27 November 2012

Éfeso


Pablo llevaba  más de dos años predicando en Éfeso.
Encontró resistencia en todo cuanto emprendió. La terquedad de los oídos necios de aquél pueblo no doblegó el Espíritu combativo de apóstol de Tarso.  Más temprano que tarde, todos en la provincia habían escuchado el mensaje de Cristo.

Comenzaron a suceder cosas impresionantes. Dios se paseaba sobre Éfeso en correspondencia a la fe de Pablo. Se cuenta que, cuando ponían sobre los enfermos pañuelos que apenas habían tocado la piel de Pablo, quedaban sanos de sus enfermedades y los espíritus malignos salían de ellos.

La fama del movimiento se propagó como el fuego. Los imitadores no tardaron en aparecer. Hombres llegaban a las aldeas aclamando tener el poder de Dios, como Pablo, pero los demonios los ridiculizaban diciendo: "Conozco a Jesús y sé quién es Pablo, ¿pero quiénes son ustedes?". Se lanzaban sobre ellos, dominándolos y haciéndolos huir, desnudos y golpeados.

La historia corrió, y el pueblo respetó aún más a Pablo y la nueva iglesia efesia. Un temor solemne descendió sobre la ciudad, y el nombre de Jesús fue honrado en gran manera. Entonces, varios de ellos, que practicaban hechicería, trajeron sus libros de conjuros y los quemaron en una hoguera pública. El valor total de los libros fue de cincuenta mil monedas de plata. Y el mensaje acerca del Señor se extendió por muchas partes y tuvo un poderoso efecto. 

Muchos podrían pensar que el efecto poderoso que las buenas nuevas tuvieron en Éfeso fueron las sanidades, las señales, los milagros. Quizá, encontrarán en aquellos pañuelos sanadores la potencia del evangelio. Dirían, que fueron esos prodigios los que revolucionaron la provincia, los que evidenciaron su Poder. No.

El poder del evangelio, lo que transformó Éfeso no fueron ni los milagros ni los prodigios, sino la convicción de pecado de aquellas personas que entregaron a los pies del Señor sus más preciados pecados. Fue la hoguera que consumió los tesoros de hechicería más valiosos para el mundo lo que revolucionó la provincia, lo que evidenció el poder de Cristo.

Si anhelamos en verdad que nuestras comunidades y ciudades sean transformados, no debemos buscar ni los milagros ni las sanidades, no debemos andar tras lo "sobrenatural" de Cristo. Debe arder en nuestros corazones el mismo fuego que inquietó a los efesios a deshacerse de su pecado, no importando qué tan valioso era. Debemos renunciar a toda maldad, pequeña o grande. 

Traigamos nuestros pecados a la hoguera del evangelio. Hagamos arder en fuego consumidor nuestra idolatría, mentira, hipocresía. Levantemos una columna de fuego de arrepentimiento. Ofrezcamos al Señor ese sacrificio máximo. Entonces, Él paseará por sobre nosotros.

Salmo 71


¡Con razón siempre te alabo! Escribió David desde su palacio real. Recargado en el barandal del balcón de su alcoba, podía ver la ciudad que Dios le había entregado. Estaban también sus hijos, jugando en los jardines reales. Un poco más a la derecha, sus valientes entrenaban, evidenciando su fortaleza y disciplina. Detrás de la muralla del palacio estaba la tienda donde, día y noche, levitas y cantores adoraban a Jehová.
Jerusalén estaba al fin en paz, próspera y bendita.

Pero David no escribía este salmo pensando solo en la abundancia presente. Recordaba los días en el campo, cuando cuidaba al rebaño de su padre. Aquella ocasión en que un oso intentó matar y comer a una de sus ovejas. El rey David, que entonces era un niño, corrió hacia el animal, brincó a su espalda y abrazó su cuello con todas sus fuerzas, que no eran demasiadas. La bestia dejó a su presa y rodó por el suelo intentando librarse de los brazos del pequeño pastor. No lo logró. David volvió contento a casa esa tarde.

Se acordaba también de la ocasión en que visitó a sus hermanos, quienes dudaban confusos junto al resto del ejército de Saúl, frente al campamento filisteo, donde un gigante paladín se mofaba de las tropas del Señor. Vistieron a David con la armadura del rey, tan grande como incómoda. El muchacho corrió hacia Goliat con nada más que una honda y cinco rocas. Volvió con la cabeza del filisteo en sus manos.

No solo eso tenía David en mente. También pensaba en la epoca en que Saúl lo odió con todas sus fuerzas, lo persiguió por todo el reino y lo hizo huir a las montañas, donde se refugió con algunos hombres, tan desdichados como él, quienes ahora eran sus más fieles valientes. Incluso sonrió cuando se acordó del día en que Saúl intentó clavarlo a la pared son su lanza.

David se acordó también de la muerte de Jonathán, su amigo. De la rebelión de Absalón, su hijo. Trajo a memoria la ocasión en que fue despreciado por sus súbditos, mientras huía del levantamiento en Jerusalén. Sintió de nuevo el mal sabor de boca cuando su padre no mandó llamarlo para la visita de Samuel, el profeta, quien terminaría por ungirlo rey.

"¡Con razón siempre te alabo!" escribió David, mientras las lagrimas se abrían paso en sus mejillas. El profundo agradecimiento que había en su corazón no nacía solamente de la gloria, la honra y la abundancia que Dios le había entregado, sino de todas las pruebas y los momentos difíciles que el Señor lo había hecho atravesar para llegar a ser quien era ahora.