27 November 2012

Éfeso


Pablo llevaba  más de dos años predicando en Éfeso.
Encontró resistencia en todo cuanto emprendió. La terquedad de los oídos necios de aquél pueblo no doblegó el Espíritu combativo de apóstol de Tarso.  Más temprano que tarde, todos en la provincia habían escuchado el mensaje de Cristo.

Comenzaron a suceder cosas impresionantes. Dios se paseaba sobre Éfeso en correspondencia a la fe de Pablo. Se cuenta que, cuando ponían sobre los enfermos pañuelos que apenas habían tocado la piel de Pablo, quedaban sanos de sus enfermedades y los espíritus malignos salían de ellos.

La fama del movimiento se propagó como el fuego. Los imitadores no tardaron en aparecer. Hombres llegaban a las aldeas aclamando tener el poder de Dios, como Pablo, pero los demonios los ridiculizaban diciendo: "Conozco a Jesús y sé quién es Pablo, ¿pero quiénes son ustedes?". Se lanzaban sobre ellos, dominándolos y haciéndolos huir, desnudos y golpeados.

La historia corrió, y el pueblo respetó aún más a Pablo y la nueva iglesia efesia. Un temor solemne descendió sobre la ciudad, y el nombre de Jesús fue honrado en gran manera. Entonces, varios de ellos, que practicaban hechicería, trajeron sus libros de conjuros y los quemaron en una hoguera pública. El valor total de los libros fue de cincuenta mil monedas de plata. Y el mensaje acerca del Señor se extendió por muchas partes y tuvo un poderoso efecto. 

Muchos podrían pensar que el efecto poderoso que las buenas nuevas tuvieron en Éfeso fueron las sanidades, las señales, los milagros. Quizá, encontrarán en aquellos pañuelos sanadores la potencia del evangelio. Dirían, que fueron esos prodigios los que revolucionaron la provincia, los que evidenciaron su Poder. No.

El poder del evangelio, lo que transformó Éfeso no fueron ni los milagros ni los prodigios, sino la convicción de pecado de aquellas personas que entregaron a los pies del Señor sus más preciados pecados. Fue la hoguera que consumió los tesoros de hechicería más valiosos para el mundo lo que revolucionó la provincia, lo que evidenció el poder de Cristo.

Si anhelamos en verdad que nuestras comunidades y ciudades sean transformados, no debemos buscar ni los milagros ni las sanidades, no debemos andar tras lo "sobrenatural" de Cristo. Debe arder en nuestros corazones el mismo fuego que inquietó a los efesios a deshacerse de su pecado, no importando qué tan valioso era. Debemos renunciar a toda maldad, pequeña o grande. 

Traigamos nuestros pecados a la hoguera del evangelio. Hagamos arder en fuego consumidor nuestra idolatría, mentira, hipocresía. Levantemos una columna de fuego de arrepentimiento. Ofrezcamos al Señor ese sacrificio máximo. Entonces, Él paseará por sobre nosotros.

Salmo 71


¡Con razón siempre te alabo! Escribió David desde su palacio real. Recargado en el barandal del balcón de su alcoba, podía ver la ciudad que Dios le había entregado. Estaban también sus hijos, jugando en los jardines reales. Un poco más a la derecha, sus valientes entrenaban, evidenciando su fortaleza y disciplina. Detrás de la muralla del palacio estaba la tienda donde, día y noche, levitas y cantores adoraban a Jehová.
Jerusalén estaba al fin en paz, próspera y bendita.

Pero David no escribía este salmo pensando solo en la abundancia presente. Recordaba los días en el campo, cuando cuidaba al rebaño de su padre. Aquella ocasión en que un oso intentó matar y comer a una de sus ovejas. El rey David, que entonces era un niño, corrió hacia el animal, brincó a su espalda y abrazó su cuello con todas sus fuerzas, que no eran demasiadas. La bestia dejó a su presa y rodó por el suelo intentando librarse de los brazos del pequeño pastor. No lo logró. David volvió contento a casa esa tarde.

Se acordaba también de la ocasión en que visitó a sus hermanos, quienes dudaban confusos junto al resto del ejército de Saúl, frente al campamento filisteo, donde un gigante paladín se mofaba de las tropas del Señor. Vistieron a David con la armadura del rey, tan grande como incómoda. El muchacho corrió hacia Goliat con nada más que una honda y cinco rocas. Volvió con la cabeza del filisteo en sus manos.

No solo eso tenía David en mente. También pensaba en la epoca en que Saúl lo odió con todas sus fuerzas, lo persiguió por todo el reino y lo hizo huir a las montañas, donde se refugió con algunos hombres, tan desdichados como él, quienes ahora eran sus más fieles valientes. Incluso sonrió cuando se acordó del día en que Saúl intentó clavarlo a la pared son su lanza.

David se acordó también de la muerte de Jonathán, su amigo. De la rebelión de Absalón, su hijo. Trajo a memoria la ocasión en que fue despreciado por sus súbditos, mientras huía del levantamiento en Jerusalén. Sintió de nuevo el mal sabor de boca cuando su padre no mandó llamarlo para la visita de Samuel, el profeta, quien terminaría por ungirlo rey.

"¡Con razón siempre te alabo!" escribió David, mientras las lagrimas se abrían paso en sus mejillas. El profundo agradecimiento que había en su corazón no nacía solamente de la gloria, la honra y la abundancia que Dios le había entregado, sino de todas las pruebas y los momentos difíciles que el Señor lo había hecho atravesar para llegar a ser quien era ahora.

27 October 2012

A Dios.


