que nos convoca, y el credo que nos mantiene unidos. Escribo en contra de lo que dicen que debería pensar, para contrarrestar las declaraciones que algunos hacen en nombre de Aquel que tiene voz para hablar.

No puedo decir repito, desde mi ignorancia, las razones espirituales del desastre. No siempre se encuentran, y es probable que a veces ni siquiera existan. Solo de algo estoy seguro: la razón no es esa. Tuve el infortunio de cruzarme con una desagradable declaración acerca de lo sucedido en Japón recientemente, alguien decía que la catástrofe era juicio de Dios por ser Japón un país budista. Ante este tipo de comentarios, ¿qué se puede hacer?

Este no es mi punto de vista, no es mi respuesta, es la única opinión que debe prevalecer: El Libro Sagrado.


La multitud cuestionaba a Jesús acerca del asesinato de unos galileos días antes. Él respondió: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos? Os digo que no, más bien, si antes no os arrepentíos, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo que no; antes bien, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.


Creo que es esto lo que respondería Jesús nuevamente al hombre que dijo tales cosas acerca del terremoto en Japón. Es cierto En Japón hay budistas de la misma manera que en México hay brujos, que en Cuba hay santeros, que en Estados Unidos hay masones. No somos más inocentes que ellos. No tenemos autoridad moral para señalar la tragedia como un juicio de Dios. Yo no diría "Dios tenga misericordia de ellos", diría, más bien, Dios tenga misericordia de nosotros.