14 January 2011

Everlasting love.




Él andaba por las calles y sus amigos le seguían. Él hablaba de su vida, de su relación con La Justicia, de su forma de entender el mundo… de la única forma real de entender el mundo.
A su alrededor, por muy diversas razones, se agolpaban multitudes, pero él siempre se alejaba de ellas… y es que un día querían matarlo y después idolatrarlo, ambas cosas eran igual de peligrosas.

Nació judío y en tierra santa, rodeado de aquellos que profesaban amor por Dios pero que no le conocían. Vivió entre religión, entre hipocresía, entre mentira, pero siempre se mantuvo apegado a La Verdad.

Procuraba estar siempre solo y con quienes más le amaban, que aunque no eran los mejores, eran los únicos sinceros. Ellos reconocían estar lejos del Bien, y eso los ponía más cerca que el más importante de los sacerdotes. Con ellos podía haber pasado su vida entera, pero era necesario dejarlos, y dar asi una oportunidad al resto de nosotros.

Pero sabemos bien que hacer lo correcto difícilmente es lo más fácil, cuánto más con cientos de fariseos pisándote los talones, buscándote errores, procurando tu caída. No es sencillo ser Dios en medio de tanta incredulidad. ¿Ser Dios? “Blasfemias!” le decían. ¿Blasfemo por decir ser Dios? Pero si no soy yo quien se hace llamar así, es Dios mismo quien hace Dioses de todos nosotros ¡Lean de nuevo sus textos sagrados! Esos mismos por que me condenan y procuran matarme, son los que me exoneran.

Era imposible librarse de ellos, de sus lenguas, de sus juicios, de sus condenaciones. La mayor parte del tiempo les ignoraba, pero las mentiras colman, incluso al más grande de los sabios. Argumentar con ellos era perder el tiempo, era desperdiciar mucho del poco tiempo que tenía para los suyos.

“Señor: Lázaro, tu querido amigo, está enfermo”. Él amaba a Lázaro, y a Marta y María, sus hermanas. A pesar de eso, cuando oyó que Lázaro estaba enfermo, se quedó dos días más donde se encontraba. "Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para la gloria de Dios, para que por ella el Hijo de Dios sea glorificado". Eso fue todo lo que respondió.

Pasado el tiempo necesario, Él habló con los suyos: Volvamos a Judea, Lázaro duerme, ha muerto, pero voy a despertarlo. Y por causa de ustedes me alegro de no haber estado allí, para que crean.
Esos dos días no fueron sencillos para El Maestro. Uno de sus mejores amigos había muerto. Dos mujeres, como hermanas para él, estaban devastadas, necesitándolo, y él había estado ausente. Esa gente, que siempre se ocupó de Él estaba sola, mientras él discutía con gente hipócrita que solo le juzgaba. Definitivamente, lo correcto no siempre es sencillo.

A su llegada, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Muchos de los judíos habían ido a casa de Marta y de María, a darles el pésame por la muerte de su hermano. Cuando Marta supo que Jesús llegaba, fue a su encuentro; pero María se quedó en casa. No es que odiará al Amigo, pero sabía que si él hubiera estado presente, las cosas hubieran sido distintas: ¿Por qué no estaba Él ahí?

-Señor- le dijo Marta-, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
-Tu hermano resucitará-
-Yo sé que resucitará, y estaremos juntos en el día final-
-Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?-
-Si Señor, yo creo que tu eres el que habría de venir al mundo-

Claro que Marta creía. Él nunca dudó de eso. Esa familia le amaba con todas sus fuerzas. Si alguien tenía fe, eran estas dos mujeres, es por eso que dolió tanto no haber estado con ellas. –Ve por tu hermana-.

Cuando María oyó que Jesús le hablaba, se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Se arrojó a sus pies, y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Al ver llorar a María, Jesús se turbó y se conmovió profundamente.

-¿Dónde le han puesto?- preguntó.
-Ven a verlo- le respondieron.
Jesús lloró. Al ver la tumba de su amigo, al oír el llanto de María a sus espaldas, al sentir el cabizbajo cuerpo de Marta, al pensar el dolor que su ausencia había causado, al saber que mientras ellos le necesitaban, Él trabajaba con gente en quienes el trabajo parecía en vano. Jesús lloró, porque hacer las cosas correctas, muchas veces, duele.

-Miren cuanto lo quería!-decían algunos judíos. Pero otros comentaban: -Éste, que le abrió los ojos al ciego, ¿no podría haber impedido que Lázaro muriera?-
Apenas escuchó esto, los ojos Jesús se abrieron. Un amargo sentimiento de impotencia y desesperación corrió de su corazón a sus labios. Esta gente, ¿valía la pena? Quiso decirles a aquellos hombres lo que merecían, pero sabía bien que las grandes cosas no funcionan así. Es un hombre que se rehúsa a odiar porque sabe que el amor hará un mejor trabajo. Entonces alzó la vista y le dijo al Padre: “te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que me escuchas, pero la gente aquí presente, ellos necesitan evidencia para creer que tú me enviaste”.
Dicho esto: gritó con todas sus fuerzas: ¡Lázaro, sal fuera!

El muerto salió, con vendas en las manos y en los pies, y el rostro cubierto en un sudario. Las hermanas no supieron entonces a quien abrazar, si al ahora vivo o a la Fuente de Vida. Entendieron entonces porqué Jesús tuvo que ausentarse. Él nunca los traicionó, su corazón estuvo con ellos, compartiendo el dolor. Pero el corazón de Jesús ama también a aquellos que le desprecian.

Y aquel furioso grito no convocaba solo al muerto, llamaba tambien a los espiritus dormidos de aquella gente que le perseguía, clamaba tambien para que sus mentes fueran abiertas, sus ojos destapados y sus oidos entendidos. Ese es el grito que Jesus sigue gritando, día a día, por nosotros.

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