El profeta se paró frente al pueblo y levantó la voz. La gente estaba confundida. Incluso cuando sus oídos se habían acostumbrado ya a escuchar, lo que creían era, la voz de Dios.

Vez tras vez, venían videntes y oráculos: aplaudían su fe, elogiaban sus obras. 
El pueblo marchaba tranquilo. Se presentaba a la sinagoga regularmente, visitaba los lugares sagrados y presentaba ofrendas. 
Los sacerdotes estaban contentos, el templo se mantenía lujoso y próspero. 
Ahí, donde sus padres habían adorado, la gente pasaba tiempo de esparcimiento y recreación. 
Ahí, donde sus antepasados entregaron sus vidas a Dios, el pueblo se regocijaba en la superficialidad de su fe. 
No pasaba nada. Todos, los levitas y el resto, estaban conformes. 

Pero entonces Amós se levantó de entre el pueblo y alzó la voz: "Así dice el Señor a la casa de Israel: "Buscadme, y viviréis. Pero no busquéis a Betel, ni vayáis a Gilgal, ni paséis a Beerseba; porque ciertamente Gilgal será llevada cautiva, y Betel caerá en desgracia."



El pueblo escuchó, pero no todos comprendieron.

Lo que el profeta Amós dijo al pueblo de Israel pudo haber parecido una contradicción para muchos. Bet-El, todos sabían, era la Casa de Dios, allí construyó Abraham su primer altar a Dios cuando llegó a Canaán. 

Guilgal, la base santa desde donde el Señor entregó a Josúe y su pueblo incontables victorias y la tierra prometida; donde Samuel, el gran profeta, ofrecía sacrificios a Dios año tras año.
Beerseba, hogar de Abraham e Isaac, los patriarcas. Beerseba, donde Jacob, el padre, edificó altar a Jehová.

Este hombre hablaba insensatez, esos habían sido desde siempre nuestros sitios santos. No busquen los lugares sagrados, busquen al Dios cuya presencia consagra cualquier lugar. 


¿Cuántas personas necesitan escuchar hoy el mensaje de Amós? ¿Cuántos creyentes van a Bet-el, a Guilgal y a Beerseba creyendo encontrar allí a Dios? 
Muchas iglesias siguen levantando altares y presentando ofrendas en programas, liturgias, modos y formas que Dios abandonó hace tiempo. Muchos adoran lo que Dios hizo antes y no escuchan lo que Él está haciendo ahora.
Nadie pregunta si alguna vez Dios estuvo en tus eventos, tus canciones, tus servicios y tus oraciones. Quizá Dios estuvo incluso en tu alcoba, encontrándose contigo. La única pregunta que importa ahora es: ¿Él sigue ahí?

No busques a Bet-el, Guilgal o Beerseba, busca a Dios. Vivir en un pasado que fue poderoso es renunciar al presente glorioso que Dios tiene para nosotros.


Con todo.



El piso temblaba, pudo notarlo cuando dejó de saltar mientras todos los demás continuaban haciéndolo.
La música llenaba el auditorio y las luces del escenario viajaban deslumbrantes a través de la oscuridad del recinto.
Las letras decían Su Nombre y poco más. La fiesta.

Sus entrañas se conmovieron. Pensó en Pablo, cuando preso en el calabozo. 
Aquella oscuridad no era premeditada, no pretendía crear ambiente. 
El rayo de luz entraba desde un pequeño orificio en el muro, solo cuando el sol llegaba a cierta posición. 
Sin música, sin saltos, sin multitudes. Con cadenas y grilletes.

Los jóvenes a su alrededor sudaban, llenos de gozo.
Esa nueva canción llenaba sus corazones. Les hacía pensar en Jesús.
Los gritos se diferenciaban poco de cualquier otro. Era alabanza.

Su alma se quebró. Recordó a Pedro, crucificado de cabeza.
Rehusándose a morir de la misma forma que murió el Cristo, no era digno de una muerta tan gloriosa.
Por sus mejillas no corría solo sudor. La sangre que brotaba de sus heridas descendía por todo su cuerpo hasta llegar a su rostro y combinarse con las lágrimas de su dolor.

El sonido paró y las luces robóticas quedaron estáticas.
Glorioso servicio. Todos a sus lugares.
Se escuchaban voces, conversaciones y murmullos.
El cielo estaba abierto, pero no veían hacia él.

Su espíritu gimió. En su mente Esteban, al morir.
Cuando las piedras golpeaban contra su cuerpo, pronto perdió los sentidos.
No oyó. No pudo sostenerse más y sus piernas rebotaron contra el suelo rocoso.
Sangró. 
El cielo estaba abierto, y Esteban le veía cara a cara.

Cerró los ojos. 
Si algún faltan las luces, Señor, si no hay escenario.
Si hay rocas volando en vez de asientos, si hay cadenas y no instrumentos.
Cristo, si hay golpes en vez de saltos, escarnio y no música.
También quiero adorar.
Amigo, siempre que se abra el cielo frente a mí, quiero ver tu rostro.

Te alabaré en condiciones adecuadas o adversas.
En la luz o en las oscuridad. 
Que mi gozo no venga de mis comodidades sino de tu gracia.
Cuando se apaguen las luces, Cristo, cuando caiga el telón, seguirá aquí el adorador.



04 September 2012


Me senté ahí y supe que estaba en el punto correcto.
No había nada a mi alrededor, ¿o habían muchas cosas?
No importa mucho en realidad. No cuando estás en el punto correcto.

Quisiera decir que vi al horizonte y los cielos abiertos.
Ángeles en tránsito, yendo y viniendo.
No había nada. El cielo de siempre y nada más.
De cualquier manera, era el punto correcto.

