Esta es la historia que las pastorelas tanto nos han contado
pero que seguimos sin entender.
José y María habían viajado desde Nazaret hasta Belén, donde
habría de nacer el Cristo, para cumplir
la profecía que hacía años el vidente había hablado. El recorrido fue
largo y la joven pareja estaba cansada y sin fuerzas. Tocaron en la primera
posada y no hubo lugar ahí para ellos. Esforzándose aún más, caminaron hacia el
segundo mesón, tampoco hubo espacio. Esto se repitió una vez tras otra, hasta
que los hostales se terminaron y ninguno tuvo habitación para Jesús. De tal
manera que María “dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en
pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la
posada.” [Lucas 2:7]
Nos han dicho muchas veces que Jesús vino al mundo humilde,
sin riquezas, pobre. Nos han dicho que es por eso que nació en un pesebre,
rodeado de animales. En el afán se mostrar un Cristo humano e igual a nosotros,
han devaluado La Verdad y la personalidad de Jesús.
Nos dijeron que los padres de Jesús no tuvieron con qué
pagar un lugar digno para que él naciera, que nació entre animales en una señal
máxima de humildad y empatía. No es cierto. Aunque nadie duda de la humildad y
el amor que tuvo y tiene el Cristo por los pobres, nada tiene eso que ver con el
hecho de haber nacido en condiciones tan poco confortables.
Jesús no nació en un pesebre porque no tuviera dinero para
pagar un lugar digno y mucho menos porque no valiera una habitación adecuada.
Nació entre animales porque no hubo lugar para él en el mesón. Esto cambia todo
el sentido de la historia.
El Cristo es valioso, es digno y es merecedor de un espacio
en cualquier lugar. Su humildad no consiste en privarse de comodidades, sino en
respetar la decisión de los demás. El Cristo no nació entre animales porque era
similar a ellos, sino porque las personas lo consideraron así y no reconocieron
a Dios cuando lo tuvieron enfrente.
Así que es mentira todo el mito de que Jesús es pobre. Es
mentira el cuento de que no pudieron pagar un lugar en el mesón. Lo cierto es
que nadie reconoció al Cristo cuando él tocó a sus puertas.
Todos tenían pretextos, algunos mejores que otros, pero
todos igual de inválidos. Algunos debieron haber argumentado que sus casas ya
estaban llenas, que no tenían lugar ni tiempo. Otros quizás dijeron que sus
hogares no eran dignos de que el bebé naciera entre ellos. De cualquier manera
nadie dejó a María, y a Jesús, entrar a su casa.
Las cosas son simples, deja de engañarte. Jesús vale entrar
a tu vida e iluminarla. Puedes pensar lo contrario y mandarlo a nacer entre
animales, pero eso no impedirá que muera, resucite y cambie la historia. No es
su valor lo que está en duda, sino tu capacidad para decidir si lo reconoces.
Puedes decir lo que sea y justificarte de cualquier manera, la única pregunta
real es: ¿Hay lugar para Jesús en ti?
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