24 September 2011

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Pateó con fuerza para forzar la puerta. Entró a la habitación de manera violenta, casi descontrolada. Corrió hacia la cama y se abalanzó sobre el hombre que abusaba de su hermana menor.

La furia le nublaba la vista. Ambos cayeron al suelo, mientras los gritos de la joven llenaban la recamara de indignación y vergüenza. Golpeó vez tras vez, hasta que su mano estuvo ensangrentada. “Corre, corre!” le había ordenado a su hermana unos minutos atrás, antes de lograr someter al atacante. Los dos tenían el rostro desfigurado, los golpes y el odio habían tenido el mismo efecto sobre sus respectivas facciones.

Cuando el hombre bajo su cuerpo estuvo inconsciente, se puso de pie. Caminó hacia la gaveta que estaba en el fondo de la habitación. Levantó el brazo, tentando con los dedos arriba del mueble, sintió el metal. Tomó el pequeño baúl, y lo abrió lentamente. Se dejó ver una vieja Magnum de mediano calibre, sacó el arma y soltó el baúl. La caja metálica cayó a los mismos 9.8m/s al que caen todas las cosas, pero él sintió como que el tiempo se hubiese congelado.

Volvió donde yacía el cuerpo del agresor, le dio un puntapié. Puso su pierna derecha sobre el rostro ensangrentado en el suelo, presionando con fuerza. Cambió de opinión: a los malditos se les mata de frente, a los ojos. Cuando levantó su bota, el hombre herido pero ya despierto, volteó hacia arriba, y no se concentró en el arma que le apuntaba, más bien, vio la cara de su verdugo, y sonrió.

Esa sonrisa. Ni los golpes, ni la hinchazón, ni la sangre le impedían reconocer esa sonrisa. Era la sonrisa que le esperó en la tribuna cuando anotó su primer gol en las ligas pequeñas. Era la sonrisa que le felicitó al obtener su diploma de educación primaria. Era la sonrisa que respondía a su “gracias, pá” cuando niño. Era la sonrisa de aquel hombre que volvía borracho a casa y le golpeaba, la sonrisa del hombre al que encontró dormido junto al inerte cuerpo de su madre, casi veinte años atrás. Esa era la sonrisa a la que el juez sentenció a prisión hacia dieciocho años.

Se estremeció.

Su padre, escupiendo sangre, le dijo: “Te has convertido en un hombre fuerte.” No respondió.”Pero dudo mucho que hayas dejado de ser el marica que no se defendía de mis golpes, que no intervenía mientras maltrataba a su madre. Estoy seguro que sigues siendo esa niña asustada, ese arma no te hace más valiente.”

Escuchó con la mirada perdida, mientras pensaba cada una de las escenas que le acababan de recordar. El frío metal del revolver lo trajo de vuelta, lo sujetó con fuerza. “adelante, dispara, con un arma parecida maté a tu mamá. Una sensación exquisita, debo admitir. Matar está en mi semen, está en tu sangre”.

Era el momento indicado, lo que había estado esperando. La venganza al asesinato de su madre, a las heridas de su infancia, y las infamias del presente, a solo un gatillo de distancia. La muerte de aquel canalla ensangrentado era lo más justo. Lo justo. Recordó entonces que hay cosas más grandes que la justicia: la gracia. Volteó al suelo, y al ver el rostro desfigurado de su padre, no pudo evitar ver a Jesús en la cruz.

“Dispara, está en tu sangre” le tentaron otra vez. Pensó de nuevo en Jesús: “Hay una sangre más fuerte que la que corre por mis venas” respondió. Dejó de apuntar, y soltó el arma.





Muchas veces intentamos justificarnos por nuestros antecedentes. Hay ocasiones donde dejamos de luchar por que nos creemos víctimas de una suerte de predisposición a la maldad. Es cierto, hay violencia, iniquidad, mentira, lujuria, y mucha otra basura corriendo por nuestras venas; pero no nos determina. Jubal fue hijo de Caín, el primer asesino de la historia, sin embargo, no dejó que eso le determinara, sino que se convirtió en el inventor del arpa y la flauta. Josías, hijo de uno de los peores reyes en la historia de Judá, cambió el rumbo de su vida y trajo de vuelta la integridad a Jerusalén.

Así que no importa cuáles sean tus tendencias innatas, no es relevante que genes llenen tu genotipo, da igual cuáles son tus predisposiciones y tus antecedentes. En Él, todas las cosas son hechas nuevas. Piensa en esto cuando la maldad intente comprarte “está en tu sangre”. Ciertamente, pero hay una sangre más fuerte que la que corre por nuestras venas.