No se escuchaban aplausos ni elogios.
No había gente escuchando o viendo.
No estaba arriba de una plataforma, ciertamente.
Simplemente ahí, en el punto correcto.

Si acaso procuraramos estar todos en ese punto,
que no suele ser el centro de atención humana, aunque sí de Dios.
Si estuviéramos preocupados por verle y escucharle más que por ser vistos y escuchados.
Diferente sería la historia.
Busquemos estar ahí, en el punto correcto, donde está su presencia,
aunque no haya nadie más.

Horno de Fuego


¡Que el horno arda siete veces más fuerte! Ordenó Nabucodonosor.

Él, rey de Babilonia, había hecho construir una enorme estatua y, cuando ésta estuvo terminada, se decretó fiesta y culto en todo el reino.
Devino ley en Babilonia celebrar alabanza al monumento, y todo aquel que rehusase inclinarse y adorar a la estatua, no permanecería impune.

Sonaron las trompetas y los címbalos. Subieron cantos y exclamaciones de alabanza.
El pueblo todo, nacionales y extranjeros, postraron sus rodillas delante de la imponente efigie.

No hace falta describir su gloria.
Enorme, formidable, majestuosa. Su inmensidad se alzaba por sobre Babilonia entera.
Seductora, la estatua atraía el culto por sí misma.
La ley solo añadía a esta tentación, sanción; por si alguno no se dejara llevar por la belleza de la imagen.
Todo pues, visión y razón, incentivó la adoración.

Muchos rindieron culto apenas notaron su grandeza. Sus ojos fueron cautivados.
Otros se resistieron a adorar tan solo la belleza, pero sus convicciones no fueron más fuertes que la amenaza del castigo. Su razón fue cooptada.
Algunos, los menos, no se inclinaron ante lo que veían sus ojos ni cedieron a la voz de su razón. Se amarraron por completo a su fe.

La maldad salió de los corazones de aquellos que se postraban ante la estatua. Sus miradas se dirigieron con envidia hacia la firmeza de los justos. Delataron la santidad de éstos delante del rey Nabucodonosor: "Se niegan a adorar junto con nosotros la estatua que has construido. Son dignos de ser echados al horno de fuego".

Esa era la ley. Nabucodonosor preguntó: "Ahora pues, ¿estáis dispuestos para que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la efigie que he hecho? Porque si no la adorareis, en la misma hora seréis echados a las llamas; ¿ y qué dios será aquel que os libre de mis manos?"

Los tres hombres no habían cedido ante la estatua y no lo harían ante el hombre. "No es necesario que te aclaremos este asunto, oh rey. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, nos librará".

La ferviente convicción de sus palabras llenó el lugar. Los espíritus se agitaron dentro de los corazones malvados. Los ojos de Nabucodonosor se encendieron en ira y sus oídos escucharon aún lo que estos hombres tenían por decir: "Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos a la estatua que has levantado".

No compete aquí el desenlace de esta historia, sino su nudo. No importa más el destino de los hombres sino su convicción. Esta vida líquida de basura que ha llenado nuestros corazones de frialdad, banalidad y conformismo. La bondad y los ideales de los hombres están sujetos ahora a recompensas inmediatas. Cultura de microondas. Lo eterno, para nosotros, ya no existe.

Los actos heroicos esperan fama. Los objetores de conciencia, atención. La fe, bendiciones.

Dónde está la generación dispuesta a morir con los ojos abiertos, sin esperar algo a cambio. Dónde los hombres que dicen: "y sino, oh rey, sepa que no adoraremos a sus dioses". Existen los héroes del anonimato? Están aquí los justos sin gloria? Persiste la justicia sin interés?

Indispensable conocer estas respuestas. Pues solo ellos, quienes dicen "y si no", son los que merecer ser librados del horno de fuego.

06 July 2012


Tomó el tren con la plena certeza de que no importa qué tan inmenso sea el mundo, Dios es más grande.

No fueron pocas las ocasiones que las puertas parecían cerrarse.
Hubieron siempre en que la travesía se hizo sentir abrumadora.
Los gigantes no faltaron nunca, pero tampoco faltó su amor.

Su mano siempre estuvo en su hombro, impulsándole a seguir.
Su voz no dejó de susurrar a su oído las promesas eternas, que sin duda vendrían.
Su paz lo envolvió todo el tiempo, le abrazó.
Cuando las murallas infranqueables, su poder incontenible.
Si el camino intimidante, su palabra inspiradora.
Cuando la oscuridad desoladora, su amor vital.

Toda una vida oyó acerca de sus proezas.
Muchas veces incluso experimentó Su Favor.
Pero, así es Él, cautivador siempre, una y otra vez.
A la bendición de ayer se le sumaron las maravillas del presente.

Fue por esto que tomó el tren con la plena certeza de que no importa qué tan inmenso sea el mundo, Dios es más grande.

Bendito desierto.


Llegué sin demasiadas expectativas, más por casualidad que por voluntad propia. Pasé a través del gran portón de metal negro y encontré un lugar entre los muchos asientos. 

Las cosas no han andado bien y eso tiene repercusiones en todo. Muchas veces he leído acerca de Israel en sus desiertos y he pensado siempre que los cuarenta años fueron producto de sus pecados y rebeliones y no de la voluntad de Dios. Pero lo cierto es que el desierto estaba ahí, entre Israel y la tierra prometida. Habría que recorrerlo, atravesarlo, habría que pasar la prueba. Unos pocos días o muchos años, eso es elección propia, pero el desierto es un hecho ineludible.

