11 May 2013

El corazón del desierto.

Llevó el rebaño al corazón del desierto y llegó al Sinaí, el monte de Dios.

Es cierto que hay un desierto alrededor del monte de Dios pero hace falta caminar en la arena inclemente sólo una vez para llegar a él. 
Es mentira que hace falta vagar entre las dunas toda la vida, bramar de sed y quebrarse debajo del sol. 

Todos nosotros hemos tenido que atravesar alguna vez el desierto para llegar al monte de Dios. Pero créeme, si alguna vez, después de haber estado en su presencia, vuelves a sentir el calor en tu piel y la sequedad en tu garganta, lo más probable es que hayas salido del monte.

Así es Dios, el corazón del desierto, el Oasis entre la arena. 
El punto cero de las coordenadas, el ojo del huracán. 
No te engañes. Dios no es la tormenta, no es el sol inclemente, no es el torbellino.
Dios es el centro, el justo medio, el equilibrio y el balance.
No es la derecha, no es la izquierda. No es delante y no es atrás. No es a un lado no al otro. No es antes ni después. 
Es la conjunción exacta de tiempo y espacio. Es el presente preciso.
El corazón del desierto.

Si tu piel quema, vuelve al monte de Dios.
Si tu vida arde, camina de vuelta al Oasis.



Niebla.


Sus perfiles están llenos de mierda. Las redes sociales no hacen más que delatar sus vidas vacías. 
No hay ninguna diferencia entre sus vidas y las del resto. Ambas transcurren en el mismo nivel de superficialidad, tibieza y cutáneidad.
Vidas liquidas. Creyeron la mentira de que la vida es corta.

Crecimos en las mismas iglesias, cantábamos las mismas canciones, aprendíamos las mismas historias bíblicas.
En los festivales nos disfrazábamos de patriarcas, jueces, ángeles y apóstoles. Memorizábamos versículos. 

Algunos fueron a mejores escuelas, tenían más dinero y, sin duda, tuvieron más oportunidades.
Con todo, están ahí, perdiendo sus años, girando en círculos, reproduciendo historias, vituperando el evangelio.
Tienen más talento, son más capaces y están ahí, sin mover al mundo, sólo dejándose llevar.

No todos están en fiestas, discos o vanidades. Algunos más, los peores, siguen yendo cada semana a la iglesia.
Se reúnen con otros, se engañan a sí mismos, están en "el mover". Cantan canciones cuyas letras no entienden, danzan sin comprender lo que hacen, se divierten, se entretienen. 

Somos una generación perdida. Vimos los milagros, presenciamos el avivamiento pero nunca lo interiorizamos.
Nuestros padres hablaban mucho de Dios pero nunca nos enseñaron a amarle, nunca lo amaron en verdad.
Qué hacemos, Dios, para levantarnos del suelo. Estamos envueltos en estupor, cubiertos en lodo humanista. Creemos que somos espirituales.
El diablo está en nuestras reuniones y pensamos que eres tú.
Te sacamos de todos nuestros programas, servicios y espectáculos. Vendemos un producto, ya no predicamos el evangelio. 
Ni siquiera te conocemos. 
Nuestra carne se deleita en alabar a un Dios que no conocemos. Te hemos convertido en un ídolo, pudiendo tú ser nuestro Dios.

Esta es la cárcel en la que nos encontramos: nuestra libertad.