20 May 2011

Enfrentemos al gigante.



Cuando llegó al monte de Ela vio a todo el ejército de Israel en orden de batalla, pero nadie movía un dedo.

Isaí, su padre, lo había mandado para entregar algunas provisiones a sus hermanos mayores, soldados del ejército de Saúl. Usualmente David se la pasaba en el campo, lejos de casa, cuidando los rebaños de su padre. Era el menor de ocho hijos varones. El menos fornido, el menos imponente, parecía el más débil.

Fue quizás por eso que su padre nunca lo consideró para tareas demasiado importantes. Los asuntos verdaderamente serios estaban a cargo de Eliab, Abinadab, Sama y sus otros hermanos. La única responsabilidad de David era pastorear las ovejas de su familia. Todos sus hermanos y amigos consideran aquello como el más detestable de los quehaceres, implicaba estar lejos de todo, metido en el campo, solo y aburrido, esperando que el tiempo pasase rápidamente, sin demasiado éxito.

Sin embargo, para David las cosas eran muy distintas. Nunca se consideró desafortunado por ser relegado a la tarea de pastorear. Por el contrario, disfrutaba mucho pasar tiempo solo. Practicaba el arpa todas las tardes, con las ovejas como única audiencia, y se convertía en un excelente músico. Usaba todo ese tiempo libre, lejos del mundo, para pensar en las cosas verdaderamente importantes de la vida; se preguntaba a sí mismo por qué la gente suele preferir el alboroto, cuando el silencio es tan reconfortante. Solía leer las historias de sus antepasados, de cómo Jah libró a Israel de Egipto, derribó los muros de Jericó, y usó a Gedeón para salvar a Israel de los madianitas.

Estas historias le llenaban el corazón, y le inquietaba la situación actual de su pueblo, sometido por los filisteos. David se iba haciendo fuerte en mente y espíritu.

De cualquier forma, aquello no era solamente cuestión de observar ovejas día y noche. No faltaba nunca cuando un lobo o un oso atentaban contra algún miembro de su rebaño; era entonces cuando David corría tras la bestia, le atrapaba y mataba sin usar más que sus dos pequeños brazos.

Fue por eso que cuando llegó al monte de Ela y vio a todo el ejército de Israel en orden de batalla, pero sin que nadie moviera un dedo, las cosas no le gustaron para nada. Entregó el paquete a sus hermanos mayores, y cuando se disponía a salir, un tanto indignado por la situación, escuchó a alguien gritar:
- ¿Para qué os habéis puesto en orden de batalla? ¿No soy yo el filisteo, y vosotros los siervos de Saúl? Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí. - Era un paladín de entre los filisteos. Tenía una altura de seis codos y un palmo, traía un casco de bronce en su cabeza, y llevaba una cota de malla. Sobre sus piernas traía grebas de bronce, y una jabalina de bronce sobre sus hombros. El asta de su lanza de hierro era como de un rodillo de telar. – Hoy yo he desafiado al campamento de Israel; dadme un hombre para que pelee conmigo.

David dio media vuelta esperando ver cientos de soldados encendidos en furia contra aquel filisteo, pero no vio nada más que un ejército completamente intimidado por el enemigo. En su mente recordó las grandes hazañas que Dios había hecho por su pueblo, y en su corazón ardió una pasión indescriptible por reivindicar el nombre del Padre de las Luces.

¿Quién es este filisteo incircunciso para que provoque a los escuadrones del Dios viviente? Gritó a sus compatriotas, pero nadie contestó, sus rostros de ocultaban detrás de armaduras de hierro y grandes escudos.

David avanzó entre los soldados, que iban abriendo espacio conforme avanzaba, hasta llegar delante de Saúl: No desmaye el corazón de ninguno a causa de él; tu siervo ira y peleará contra este filisteo.
El rey le respondió: No podrás tú ir contra aquel soldado para pelear contra él; tú eres apenas un muchacho, y él un hombre de guerra desde su juventud.
David sintió fuego en su pecho. No toleraría más el conformismo, la incredulidad y el miedo entre su pueblo. No. Ellos eran hijos de la luz, del Padre de las Luces: Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo. Se limitó a responder.