El desierto está ahí no para evitar o retrasar la llegada de las cosas grandes y mejores, sino para preparar su arribo. De hecho el desierto es, dirían los sabios, lo que convierte en buena aquella tierra. El problema no es nunca el contexto, sino nuestros corazones. De manera tal que al modificar nuestras actitudes, cambiamos también nuestro destino.

Y sí, las cosas no han andado bien, incluso este sitio lo ha sufrido. Pero hablar de eso sería enfocarnos en las dunas y en la arena, cuando lo importante es Canaán, la tierra prometida. No voy a escribir hoy de mis problemas, sino del Dios de mis soluciones.

Decidí que, ya ahí, tendría que hacer que la visita valiera la pena. Es verdad que no he amado nunca las grandes y emotivas concentraciones, pero nunca es mal momento para aprender del Poder, la Verdad y la Justicia. Canté, incluso salté, grité y bailé porque su Majestad lo amérita, pero seguía estancado en mis circunstancias.

Había pensado ya sobre el asunto. Por qué las cosas habían cambiado tan de repente. Por qué dejó de llover sobre mis campos. Crecí y aprendí a nunca amar el agua sino a la nubes, eso hice todo tiempo. Pero llegó un punto donde la lluvia era tan abundante y frecuente que dejé de agradecerla y propiciarla. Nunca amé el dinero, lo dí con liberalidad desde pequeño, ofrendé sin dudarlo nunca y lo hice con alegría.

Las cosechas siempre fueron abundantes. He vivido en su abundancia desde entonces, he comprado sin dinero y he caminado sobre el mar. ¿Por qué dejé de hacerlo? Un día escuché, de una fuente confiable, que la cosecha se diezma una sola vez. Pensé entonces en que mi mamá hacía lo suyo antes de enviarme dinero, quizá no hacía falta hacerlo de nuevo. Idiota. Fui un muy grande idiota. Porque vi algunos pesos extra y los antepuse a la bendición de Dios. Olvidé que el total sin Él es mucho menos que el 90% con su bendición.

Subió a plataforma un hombre joven, no supera los cincuenta. Después de algunos chistes, no tan exitosos como bien intencionados, se refirió al libro de Lucas y leyó: "Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: "En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía."

Conozco esa historia de memoria. La he leído, estoy seguro, por lo menos ocho veces. Esta vez significaría algo distinto. Desde hacía unos días, había decidido volver a probar la fidelidad de Dios y pagarle mis diezmos. Pero esa viuda fue más allá. Tomé la decisión de dejar en claro que amor era por las nubes y no por el agua. Pensé en tomar un billete, además del ya considerado diezmo, de mi cartera.

"No se trata de dar a Dios de tus riquezas, sino de tu necesidad" dijo el hombre. Sus palabras continuaron ya sin mi atención, esa frase había bastado para hacerme recordar. 

Abrí la billetera, tomé ambos billetes. Dupliqué aquello que, en principio, ni siquiera había considerado dar. Caminé al alfolí y solté el dinero sin pena alguna. Estoy completamente seguro de haber tomado la mejor decisión. Las nubes son todo para mí, el agua es cuestión secundaria.

El desierto está aquí, sí, aun camino entre arena caliente, pero no estaré aquí cuarenta años. Andaré entre vientos y tormentas solo el tiempo necesario para que mi tierra prometida sea el bien que debe ser y no el mal que puede llegar a ser. Estoy feliz de este desierto, porque aunque  ahora no hay agua, la nube anda sobre mí y, estoy seguro, la tierra prometida está más cerca que nunca.

 

13 June 2012



Que recuerden tu nombre, JAH, que tu memoria perdure por siempre. Aquí, donde pueden verse ciudades gloriosas y multitud de siervos, que sea adorada tu existencia.
Has pasar de mí toda fama y honra, captura tú nuestras miradas, Justiciero y Santo.
De la faz de la tierra has perder mi historia, concéntrese en tu rostro la alabanza.


Bendice, alma mía a Jehová; y bendigan todas mis entrañas su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios.

No permitas que me olvide, Oh Dios! De tus infinitas misericordias. Me has librado de mí mismo y de mis enemigos. Me has amado a pesar de mis incongruencias e infidelidades. Me has llenado de alegrías no merecidas y recompensas no ganadas.

El es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias;
El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias;
El que sacia de bien tu boca, de modo que te rejuvenezcas como el águila.

Te olvidaste, Señor, de mi adulterio y mis injusticias. Perdonaste mi vida, habiendo yo matado, en arrebato de lujuria, al más fiel de mis guardianes. Me has bendecido con  riqueza, alegría, hijos y sabiduría.


 No ha hecho con nosotros conforme á nuestras iniquidades; Ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen.

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Esta es la historia que las pastorelas tanto nos han contado pero que seguimos sin entender.

José y María habían viajado desde Nazaret hasta Belén, donde habría de nacer el Cristo, para cumplir  la profecía que hacía años el vidente había hablado. El recorrido fue largo y la joven pareja estaba cansada y sin fuerzas. Tocaron en la primera posada y no hubo lugar ahí para ellos. Esforzándose aún más, caminaron hacia el segundo mesón, tampoco hubo espacio. Esto se repitió una vez tras otra, hasta que los hostales se terminaron y ninguno tuvo habitación para Jesús. De tal manera que María “dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada.” [Lucas 2:7]

Nos han dicho muchas veces que Jesús vino al mundo humilde, sin riquezas, pobre. Nos han dicho que es por eso que nació en un pesebre, rodeado de animales. En el afán se mostrar un Cristo humano e igual a nosotros, han devaluado La Verdad y la personalidad de Jesús.

