31 January 2012
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El poder de Jesús llevaba varios meses ya haciéndose evidente. Por donde fuera que iba, la gente era sanada, la maldad saqueada y el Reino establecido. Cuando el Mesías avanzaba, incluso la muerte retrocedía.
El Cristo se vio pronto rodeado por multitudes. Parte de la muchedumbre le seguía para ver señales, milagros y prodigios; muchos otros le acompañaban simplemente en busca de alimento. Por esta y varias otras razones, como entender que las verdaderas lecciones de aprenden del ejemplo, uno a uno, y no en grandes asambleas, Jesús prefería pasar tiempo a solas con sus discípulos, sus amigos.
Huyendo de la multitud curiosa,Jesús cruzó el mar con sus doce , y llegó del otro lado, a la región de los gadarenos. Apenas hubo descendido de la barca, vino desde los sepulcros un hombre con espíritu inmundo. Costaba trabajo distinguir entre humano y bestia, habitaba ahí entre las tumbas, era violento y nadie podía atarle, ni aún con cadenas.
Algunas veces intentaron ayudarle, pero se resistía. Muchas otras pretendían juzgarle y condenarle, había sido atado con grillos y cadenas, pero estás se deshacían como polvo ante la fuerza de sus brazos. Nadie lo podía dominar. Día y noche daba voces entre los montes y en los sepulcros, mientras se hería a sí mismo con piedras.
Aquél día, apenas vio a Jesús desde lejos corrió y se arrodillo delante de él. Y clamando a gran voz dijo: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes, pues El Cristo pretendía liberar al hombre. El Maestro vio a sus ojos y le preguntó: “¿Cómo te llamas?”. Él respondió, con una voz gruesa y retumbante, diciendo: -Legión me llamo; porque somos muchos.-
Los discípulos se asombraron, y no pudieron evitar el susto ante tan evidente muestra demoníaca. Pero Jesús estaba tranquilo, y ordenaba a los espíritus salir del joven. Entonces ellos le rogaban mucho que no los enviase fuera de aquella región.
Estaba allí cerca del monte un gran hato de cerdos paciendo., entonces le rogaron todos los demonios, diciendo: Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos.
Jesús permaneció en silencio unos segundos, pensando. Entonces les dio permiso. Y saliendo aquellos espíritus inmundos, entraron en los cerdos, los cuales eran como dos mil; y el hato se precipitó en el mar por un despeñadero, y en el mar se ahogaron.
Viendo esto, los que apacentaban los cerdos huyeron, y dieron aviso en la ciudad y en los campos. Y salieron a ver qué era aquello que había sucedido. Llegaron a donde estaba Jesús, y vieron al que había sido atormentado del demonio, y que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio cabal; y tuvieron miedo.
El joven antes endemoniado estaba ahí, junto a Jesús. Los cerdos flotaban muertos sobre el agua. Y así, ellos comenzaron a rogarle a Jesús que se fuera de sus contornos.
Esto podría no significar más. Incluso es esa la manera en que suele hablarse de esta historia: “Jesús llegó con el gadareno, lo liberó y siguió su camino.” En lo personal, creo que esto muestra mucho más que el poder del Cristo sobre el mal. Evidencia, que Jesús tiene como prioridad a aquellos que le aman por sobre todas las cosas. ¿Digo con esto que El Mesías hace acepción de personas? Para nada. ¿Quiero decir que El Maestro ama a algunos más que a otros? De ninguna manera.
Lo que trato de decir es lo siguiente: En Israel, los cerdos son prácticamente despreciables. La ley de Moisés prohíbe al pueblo hebreo comer carne de cerdo. Por lo tanto su valor era demasiado bajo, virtualmente nulo. Jesús sabía esto.
Los demonios de aquél hombre pidieron ser echado al ato de cerdos y no fuera de esa región. Los demonios planeaban, de ser autorizados, echarse al mar y matar a los animales. Sabían también que los habitantes del pueblo se enojarían con Jesús y le echarían fuera por haber provocado la muerte de los cerdos. Los demonios sabían bien que la ambición del pueblo era más grande que su hambre por Dios. ¿Buen plan el del maligno, no es así?
La verdad es que no. Los demonios quisieron irse con los cerdos, para matarles y para que los habitantes echaran fuera, a causa de esto, a Jesús. Pero también Jesús sabía que esto iba a pasar. De cualquier manera dio permiso a los demonios para huir y matar a cada cerdo en el hato. ¿Por qué, pues, sabiendo Jesús lo que sucedería permitió esto?
La respuesta es simple. Si para los habitantes de aquél pueblo era más importante un ato de despreciables cerdos que el poder del Mesías, entonces ellos no eran dignos del Cristo. Más valía ser echado fuera.
