He escuchado muchas veces largas historias sobre la importancia de las decisiones. Oí una y otra vez disertaciones completas acerca de lo trascendente que podría llegar a ser una elección. Mis padres no cesaron de ofrecerme consejos y de intentar persuadirme de su relevancia. Nunca hice caso.
Tomé muchas decisiones equivocadas a lo largo de mi vida. Era joven y atrevido. A la necedad natural de esas edades se le sumaba la arrogancia de mi potencia. Nací con un gran destino. La nación de mis padres esperaba con fe mis acciones y futuro. Crecí sabiéndome libertador de Israel.
Mi nacimiento fue predicho por el Ángel de Jehová a mi madre estéril, que dio a luz llena de sorpresa y alegría. Desde entonces, viví en nazareato, un compromiso total con los planes de JAH para mi vida. En respuesta a mis convicciones, La Fuerza estaba conmigo. Maté cientos con tan solo mis brazos. Gané batallas. Consumé proezas.
Al fervor de mi victoria nunca le hizo falta extravagancia en la celebración. Siempre hice lo que quise, y nunca nada sucedió. Malinterpreté la misericordia de La Justicia como inexistencia. Las malas decisiones no tardaron en cobrar factura.
Desprecié los consejos, subestimé las reglas, deseché mi fe y mis responsabilidades. Heme aquí, caminando a tientas hacia el escarnio. Los filisteos me tomaron hace poco de los brazos de la mujer que me traicionó. Me sacaron los ojos, me ataron manos y pies. Me hicieron preso.
La Fuerza que antes me acompañaba fue alejándose a punta de mentiras, errores, malas decisiones; y huyendo de cada lecho indigno donde hice mías mujeres ajenas. Y ahora heme aquí, ciego frente a la multitud de mis enemigos.
De los consejos que entraron y salieron por mis oídos, recuerdo aquel que me recomendó envejecer con sabiduría. No hace falta ser viejo para ser un gran hombre, y el tiempo no engrandece al hombre. Hubiera sido bueno aprender de los errores ajenos, o al menos de los propios. Pero heme aquí, tan ignorante como al principio, tan necio como entonces, tan torpe y desenfrenado como en aquellos días.
Ahí está mi destino, derramado frente a mis pies. Los ejércitos que caerían ante mí, hoy se mofan de mis penas. En sus rostros no veo maldad, veo mi ignorancia. Me parece que es tarde ya para enmendar la vida. Las grandes cosas que JAH preparó para mí, los esfuerzos de mis padres, el clamor de mi pueblo. Todo pereció a causa de mis impiedades.
Manoa, padre mío, perdona las decepciones que causé, ten a bien recordar que mis injusticias no las halle nunca en tu ejemplo. Madre, la fe que hizo que tu matriz infértil diera un joven santo como alguna vez fui, no podía competir con mi irreversible hambre de maldad. Patriarcas todos, cuyas vidas y promesas debí hacer valer y serán postergadas a causa de mis rebeliones, que sus descendientes encuentren en otro siervo lo que yo no supe darles. Y tú, Padre Nuestro, Señor de los Cielos, de cuyo aliento brotan luces y estrellas, ten piedad de mí.
Sansón tomó una columna de soporte en cada brazo. Su cuerpo, ciego desde su encierro, empujó con toda su fuerza hacia los lados. Sus ojos dejaron escapar lágrimas cuyo origen, el esfuerzo o el arrepentimiento, nunca supo identificarse. La Fuerza, el sostén de Sansón durante su juventud viajó por las extremidades y músculos del joven, desde su corazón.
La gran casa donde los filisteos celebraban con burla la captura de Sansón, juez de Israel, se desplomó hacia dentro, asesinando miles de hombres, y Sansón con ellos.
La vida de Sansón puede enseñarnos muchas cosas, incluso cuando discrepo con aquellos que les enseñan como héroe a nuestros niños. No podemos omitir que los errores y pecados de Sansón, sus desviaciones inicuas y sus relaciones perversas arruinaron el futuro glorioso que le esperaba.
Sin embargo, podemos aprender que nuestro Dios es Señor de segundas oportunidades. Sansón, desde las limitaciones de su deplorable condición, tomó al menos la decisión de que la última de sus elecciones sería buena. Entonces hizo lo correcto, y La Fuerza volvió a él.
Lo sepas o no, tienes un destino glorioso. Es probable que hayas entorpecido su consecución con errores y decisiones equivocadas. Quizá estás atado y tus enemigos te hayan sacado los ojos. Tal vez crees que es demasiado tarde para marcar la historia en el nombre de La Justicia, La Luz, y La Verdad.
No lo es, nunca lo es. Incluso si estás a punto de tomar la última decisión de tu vida, asegúrate de que ésta sea respaldada por La Fuerza que nunca debiste haber dejado ir.