Nos dijeron que los padres de Jesús no tuvieron con qué pagar un lugar digno para que él naciera, que nació entre animales en una señal máxima de humildad y empatía. No es cierto. Aunque nadie duda de la humildad y el amor que tuvo y tiene el Cristo por los pobres, nada tiene eso que ver con el hecho de haber nacido en condiciones tan poco confortables.

Jesús no nació en un pesebre porque no tuviera dinero para pagar un lugar digno y mucho menos porque no valiera una habitación adecuada. Nació entre animales porque no hubo lugar para él en el mesón. Esto cambia todo el sentido de la historia.

El Cristo es valioso, es digno y es merecedor de un espacio en cualquier lugar. Su humildad no consiste en privarse de comodidades, sino en respetar la decisión de los demás. El Cristo no nació entre animales porque era similar a ellos, sino porque las personas lo consideraron así y no reconocieron a Dios cuando lo tuvieron enfrente.

Así que es mentira todo el mito de que Jesús es pobre. Es mentira el cuento de que no pudieron pagar un lugar en el mesón. Lo cierto es que nadie reconoció al Cristo cuando él tocó a sus puertas.

Todos tenían pretextos, algunos mejores que otros, pero todos igual de inválidos. Algunos debieron haber argumentado que sus casas ya estaban llenas, que no tenían lugar ni tiempo. Otros quizás dijeron que sus hogares no eran dignos de que el bebé naciera entre ellos. De cualquier manera nadie dejó a María, y a Jesús, entrar a su casa.

Las cosas son simples, deja de engañarte. Jesús vale entrar a tu vida e iluminarla. Puedes pensar lo contrario y mandarlo a nacer entre animales, pero eso no impedirá que muera, resucite y cambie la historia. No es su valor lo que está en duda, sino tu capacidad para decidir si lo reconoces. Puedes decir lo que sea y justificarte de cualquier manera, la única pregunta real es: ¿Hay lugar para Jesús en ti?


01 May 2012

He escuchado muchas veces largas historias sobre la importancia de las decisiones. Oí una y otra vez disertaciones completas acerca de lo trascendente que podría llegar a ser una elección. Mis padres no cesaron de ofrecerme consejos y de intentar persuadirme de su relevancia. Nunca hice caso. 

Tomé muchas decisiones equivocadas a lo largo de mi vida. Era joven y atrevido. A la necedad natural de esas edades se le sumaba la arrogancia de mi potencia. Nací con un gran destino. La nación de mis padres esperaba con fe mis acciones y futuro. Crecí sabiéndome libertador de Israel. 

Mi nacimiento fue predicho por el Ángel de Jehová a mi madre estéril, que dio a luz llena de sorpresa y alegría. Desde entonces, viví en nazareato, un compromiso total con los planes de JAH para mi vida. En respuesta a mis convicciones, La Fuerza estaba conmigo. Maté cientos con tan solo mis brazos. Gané batallas. Consumé proezas. 

Al fervor de mi victoria nunca le hizo falta extravagancia en la celebración. Siempre hice lo que quise, y nunca nada sucedió. Malinterpreté la misericordia de La Justicia como inexistencia. Las malas decisiones no tardaron en cobrar factura. 

Desprecié los consejos, subestimé las reglas, deseché mi fe y mis responsabilidades. Heme aquí, caminando a tientas hacia el escarnio. Los filisteos me tomaron hace poco de los brazos de la mujer que me traicionó. Me sacaron los ojos, me ataron manos y pies. Me hicieron preso. 

La Fuerza que antes me acompañaba fue alejándose a punta de mentiras, errores, malas decisiones; y huyendo de cada lecho indigno donde hice mías mujeres ajenas. Y ahora heme aquí, ciego frente a la multitud de mis enemigos. 

De los consejos que entraron y salieron por mis oídos, recuerdo aquel que me recomendó envejecer con sabiduría. No hace falta ser viejo para ser un gran hombre, y el tiempo no engrandece al hombre. Hubiera sido bueno aprender de los errores ajenos, o al menos de los propios. Pero heme aquí, tan ignorante como al principio, tan necio como entonces, tan torpe y desenfrenado como en aquellos días. 

Ahí está mi destino, derramado frente a mis pies. Los ejércitos que caerían ante mí, hoy se mofan de mis penas. En sus rostros no veo maldad, veo mi ignorancia. Me parece que es tarde ya para enmendar la vida. Las grandes cosas que JAH preparó para mí, los esfuerzos de mis padres, el clamor de mi pueblo. Todo pereció a causa de mis impiedades. 

Manoa, padre mío, perdona las decepciones que causé, ten a bien recordar que mis injusticias no las halle nunca en tu ejemplo. Madre, la fe que hizo que tu matriz infértil diera un joven santo como alguna vez fui, no podía competir con mi irreversible hambre de maldad. Patriarcas todos, cuyas vidas y promesas debí hacer valer y serán postergadas a causa de mis rebeliones, que sus descendientes encuentren en otro siervo lo que yo no supe darles. Y tú, Padre Nuestro, Señor de los Cielos, de cuyo aliento brotan luces y estrellas, ten piedad de mí.

  Sansón tomó una columna de soporte en cada brazo. Su cuerpo, ciego desde su encierro, empujó con toda su fuerza hacia los lados. Sus ojos dejaron escapar lágrimas cuyo origen, el esfuerzo o el arrepentimiento, nunca supo identificarse. La Fuerza, el sostén de Sansón durante su juventud viajó por las extremidades y músculos del joven, desde su corazón. 

