13 June 2012



Que recuerden tu nombre, JAH, que tu memoria perdure por siempre. Aquí, donde pueden verse ciudades gloriosas y multitud de siervos, que sea adorada tu existencia.
Has pasar de mí toda fama y honra, captura tú nuestras miradas, Justiciero y Santo.
De la faz de la tierra has perder mi historia, concéntrese en tu rostro la alabanza.


Bendice, alma mía a Jehová; y bendigan todas mis entrañas su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios.

No permitas que me olvide, Oh Dios! De tus infinitas misericordias. Me has librado de mí mismo y de mis enemigos. Me has amado a pesar de mis incongruencias e infidelidades. Me has llenado de alegrías no merecidas y recompensas no ganadas.

El es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias;
El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias;
El que sacia de bien tu boca, de modo que te rejuvenezcas como el águila.

Te olvidaste, Señor, de mi adulterio y mis injusticias. Perdonaste mi vida, habiendo yo matado, en arrebato de lujuria, al más fiel de mis guardianes. Me has bendecido con  riqueza, alegría, hijos y sabiduría.


 No ha hecho con nosotros conforme á nuestras iniquidades; Ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen.

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Esta es la historia que las pastorelas tanto nos han contado pero que seguimos sin entender.

José y María habían viajado desde Nazaret hasta Belén, donde habría de nacer el Cristo, para cumplir  la profecía que hacía años el vidente había hablado. El recorrido fue largo y la joven pareja estaba cansada y sin fuerzas. Tocaron en la primera posada y no hubo lugar ahí para ellos. Esforzándose aún más, caminaron hacia el segundo mesón, tampoco hubo espacio. Esto se repitió una vez tras otra, hasta que los hostales se terminaron y ninguno tuvo habitación para Jesús. De tal manera que María “dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada.” [Lucas 2:7]

Nos han dicho muchas veces que Jesús vino al mundo humilde, sin riquezas, pobre. Nos han dicho que es por eso que nació en un pesebre, rodeado de animales. En el afán se mostrar un Cristo humano e igual a nosotros, han devaluado La Verdad y la personalidad de Jesús.

Nos dijeron que los padres de Jesús no tuvieron con qué pagar un lugar digno para que él naciera, que nació entre animales en una señal máxima de humildad y empatía. No es cierto. Aunque nadie duda de la humildad y el amor que tuvo y tiene el Cristo por los pobres, nada tiene eso que ver con el hecho de haber nacido en condiciones tan poco confortables.

Jesús no nació en un pesebre porque no tuviera dinero para pagar un lugar digno y mucho menos porque no valiera una habitación adecuada. Nació entre animales porque no hubo lugar para él en el mesón. Esto cambia todo el sentido de la historia.

El Cristo es valioso, es digno y es merecedor de un espacio en cualquier lugar. Su humildad no consiste en privarse de comodidades, sino en respetar la decisión de los demás. El Cristo no nació entre animales porque era similar a ellos, sino porque las personas lo consideraron así y no reconocieron a Dios cuando lo tuvieron enfrente.

Así que es mentira todo el mito de que Jesús es pobre. Es mentira el cuento de que no pudieron pagar un lugar en el mesón. Lo cierto es que nadie reconoció al Cristo cuando él tocó a sus puertas.

Todos tenían pretextos, algunos mejores que otros, pero todos igual de inválidos. Algunos debieron haber argumentado que sus casas ya estaban llenas, que no tenían lugar ni tiempo. Otros quizás dijeron que sus hogares no eran dignos de que el bebé naciera entre ellos. De cualquier manera nadie dejó a María, y a Jesús, entrar a su casa.

Las cosas son simples, deja de engañarte. Jesús vale entrar a tu vida e iluminarla. Puedes pensar lo contrario y mandarlo a nacer entre animales, pero eso no impedirá que muera, resucite y cambie la historia. No es su valor lo que está en duda, sino tu capacidad para decidir si lo reconoces. Puedes decir lo que sea y justificarte de cualquier manera, la única pregunta real es: ¿Hay lugar para Jesús en ti?