09 March 2011

Solo uno volvió



Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz: diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él les vio, les dijo: id, y mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias.



Habíamos escuchado algunas historias acerca de él. Incluso conocimos a alguien que lo había visto en Nazaret, y se decían cosas demasiado fantásticas. Había quien lo elogiaba de más y otros lo criticaban bastante. Tu sabes, cuando la gente habla uno tiene sus reservas. Pero cuando oímos que venía a la ciudad, no pudimos dejar de verlo. No sé cómo explicarlo, pero algo ardió en mi corazón… corrí a encontrarlo.

Llegué lo más cerca que pude pero había una multitud alrededor suyo. Los otros, junto conmigo, intentamos abrirnos paso entre la muchedumbre; para ser honestos no fue demasiado difícil, todos se asqueaban de leprosos como nosotros, e iban haciendo un pasillo a nuestro paso. Estaba hasta adelante y cuando no vi más gente entre él y nosotros, me detuve. De alguna forma, no me sentía digno de acercarme a él. Después de todo, éramos leprosos. Los demás fueron poniéndose a mi lado, pero ninguno de ellos se atrevió a avanzar. Volteó hacia nosotros y sonrió. Habían pasado años desde que nos sonrieron por última vez. Desde que nos invadió la lepra, no habían muchos motivos para sonreírnos, más bien recibíamos gestos de asco o lástima, en el mejor de los casos.

No supimos como reaccionar. Esperábamos que volteara la mirada, pero dejó los ojos sobre nosotros. Entonces me atreví a decir: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! La sonrisa que había en su cara se duplicó, como si estuviese esperando justo esa frase. “Id y mostraos a los sacerdotes” nos contestó.

Nosotros habíamos estado muchas veces delante de los sacerdotes. Fueron justamente ellos los que nos diagnosticaron lepra, los que nos condenaron a la exclusión. El aspecto de nuestra piel no había cambiado desde entonces, y tampoco los sacerdotes. Recuerdo bien que el hecho de que ir delante de ellos de nuevo no era nada racional, no dudamos ni un segundo en obedecerle. Algo tendría que ser distinto, Jesús había hablado.

Salimos corriendo de entre la multitud rumbo a la sinagoga, donde los sacerdotes. Mientras corríamos, en medio de la caliente tarde en Jerusalén, comenzamos a sudar. Fue entonces cuando me di cuenta. Verás, sudar no es nada agradable para un leproso. La transpiración, salada, entra en tus llagas provocando un ardor indescriptible, y no hay nada que puedas hacer la remediarlo, pasar un pañuelo sobre tu cuerpo implica perder trozos completos de piel, la única alternativa es soportar el dolor. Sin embargo, yo sentía las gotas escurrirse por mi frente y mejillas, comencé a sentir la humedad en mi pecho, y nada de dolor. Pasé la mano por mi frente, recogiendo varias gotas de sudor. Vi mi mano. Vi mis brazos, mi cuerpo, mis piernas. Estaba completamente sano.

Me detuve. Todos los demás siguieron corriendo. Desde lejos, vi como algunos de ellos revisaban sus cuerpos sorprendidos. Se abrazaban unos a otros. Incluso escuché algunos de sus gritos: ¡Estamos limpios! Después de eso, siguieron adelante.

Tardé un poco en reaccionar pero, cuando volví a la realidad, corrí con todas mis fuerzas de regreso a donde estaba Jesús. Saltaba y gritaba de alegría, levantaba los brazos y aplaudía. La gente que me veía pasar se sorprendía, y yo corría como nunca antes. La multitud seguía alrededor de él, pero esta vez hubo que abrirse paso a empujones, ya no había carne viva haciendo que la gente se apartase. Cuanto estuve a unos pasos de él me postre en tierra dándole gracias. Jesús me preguntó: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los otros nueve, ¿dónde están? Yo permanecí callado hasta que me dijo: “Levántate, vete. Tu fe te ha salvado”


No hay mucho que decir acerca de esta historia. Creo que es bastante clara. ¿Tú eres de los nueve que celebran o aquél que vuelve para dar gracias?

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