 La gran casa donde los filisteos celebraban con burla la captura de Sansón, juez de Israel, se desplomó hacia dentro, asesinando miles de hombres, y Sansón con ellos. 

La vida de Sansón puede enseñarnos muchas cosas, incluso cuando discrepo con aquellos que les enseñan como héroe a nuestros niños. No podemos omitir que los errores y pecados de Sansón, sus desviaciones inicuas y sus relaciones perversas arruinaron el futuro glorioso que le esperaba. 

Sin embargo, podemos aprender que nuestro Dios es Señor de segundas oportunidades. Sansón, desde las limitaciones de su deplorable condición, tomó al menos la decisión de que la última de sus elecciones sería buena. Entonces hizo lo correcto, y La Fuerza volvió a él. 

Lo sepas o no, tienes un destino glorioso. Es probable que hayas entorpecido su consecución con errores y decisiones equivocadas. Quizá estás atado y tus enemigos te hayan sacado los ojos. Tal vez crees que es demasiado tarde para marcar la historia en el nombre de La Justicia, La Luz, y La Verdad. 

No lo es, nunca lo es. Incluso si estás a punto de tomar la última decisión de tu vida, asegúrate de que ésta sea respaldada por La Fuerza que nunca debiste haber dejado ir.

17 March 2012



No lograba cerrar los ojos.
Trataba de desentenderme de la situación, pero el pensamiento seguía ahí, no podría cerrar los ojos.
Intenté voltear la mirada pero tampoco funcionó, la escena atraía todos mis sentidos.
Traté, una vez más, de cerrar los ojos.

Hubiera preferido no cerrarlos. Poco tiempo me duró la obscuridad: recordé aquella vez en el metro, cuando una mujer subió sosteniendo de la mano a su pequeña niña. Anunció, sin demasiado animo, las guitarras de papel que vendía. Nadie compró, y su mirada no ocultó su desilusión, se sentó en uno de los asientos vacíos. Mientras tanto la niña, con rasgos faciales que delataban trisomia en el vigésimo tercer cromosoma, recogía una basura del piso para jugar con ella. La mujer cerró los ojos, como lo había hecho yo, y una lágrima escurrió por su cansada mejilla.

Abrí los ojos, pero la maldad estaba todavía allí: los cerré de nuevo y pude verme sentado en el camión al tiempo que una mujer, cubreboca en rostro, abordaba la unidad con dificultad llevando consigo unos papeles. Vi la tristeza húmeda en sus ojos y escuché su voz temblorosa y quebrada. La escuché de nuevo, como lo había hecho hace años ya.

Separé los parpados, y la escena aún no terminaba. Otra vez pretendí huir a las tinieblas pero solo pude ver al indigente arrastrarse sobre el pavimento, haciendo espacio al peatón mientras trataba de levantar y sostenerse sobre su rebelde pierna atrofiada. Vi sus ojos encontrándose directamente con los míos.

La imagen desapareció, pero lejos de ser sustituida por tranquilidad y calma, fueron sus palabras lo que vino a mi mente: Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? Vosotros sois la luz del mundo; no se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre un candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

Abrí los ojos una vez más, y esta vez no intenté cerrarlos de nuevo, ni voltear la mirada, ni omitir el ruido. Esta vez me puse de pie y caminé hacia el hombre que golpeaba salvajemente a su mujer, esta vez mi luz iba a alumbrar al mundo.

29 February 2012




Tenía cinco años cuando llegó de Jezreel la noticia de la muerte de Saúl y de Jonatán, y su nodriza le tomó y huyó; y mientras corría apresuradamente, el niño cayó de sus brazos y quedó lisiado. Su nombre era Mefi-Boset.

El niño príncipe, hijo del sucesor al trono de Israel, había perdido a su abuelo y a su padre en una misma batalla. Había salido del palacio entre ajetreos y violencia: Había venido a dar a Lodebar, tierra árida, hostil y seca. La vida del nieto del rey había cambiado por completo, del palacio a las vecindades más bajas, de ser servido a vivir como uno de los sirvientes.

Mefi-Boset, lisiado, a muy poco podía aspirar. Nieto del malvado rey que corrompió a Israel hasta la masacre y enemigo del actual, bondadoso y amado, rey David. El joven se arrastraba de la cama a la cocina y de ahí al baño, esas eran prácticamente sus únicas posibilidades.

Pronto se le hizo común comer del suelo, dormir entre desorden y vestirse con harapos. Escondido entre la gente más pobre del reino, Mefi-Boset se escurría en silencio esperando no ser hallado, juzgado y asesinado, como toda la familia de su padre. Por eso, cuando la guardia real llegó a casa de Maquir, hijo de Amiel, donde se hospedaba, Mefi-Boset pensó en lo peor: el momento que tanto había esperado, le alcanzó.

Había pensado en ese momento muchas veces, en como quizá morir no era tan malo, en que tal vez morir no era un castigo sino una escapatoria a su precaria situación. Había querido muchas veces incluso entregarse y acelerar la llegada de su muerte. De tal forma que no opuso resistencia alguna cuando la guardia real preguntando por el nieto de Saúl.

Llegó al palacio y fue puesto en presencia del rey, se postró sobre su rostro e hizo reverencia.
–Mefi-Boset- dijo David.
-He aquí tu siervo- respondió.
-No tengas temor, por que yo a la verdad haré misericordia por amor, y te devolveré todas las tierras de tu padre; y tú comerás siempre a mi mesa- le informó el rey.

