29 April 2010

El Valle de los Huesos Secos





Sabía que no podía detenerme. A pesar de que la caminata había sido larga, no había lugar para el cansancio, para la indecisión. Las grandes cosas de la vida no se consiguen con duda y mediocridad, sino con determinación. Pensaba en todo eso mientras caminaba, para motivarme, para permanecer, y más que nada, para recordar la promesa de que, al final del camino, habría una recompensa.

Me detuve algunas veces. Se quebranta el cuerpo, más no el espíritu. Apenas mis fuerzas eran suficientes para continuar, avanzaba. Siempre hacía adelante.

Cuando llegué al lugar de la promesa, por un momento pensé que todo había sido en vano. Aquel valle del que hablaban mis antepasados no era más que un montón de tierra llena de huesos secos. La profecía declaraba que de aquí saldría un gran ejército, a reconquistar nuestras ciudades. En ese valle no había nada. Huesos secos y nada más.

Pude haberme retirado, rendido, vuelto a casa con las manos vacías y los sueños rotos; pero recordé que nos movemos por fe, no por vista. Entonces levanté los ojos al Infinito, y grité en silencio al Padre de las Luces.

Entonces, vino el Espíritu sobre mí y me puso en medio del Valle de los Huesos Secos. Hijo de hombre –me preguntó- ¿vivirán estos huesos? Con fe, respondí: Señor, tú lo sabes. Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos y diles: Huesos secos, oíd palabra del Señor: he aquí yo hago entrar espíritu en vosotros y vivireís. Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y sabréis que yo soy Dios.

Profeticé pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor, y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso. Y miré, y he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos. Pero no había en ellos espíritu. Y me dijo: profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: asi ha dicho el Señor: Ven de los cuatro vientos y sopla sobre los muertos, y vivirán. Y profeticé, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies: un ejército grande en extremo.

Me dijo luego: hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos. Por tanto profetiza: Así dice el Señor: he aquí yo abro vuestro sepulcros, pueblo mio, y os haré subir de vuestras sepulturas, y pondré Espiritu en vosotros, y viviréis.


Nuestro pueblo se declara hoy sin esperanza, piensa que del todo hemos sido destruidos. La gente anda solo por inercia, buscando una experiencia que los haga sentir vivos. Buscan la sensación, el extasis, el placer para sentirse vivos: No son más que un valle de huesos secos. Sin embargo, las cosas podrían ser diferentes si se encontrase a alguien caminando sin descanso, hacía el destino correcto. Podrías ser tu, yo, deberíamos ser ambos. Caminando con determinación, aunque el camino parezca infinito. Probablemente lleguemos y nos topemos con un Valle de Huesos Secos. Hablaremos y no nos escucharán, daremos razones y no entenderán, pero habrá Uno en los cielos, que nos dará autoridad para profetizar sobre esos huesos. Carne subirá sobre ellos, y estarán ahí, vivos, escuchándonos. Podríamos ser lideres, pero renunciaremos a ello. Habremos entendido que hay cosas más grandes. Hablaremos entonces a los cuatro vientos, y el Espiritu que está en nosotros vendrá sobre ellos. No seremos los jefes, seremos parte de los miles. Seremos parte de la multitud que habrá entendido el sentido de la vida, que vivirá no para sí, sino para los demás, porque alguien ha muerto por nosotros.

No tienes idea de cuantos Valles de los Huesos Secos esperan que comiences a caminar hacia ellos. No te imaginas cuantos de tus amigos, tus familiares y conocidos yacen muertos, secos, esperando tu palabra sobre sus vidas.
Es hora de caminar.

3 comments:

  1. de nuevo rene, un deleite el cuentito... creo que empezaré a leer el libro sagrado dónde lo venden? jajaja

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  2. Lo siento Rene pero no me dan nada tus cuentos.

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