Situaciones como esta son mucho más frecuentes de lo que imaginamos. Jesús llega a tu pueblo, sana tus enfermos, libera a tus endemoniados, levanta a tus muertos, pero hay algunas cosas, despreciables, que deben salir de tu vida. Tú sabes que son solo cerdos, que no se comparan al poder de Dios, sin embargo decides echar fuera a Jesús, porque él echará fuera a tus animales.
Entonces te rehúsas a ser limpiado por El Cristo: quieres su ayuda y su poder en tanto te beneficie, pero apenas llega el punto donde la grandeza del Mesías empieza a hacer evidente a los que cerdos que habitan en tu pueblo, decides que es mejor sacar al Mesías que sacar tus malos hábitos.
Hay dos actitudes ante la llegada de Cristo: Puedes reaccionar, como lo hizo Zaqueo, y entender que la grandeza de Dios es mucho más digna de amor que el dinero. O puedes hacer lo que hicieron estos gadarenos, aferrarte a tus cerdos, a tus cosas despreciables, a tus groserías y a tus pecados, y echar fuera a Jesús.
08 January 2012
Hacía tiempo ya que el Mesías había ascendido al cielo a la vista de todos.
Los discípulos eran ahora los encargados de esparcir el evangelio por el mundo, y lo estaban haciendo exitosamente, a la manera de Jesús. Después de la primera predicación de Pedro, tres mil personas se unieron a ellos, y desde entonces la Iglesia no había dejado de crecer.
Aquella primera Iglesia era lo que el Cristo había planeado: se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en la oración. Las personas estaban asombradas por los muchos prodigios y señales que se veían a diario.
Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común. De hecho, muchos de ellos vendían sus propiedades y posesiones, y compartían sus bienes entre sí según la necesidad de cada uno. No dejaban de reunirse en el templo y de casa en casa partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad, alabando a Dios y disfrutando de la estimación general del pueblo. Y cada día añadía el Señor a los que habrían de ser salvos.
Sin embargo, un día de aquellos, un hombre llamado Ananías también vendió una propiedad, y en complicidad con su esposa Safira, se quedó con parte del dinero y puso el resto a disposición de los discípulos.
El Espíritu hizo saber esto a Pedro, quien reclamó: "Ananías, ¿cómo es posible que Satanás haya llenado tu corazón para que le mintieras al Espíritu Santo y te quedaras con parte del dinero que recibiste a cambio del terreno? ¿Acaso no era tuyo antes de venderlo? Y una vez venido, ¿no estaba el dinero en tu poder? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? ¡No has mentido a los hombres, sino a Dios!
Al oír estas palabras, Ananías cayó muerto. Y un gran temor se apoderó de todos los que se enteraron de lo sucedido. Entonces se acercaron los jóvenes, envolvieron el cuerpo, se lo llevaron y le dieron sepultura.
Unas tres horas más tarde entró la esposa, sin saber lo que había ocurrido. -Dime- pre preguntó Pedro-, ¿vendieron ustedes el terreno por tal precio?
-sí- dijo ella-, por tal precio.
-¿Por qué se pusieron de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? - le reclamó Pedro-, ¡Mira! Los que sepultaron a tu esposo acaban de regresar y ahora te llevarán a ti.
En ese mismo instante ella cayó muerta a los pies de Pedro. Entonces entraron los jóvenes y, al verla muerta, se la llevaron y le dieron sepultura.
Hay muchas cosas que debemos aprender de la historia de Ananías y Safira.: la mentira, el amor al mundo, el temor de Dios, entre algunos otros temas. Sin embargo, quiero concentrarme ahora en lo que los jóvenes hicieron, en lo que nos corresponde.
En la Iglesia hay muchas cosas que han muerto. Como jóvenes, sabemos distinguir muchas cosas que han quedado obsoletas, que estorban nuestro caminar, y que necesitan ser enterradas. Pero, hay que tener cuidado. Nosotros no tenemos la autoridad de decidir qué es lo que ha muerto y qué es lo que necesita ser enterrado. Sin embargo, Dios pone sobre nosotros autoridades capaces de señalar esas actitudes, esas liturgias, esos procedimientos y maneras de hacer las cosas, ese Ananías y esas Safiras.
Nosotros, como jóvenes, debemos estar prestos a enterrar aquello que nuestras entendidas autoridades juzguen como muerto. Es nuestra responsabilidad, y también nuestro derecho, como jóvenes, sacar y enterrar a lo muerto de la Iglesia, y disfrutar también de la frescura de lo nuevo de parte de Dios.
¿Qué es eso muerto en tu congregación? ¿Qué hace que tus reuniones apesten a fétido? Habla con tus autoridades, discutan y lleguen a acuerdos en qué es lo que necesita ser enterrado en tu Iglesia y, entonces, toma la responsabilidad de sacar esos cadáveres de tus reuniones, esas formas de hacer las cosas, y has espacio para lo nuevo de Dios. Entierra a tus muertos.
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