Mefi-Boset no supo cómo reaccionar. Su rostro se desfiguró en duda y solamente alcanzó a articular: ¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro como yo?

Desde entonces, Mefi-Boset comió con David y todos los hijos del rey. Se sentaba a la mesa en el palacio, donde los elegantes manteles cubrían su incapacidad. Nunca más se habló de él como el lisiado, ni se recordó jamás de su estancia en Lodebar.

Por mucho tiempo, quizá, has estado en Lodebar. Habitas entre el desorden y el desdén. Te mueves con dificultad entre la tristeza, la amargura y el dolor. Tu pasado o tu presente te avergüenzan, y eso pone límites a tu futuro. Piensas, sino en la muerte, en lo fácil de la conformidad y lo sencillo del desanimo. Te castigas a ti mismo por estar lisiado, por haber cometido errores, por haber caído y haber sido lastimado.

Debes entender, de una vez por todas, que hay lugar para ti en el palacio, que el rey está esperando tu llegada y que cuando su boca pronuncié tu nombre no será en castigo y represalia, sino en misericordia y amor. Tu pasado sucio no existe, tu futuro glorioso sí.
Ven a la mesa del rey, donde el mantel cubrirá tus vergüenzas y nunca más se hablará de tus errores ni se recordará nunca tu pasado en Lodebar.

28 February 2012

Oh Dios, con nuestros oídos hemos oído, nuestros padres nos han contado, la obra que hiciste en sus días, en los tiempos antiguos: no se apoderaron de la tierra por su espada, ni su brazo los libró.

31 January 2012

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El poder de Jesús llevaba varios meses ya haciéndose evidente. Por donde fuera que iba, la gente era sanada, la maldad saqueada y el Reino establecido. Cuando el Mesías avanzaba, incluso la muerte retrocedía.

El Cristo se vio pronto rodeado por multitudes. Parte de la muchedumbre le seguía para ver señales, milagros y prodigios; muchos otros le acompañaban simplemente en busca de alimento. Por esta y varias otras razones, como entender que las verdaderas lecciones de aprenden del ejemplo, uno a uno, y no en grandes asambleas, Jesús prefería pasar tiempo a solas con sus discípulos, sus amigos.

Huyendo de la multitud curiosa,Jesús cruzó el mar con sus doce , y llegó del otro lado, a la región de los gadarenos. Apenas hubo descendido de la barca, vino desde los sepulcros un hombre con espíritu inmundo. Costaba trabajo distinguir entre humano y bestia, habitaba ahí entre las tumbas, era violento y nadie podía atarle, ni aún con cadenas.

Algunas veces intentaron ayudarle, pero se resistía. Muchas otras pretendían juzgarle y condenarle, había sido atado con grillos y cadenas, pero estás se deshacían como polvo ante la fuerza de sus brazos. Nadie lo podía dominar. Día y noche daba voces entre los montes y en los sepulcros, mientras se hería a sí mismo con piedras.

Aquél día, apenas vio a Jesús desde lejos corrió y se arrodillo delante de él. Y clamando a gran voz dijo: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes, pues El Cristo pretendía liberar al hombre. El Maestro vio a sus ojos y le preguntó: “¿Cómo te llamas?”. Él respondió, con una voz gruesa y retumbante, diciendo: -Legión me llamo; porque somos muchos.-

Los discípulos se asombraron, y no pudieron evitar el susto ante tan evidente muestra demoníaca. Pero Jesús estaba tranquilo, y ordenaba a los espíritus salir del joven. Entonces ellos le rogaban mucho que no los enviase fuera de aquella región.

Estaba allí cerca del monte un gran hato de cerdos paciendo., entonces le rogaron todos los demonios, diciendo: Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos.

Jesús permaneció en silencio unos segundos, pensando. Entonces les dio permiso. Y saliendo aquellos espíritus inmundos, entraron en los cerdos, los cuales eran como dos mil; y el hato se precipitó en el mar por un despeñadero, y en el mar se ahogaron.

Viendo esto, los que apacentaban los cerdos huyeron, y dieron aviso en la ciudad y en los campos. Y salieron a ver qué era aquello que había sucedido. Llegaron a donde estaba Jesús, y vieron al que había sido atormentado del demonio, y que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio cabal; y tuvieron miedo.

El joven antes endemoniado estaba ahí, junto a Jesús. Los cerdos flotaban muertos sobre el agua. Y así, ellos comenzaron a rogarle a Jesús que se fuera de sus contornos.


Esto podría no significar más. Incluso es esa la manera en que suele hablarse de esta historia: “Jesús llegó con el gadareno, lo liberó y siguió su camino.” En lo personal, creo que esto muestra mucho más que el poder del Cristo sobre el mal. Evidencia, que Jesús tiene como prioridad a aquellos que le aman por sobre todas las cosas. ¿Digo con esto que El Mesías hace acepción de personas? Para nada. ¿Quiero decir que El Maestro ama a algunos más que a otros? De ninguna manera.

Lo que trato de decir es lo siguiente: En Israel, los cerdos son prácticamente despreciables. La ley de Moisés prohíbe al pueblo hebreo comer carne de cerdo. Por lo tanto su valor era demasiado bajo, virtualmente nulo. Jesús sabía esto.

Los demonios de aquél hombre pidieron ser echado al ato de cerdos y no fuera de esa región. Los demonios planeaban, de ser autorizados, echarse al mar y matar a los animales. Sabían también que los habitantes del pueblo se enojarían con Jesús y le echarían fuera por haber provocado la muerte de los cerdos. Los demonios sabían bien que la ambición del pueblo era más grande que su hambre por Dios. ¿Buen plan el del maligno, no es así?

