13 January 2013
Desde cuándo.
Acab y Josafat lo hicieron venir para oir palabra del Señor, antes de salir contra Galaad..
Escuchó la voz de Dios, irritado con Israel. Vio al pueblo tendido frente a su enemigo, muertos.
Micaías entró al palacio y se encontró con cientos de profetas gritando, celebrando, proclamando fiesta y triunfo. Caminó hacia los reyes, dubitativo.
El mensajero por el cual le habían hecho venir le aconsejó: "Los demás profetas le prometen victoria al rey. Ponte de acuerdo con ellos y asegúrale que saldrá vencedor".
El vidente asintió agradeciendo el consejo."Tan cierto como que el Señor vive, solo diré lo que mi Dios diga". El mensajero desaprobó la terca santidad de Micaías.
"¿Debemos ir a pelear contra Ramot de Galaad, o debo desistir?" le preguntó Acab.
Micaías bajó la cabeza, cerró los ojos y levantando los ojos le dijo: "Sí, sube contra ellos y saldrás vencedor". La inseguridad de sus palabras rozaron con el sarcasmo y la ironía. El rey de Israel comenzó a enojarse: "¿Cuántas veces debo pedirte que me digas la verdad cuando hables de parte del Señor?"
El profeta reaccionó. Levantó la mirada y le dijo: "En una visión, vi a todo Israel disperso por los montes, como ovejas sin pastor." El rey Acab rodó los ojos, en desprecio, pero Micaías no se detuvo. "El Señor ha puesto un espíritu de mentira en la boca de tus profetas, porque Él ha dictado tu condena.
Entonces, de entre la multitud de profetas, se acercó un hombre, llamado Sedequías, a toda velocidad, airado y encendido. Golpeó a Micaías con una bofetada tremenda. "¿Desde cuándo el Espíritu del Señor salió de mí?"
La realidad comprobaría que el Espíritu había abandonado a Sedequías hacía bastante. La guerra resultó desastrosa para Israel. Josafat fue herido y Acab murió.
No importan ahora los pecados de Acab ni los errores de Josafat. Sino la condición de Sedequías.
Este hombre era un profeta de Dios, descendiente de Aarón, levita. Ministraba en el tabernacúlo, escuchaba la voz de Jehova, estaba en su presencia. Y entonces, en algún momento de su vida, siguió escuchando una voz, pero no era más la del Señor.
Sedequías seguía delante del rey, profetizando. Realizaba actos y proclamaba decretos, pero Dios ya no estaba con él.
Cuántos Sedequías hay hoy en nuestros pulpitos y atriles. Cuántos profetizan, cantan, predican pero sin la compañia de nuestro Dios. Tú acaso, ¿estás seguro de que su Espíritu aún te acompaña? Quizá es momento de preguntarnos, ¿Desde cuándo el Espíritu del Señor salió de mí?
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¿Desde cuándo estoy tan mal que dejé de distinguir la diferencia entre Su voz y la otra voz? o ¿acaso siquiera una vez fue Su voz la que escuché?
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