09 November 2011




Llegué a la parte más alta del monte y pude ver la ciudad completa. Las construcciones y casas se fundían a lo lejos con el horizonte, y estaba todo ahí, al alcance de una sola mirada.
A primera impresión, era todo una gran mancha urbana, homogénea y desarrollada; pero tras prestar un poco de atención y concentrarse en algunos puntos, comenzaban las contradicciones.

Pude ver entonces enormes y opulentas mansiones rodeadas de diminutas e indignas residencias. Vi a unos viajando en autos brillantes, rebasando a aquellos que andaban a pie, con zapatos desgastados. Observé, y estaban ellos remodelando la casa que habían comprado nueva hace solo tres meses, y aquellos, niños en brazo, pidiendo empleo, caridad al menos, de puerta en puerta.

La ciudad dejó de ser una misma cosa, los colores perdieron matices y, tras pasar la escala de grises, se convirtió en un mosaico blanco y negro, mostrando las contradicciones, la desigualdad, la injusticia.

Entonces vino a mí palabra de JAH, diciendo:
Hijo de hombre, profetiza contra los pastores; profetiza, y di: Así ha dicho Jehová el Señor: !Ay de los pastores, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños? Coméis la grosura, y os vestís de la lana; la engordada degolláis, mas no apacentáis a las ovejas. No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia. Y andan errantes por falta de pastor, y son presa de todas las fieras del campo, y se han dispersado.
Anduvieron perdidas mis ovejas por todos los montes, y en todo collado alto; y en toda la faz de la tierra fueron esparcidas mis ovejas, y no hubo quien las buscase, ni quien preguntase por ellas.



He escuchado tantas voces criticar con base en esto. ¡Pero qué idiotas hemos sido! Se han enjuiciado líderes y descalificado proyectos con estos versos ¡Pero qué ciegos estamos!

En todos lados y en todos los sentidos es mucho más fácil atacar que ayudar, destruir que proponer, juzgar que contribuir. Cada mañana y noche, en diarios y noticieros, se pueden ver toda clase de críticas, acusaciones, juicios de valor, y descalificaciones: al gobierno, a los empresarios, a los líderes religiosos o sindicales, a la clase política. Lo mismo pasa dentro de la Iglesia, tachamos a los pastores, a los lideres, a los grandes ministerios. ¿Hasta cuándo entenderemos nuestra identidad?

Basta revisar el Libro Sagrado para entender que “los pastores” no son la figura de autoridad que está a cargo del pueblo. Es indispensable y urgente que dejemos de asumirnos a nosotros mismos como ovejas y empezamos a tomar conciencia de nuestra identidad: somos pastores. ¡Es tu rol como creyente, como ciudadano, como hijo de Dios o como simple ser humano! No hemos sido ni llamados ni creados para ser ovejas a quienes se cuida, apacienta y pastorea. Hemos venido aquí para pastorear al mundo. Deja de calificar el desempeño de los líderes y las autoridades, ¡Toma parte!

Es verdad que el mundo está lleno de injusticia, de dolor. Es cierto que la oveja débil, enferma y perniquebrada no han recibido ayuda, pero el llamado de atención de Dios no es a “los pastores” (como hasta ahora lo hemos entendido) ¡es a ti!
Es a ti a quien se dice: Coméis la grosura y vestís la lana, pero no apacentáis a mis ovejas. Eres tú, soy yo, quien descuida al mundo, somos nosotros los responsables de la desigualdad, la injusticia, la corrupción, la hambruna.

Estamos pasivos, en nuestra zona de confort, comiendo la grosura y vistiendo la lana, mientras que las ovejas sufren. Con todo, leemos estas advertencias y culpamos a las autoridades, se nos llama la atención e ignoramos nuestras responsabilidades.
Es verdad, cambiar el mundo es casi imposible, pero podemos cambiar vidas, comenzando por la nuestra. Tal vez no esté en nosotros hacer de México un país mejor, pero está en nosotros transformar nuestras comunidades. Dios no nos pide cambiar el mundo, nos pide intentar con todas nuestras fuerzas.

01 November 2011




Los profetas hablaron de un Mesías potente y glorioso. El Cristo habría de salvar a Israel, habría de liberarlo. Los videntes del Antiguo Testamento habían descrito con certeza que el Hijo de Dios vendría a los hombres en poder y fuerza, para sacar al pueblo del oprobio y la esclavitud.

Todo el mundo: fariseos, republicanos, saduceos, celotes, ¡todo el mundo! Esperaban al Mesías llegar así: en majestuosa aparición, espada en mano, rodeado de legiones y legiones de ángeles, derribando a sus enemigos, destruyendo murallas y prisiones. El pueblo compartía esta esperanza, la libertad gloriosa en respuesta a sus no tan frecuentes oraciones.

El Hijo de Dios debía aparecer imponente y magnánimo, a la vista de todos, y librarlos con victoriosa violencia de sus opresores. Habían pasado cientos de años ya, desde la última profecía. De aquello habían hablado los grandes: Isaías, Ezequiel, Jeremías.

Pero el Mesías glorioso apareció en un pesebre, creció en una carpintería, pasó años en Egipto y regresó solo para decir que a los golpes se responde ofreciendo la otra mejilla. El Hijo de Dios, Guerrero inconmovible, llegó hablando de amar a los enemigos, de renunciar a uno mismo, de establecer el Reino de Dios no con armas sino con abrazos. Aquel Cristo que Isaías había profetizado, vino a la tierra para vencer en una cruz, desangrándose. El Mesías majestuoso nunca se glorió, lo más cercano a una señal de victoria fueron sus brazos levantados a la altura de sus hombros, clavados a un madero. Su notable distinción fue una corona de espinas, sus únicas armas la oración y la fe, sus golpes solamente las palabras y la congruencia.

Todo el mundo se sorprendió. Todos esperaban algo distinto. Todo el mundo dudó. Y pocos, muy pocos, tomaron la decisión correcta: Esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz. Pues, a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.

Hay miles de gente, aún hoy, esperando al Mesías. Ellos han esperado por miles de años a un Cristo que ya vino, y que pronto regresará. Sin embargo, siguen esperando, sin disfrutar la gloria actual del Mesías simplemente porque Jesús no fue lo que ellos esperaban, porque quieren meter al Hijo de Dios en aquello que ellos imaginan, sueñan y esperan. Ciertamente el Cristo vino y nos salvó, nos liberó, nos redimió; pero no lo hizo en la manera que ellos esperaban, y siguen esperando…

¿Qué es lo que tú estás esperando? ¿Esperas que Jesús entre a tu vida a resolver tus problemas, a sanar tus enfermedades, a solapar tus temores? Quizá esperas a un Jesús que no existe. ¿Esperas a un Dios que responda a todas tus necesidades, que atienda tus quejas y procure tu satisfacción? Tal vez ese Dios no llegue nunca. Podría asegurarte que seguirás esperando, para siempre.

La personalidad, los fines y los métodos de Dios los elige Él, no tú, ni yo, ni nadie. No importa lo que esperes o quieras de Dios y de Jesús, ellos son uno, y no cambiarían de acuerdo a tus caprichos. Él vino a lo suyo, y los suyos no le conocieron. ¿Es Jesús el Jesús que esperas?