La verdad es que no. Los demonios quisieron irse con los cerdos, para matarles y para que los habitantes echaran fuera, a causa de esto, a Jesús. Pero también Jesús sabía que esto iba a pasar. De cualquier manera dio permiso a los demonios para huir y matar a cada cerdo en el hato. ¿Por qué, pues, sabiendo Jesús lo que sucedería permitió esto?

La respuesta es simple. Si para los habitantes de aquél pueblo era más importante un ato de despreciables cerdos que el poder del Mesías, entonces ellos no eran dignos del Cristo. Más valía ser echado fuera.

Situaciones como esta son mucho más frecuentes de lo que imaginamos. Jesús llega a tu pueblo, sana tus enfermos, libera a tus endemoniados, levanta a tus muertos, pero hay algunas cosas, despreciables, que deben salir de tu vida. Tú sabes que son solo cerdos, que no se comparan al poder de Dios, sin embargo decides echar fuera a Jesús, porque él echará fuera a tus animales.

Entonces te rehúsas a ser limpiado por El Cristo: quieres su ayuda y su poder en tanto te beneficie, pero apenas llega el punto donde la grandeza del Mesías empieza a hacer evidente a los que cerdos que habitan en tu pueblo, decides que es mejor sacar al Mesías que sacar tus malos hábitos.

Hay dos actitudes ante la llegada de Cristo: Puedes reaccionar, como lo hizo Zaqueo, y entender que la grandeza de Dios es mucho más digna de amor que el dinero. O puedes hacer lo que hicieron estos gadarenos, aferrarte a tus cerdos, a tus cosas despreciables, a tus groserías y a tus pecados, y echar fuera a Jesús.

08 January 2012




Hacía tiempo ya que el Mesías había ascendido al cielo a la vista de todos.
Los discípulos eran ahora los encargados de esparcir el evangelio por el mundo, y lo estaban haciendo exitosamente, a la manera de Jesús. Después de la primera predicación de Pedro, tres mil personas se unieron a ellos, y desde entonces la Iglesia no había dejado de crecer.

Aquella primera Iglesia era lo que el Cristo había planeado: se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en la oración. Las personas estaban asombradas por los muchos prodigios y señales que se veían a diario.

Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común. De hecho, muchos de ellos vendían sus propiedades y posesiones, y compartían sus bienes entre sí según la necesidad de cada uno. No dejaban de reunirse en el templo y de casa en casa partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad, alabando a Dios y disfrutando de la estimación general del pueblo. Y cada día añadía el Señor a los que habrían de ser salvos.

Sin embargo, un día de aquellos, un hombre llamado Ananías también vendió una propiedad, y en complicidad con su esposa Safira, se quedó con parte del dinero y puso el resto a disposición de los discípulos.

El Espíritu hizo saber esto a Pedro, quien reclamó: "Ananías, ¿cómo es posible que Satanás haya llenado tu corazón para que le mintieras al Espíritu Santo y te quedaras con parte del dinero que recibiste a cambio del terreno? ¿Acaso no era tuyo antes de venderlo? Y una vez venido, ¿no estaba el dinero en tu poder? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? ¡No has mentido a los hombres, sino a Dios!

Al oír estas palabras, Ananías cayó muerto. Y un gran temor se apoderó de todos los que se enteraron de lo sucedido. Entonces se acercaron los jóvenes, envolvieron el cuerpo, se lo llevaron y le dieron sepultura.

Unas tres horas más tarde entró la esposa, sin saber lo que había ocurrido. -Dime- pre preguntó Pedro-, ¿vendieron ustedes el terreno por tal precio?
-sí- dijo ella-, por tal precio.
-¿Por qué se pusieron de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? - le reclamó Pedro-, ¡Mira! Los que sepultaron a tu esposo acaban de regresar y ahora te llevarán a ti.

En ese mismo instante ella cayó muerta a los pies de Pedro. Entonces entraron los jóvenes y, al verla muerta, se la llevaron y le dieron sepultura.




Hay muchas cosas que debemos aprender de la historia de Ananías y Safira.: la mentira, el amor al mundo, el temor de Dios, entre algunos otros temas. Sin embargo, quiero concentrarme ahora en lo que los jóvenes hicieron, en lo que nos corresponde.

En la Iglesia hay muchas cosas que han muerto. Como jóvenes, sabemos distinguir muchas cosas que han quedado obsoletas, que estorban nuestro caminar, y que necesitan ser enterradas. Pero, hay que tener cuidado. Nosotros no tenemos la autoridad de decidir qué es lo que ha muerto y qué es lo que necesita ser enterrado. Sin embargo, Dios pone sobre nosotros autoridades capaces de señalar esas actitudes, esas liturgias, esos procedimientos y maneras de hacer las cosas, ese Ananías y esas Safiras.

Nosotros, como jóvenes, debemos estar prestos a enterrar aquello que nuestras entendidas autoridades juzguen como muerto. Es nuestra responsabilidad, y también nuestro derecho, como jóvenes, sacar y enterrar a lo muerto de la Iglesia, y disfrutar también de la frescura de lo nuevo de parte de Dios.

¿Qué es eso muerto en tu congregación? ¿Qué hace que tus reuniones apesten a fétido? Habla con tus autoridades, discutan y lleguen a acuerdos en qué es lo que necesita ser enterrado en tu Iglesia y, entonces, toma la responsabilidad de sacar esos cadáveres de tus reuniones, esas formas de hacer las cosas, y has espacio para lo nuevo de Dios. Entierra a tus muertos.