David tomó su cayado en su mano, escogió cinco piedras lisas del arroyo, las puso en su saco pastoril, tomó su honda en mano, y caminó hacía el filisteo.

Ambos ejércitos miraban la escena con fascinación. Los israelís sorprendidos por la idiotez de aquel muchacho, y los filisteos esperando ansiosos que Goliat destrozara al pequeño. Cuando el gigante vio a su rival, alzó la vista hacía el ejército de Israel: ¿Soy yo perro para que vengas a mí con palos? Te maldigo por tus propios dioses.

La expresión en el rostro de David no cambió, y mirando fijamente a los ojos de aquel hombre, varias cabezas más alto que él, respondió: Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo. Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina; mas yo vengo contra ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado.

Goliat se enfureció y arremetió contra el joven. David corrió, precipitándose hacia el gigante. En plena carrera rumbo a la colisión, David sacó una piedra de su bolsa, giró su honda con fuerza y disparó contra el filisteo. La piedra viajó a velocidad inmensurable, dio de lleno contra la frente de Goliat, quedándose ahí enterrada. Aquella enorme torre humana se desplomó a los pies de David, cayendo su rostro en tierra. David subió al cuerpo del enemigo, sacó la enorme espada de su vaina, cortó su cabeza y, levantándola en brazos hacia el ejército enemigo, gritó.




David se paró enfrente del soldado más poderoso de uno de los mejores ejércitos de todos los tiempos. David fue el único que hizo frente a aquel gigante, y lo hizo tan solo con una honda y cinco piedras. El muchacho no era más grande, el más fuerte o el mejor entrenado para vencer al gigante. El secreto de la valentía y el poder de David no eran las armas, las estrategias o las capacidades. Lo que provocó que David tuviera el valor de enfrentarse a aquel hombre que intimidaba a todo el ejército de Israel fue su conocimiento de las facultades y alcances de Dios.
Hoy, y todos los días, se nos enfrentan gigantes poderosos, cubiertos en impenetrables armaduras de bronce. Ciertamente parecen invencibles, y para muchos de hecho lo son. Pero no es nuestra fuerza la que triunfará, sino la de Aquel, que ya ha vencido. No esperemos ser fuertes, grandes y poderosos para enfrentarnos a nuestros adversarios. Hagámoslo desde ahora, porque nuestro Dios ya es Fuerte, Grande y Poderoso.
¿Cuál es el filisteo que está provocándote? ¿Cuál es el gigante que se burla de ti? ¿Es la depresión, el miedo, la inseguridad, los complejos, las dudas, la baja autoestima? Ve al campo, solo; aprende a tocar tu arpa, lee acerca de lo que Dios ha hecho por otros, recuerda lo que ha hecho por ti. Entonces estarás listo para vencer a tu enemigo, no importa que tan grande pueda ser.













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6 comments:

  1. esta es de las que si me llegan rarpi :O

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  3. creo que tengo muchos filisteos molestando y grandes gigantes que enfrentar
    nice story
    roa.r

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  4. "El secreto de la valentía y el poder de David no eran las armas, las estrategias o las capacidades. Lo que provocó que David tuviera el valor de enfrentarse a aquel hombre que intimidaba a todo el ejército de Israel fue su conocimiento de las facultades y alcances de Dios. "

    Definitivamente ha sido muy bueno recordar lo que el padre de las luces puede hacer en las demas personas y sentirme confiada para levantarme.
    Al mismo tiempo me recuerda que la fuente de esa confianza esta en los momentos de silencio.

    Gracias Cactuz!

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  5. "No toleraría más el conformismo, la incredulidad y el miedo entre su pueblo" .Actitud... Quizas es tan común para el pueblo el hecho de adoptar el papel de "guerrero" contra el filisteo, que se pierde de vista el potencial que existe para derribar cualquier Goliat que se ponga en frente.¡¡¡¡ D. QUIROZ.

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