01 November 2011




Los profetas hablaron de un Mesías potente y glorioso. El Cristo habría de salvar a Israel, habría de liberarlo. Los videntes del Antiguo Testamento habían descrito con certeza que el Hijo de Dios vendría a los hombres en poder y fuerza, para sacar al pueblo del oprobio y la esclavitud.

Todo el mundo: fariseos, republicanos, saduceos, celotes, ¡todo el mundo! Esperaban al Mesías llegar así: en majestuosa aparición, espada en mano, rodeado de legiones y legiones de ángeles, derribando a sus enemigos, destruyendo murallas y prisiones. El pueblo compartía esta esperanza, la libertad gloriosa en respuesta a sus no tan frecuentes oraciones.

El Hijo de Dios debía aparecer imponente y magnánimo, a la vista de todos, y librarlos con victoriosa violencia de sus opresores. Habían pasado cientos de años ya, desde la última profecía. De aquello habían hablado los grandes: Isaías, Ezequiel, Jeremías.

Pero el Mesías glorioso apareció en un pesebre, creció en una carpintería, pasó años en Egipto y regresó solo para decir que a los golpes se responde ofreciendo la otra mejilla. El Hijo de Dios, Guerrero inconmovible, llegó hablando de amar a los enemigos, de renunciar a uno mismo, de establecer el Reino de Dios no con armas sino con abrazos. Aquel Cristo que Isaías había profetizado, vino a la tierra para vencer en una cruz, desangrándose. El Mesías majestuoso nunca se glorió, lo más cercano a una señal de victoria fueron sus brazos levantados a la altura de sus hombros, clavados a un madero. Su notable distinción fue una corona de espinas, sus únicas armas la oración y la fe, sus golpes solamente las palabras y la congruencia.

Todo el mundo se sorprendió. Todos esperaban algo distinto. Todo el mundo dudó. Y pocos, muy pocos, tomaron la decisión correcta: Esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz. Pues, a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.

Hay miles de gente, aún hoy, esperando al Mesías. Ellos han esperado por miles de años a un Cristo que ya vino, y que pronto regresará. Sin embargo, siguen esperando, sin disfrutar la gloria actual del Mesías simplemente porque Jesús no fue lo que ellos esperaban, porque quieren meter al Hijo de Dios en aquello que ellos imaginan, sueñan y esperan. Ciertamente el Cristo vino y nos salvó, nos liberó, nos redimió; pero no lo hizo en la manera que ellos esperaban, y siguen esperando…

¿Qué es lo que tú estás esperando? ¿Esperas que Jesús entre a tu vida a resolver tus problemas, a sanar tus enfermedades, a solapar tus temores? Quizá esperas a un Jesús que no existe. ¿Esperas a un Dios que responda a todas tus necesidades, que atienda tus quejas y procure tu satisfacción? Tal vez ese Dios no llegue nunca. Podría asegurarte que seguirás esperando, para siempre.

La personalidad, los fines y los métodos de Dios los elige Él, no tú, ni yo, ni nadie. No importa lo que esperes o quieras de Dios y de Jesús, ellos son uno, y no cambiarían de acuerdo a tus caprichos. Él vino a lo suyo, y los suyos no le conocieron. ¿Es Jesús el Jesús que esperas?

1 comment:

  1. Más que esperar a Jesús o a un Dios, espero muchas veces que algo solucione mis problemas. que alguien venga y me diga que hacer. esperamos cada quien a un héroe.
    Los países esperan a un héroe,lo que los hace desgraciados. Muchos es que esperan a ganar la lotería para solucionar sus problemas.
    roa.r

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