En aquella época estábamos sometidos bajo el yugo filisteo. Si bien nuestro rey era Saúl, los verdaderos amos eran esos extranjeros. Hacía mucho tiempo que nos dominaban: pagábamos tributo, rendíamos pleitesía e incluso teníamos prohibido tener armas y azadones, debíamos ir a aldeas filisteas para afilar nuestras herramientas de trabajo pues nadie en Israel tenía permitido portar metal filoso.
Saúl había obtenido algunas victorias al principio de su reinado, pero desde que cometió esa locura y Jah se apartó de él, las cosas no andaban para nada bien. Por mucho tiempo nuestro pueblo soportó el acoso filisteo, y poco a poco nos fuimos acostumbrando al sometimiento: dejamos de oponer resistencia, perdimos la dignidad, bajamos la frente, pusimos la mirada al suelo, y huimos a cuevas.
Vivimos ocultos mucho tiempo, nos acostumbramos a la miseria, nos conformamos a lo necesario y dejamos de temerle a la oscuridad. Nuestros hijos no conocían nada mejor, nuestras mentes dejaron de recordar glorias pasadas y perdimos la capacidad de soñar un futuro más grande.
Fue uno de esos días, entre las sombras, que escuchamos alboroto impresionante en el campamento filisteo. Salimos la cueva con precaución, y vimos a Jonatán, hijo de Saúl, avanzando junto con su escudero entre la guarnición del enemigo. Los guerreros filisteos caían uno tras otro ante la espada del hijo del rey, y su escudero los remataba. Volteé alrededor y vi como de entre la montaña y sus cavernas se asomaban familias completas, contemplando la hazaña. Levanté el brazo llamando la atención de los demás hombres, los miré y asentimos juntos el rostro, entendíamos el tiempo, entonces gritamos.
Corrimos tras Jonatán y junto con él hicimos trizas aquel campamento filisteo. El enemigo huyó de nosotros, y aquel día fuimos libres.
Más tarde tuvimos la oportunidad de hablar con Jonatán. Nos dimos cuenta que por mucho tiempo fuimos víctimas de nosotros mismos, de nuestro mentalidad cerrada, de nuestra actitud de esclavos. Fuimos nosotros los que nos recluimos en aquellas cuevas, olvidando todo aquello que nuestro Dios nos había concedido. Renunciamos a nuestras riquezas, a nuestra libertad, renunciamos a nuestros sueños. Éramos todo un pueblo sometido rendido ante el temor. Pero bastó que un joven soldado con actitud diferente nos demostrara quienes éramos, nos recodara de lo que nuestro Dios era capaz.
Aquel día Jonatán venció el temor y la apatía, entonces vencer al enemigo externo fue bastante sencillo. Una vez que uno triunfa sobre sí mismo es difícil que alguien le detenga. ¿En qué situación está tu pueblo? ¿Están ocultos en cavernas, huyendo del miedo y de la inseguridad? ¿Están escondidos en las sombras para evitar toparse con su realidad violenta? Hace falta tan solo un joven con actitud diferente, se necesita solamente alguien que entienda que los verdaderos enemigos están dentro de uno mismo. Entonces aquel se levantará, vencerá y muchos se le unirán para obtener la victoria absoluta, tal como se levantó Jonatán y nos unimos todos aquél día, contra los filisteos.
30 June 2011
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
like!
ReplyDelete