04 September 2012


Me senté ahí y supe que estaba en el punto correcto.
No había nada a mi alrededor, ¿o habían muchas cosas?
No importa mucho en realidad. No cuando estás en el punto correcto.

Quisiera decir que vi al horizonte y los cielos abiertos.
Ángeles en tránsito, yendo y viniendo.
No había nada. El cielo de siempre y nada más.
De cualquier manera, era el punto correcto.

No se escuchaban aplausos ni elogios.
No había gente escuchando o viendo.
No estaba arriba de una plataforma, ciertamente.
Simplemente ahí, en el punto correcto.

Si acaso procuraramos estar todos en ese punto,
que no suele ser el centro de atención humana, aunque sí de Dios.
Si estuviéramos preocupados por verle y escucharle más que por ser vistos y escuchados.
Diferente sería la historia.
Busquemos estar ahí, en el punto correcto, donde está su presencia,
aunque no haya nadie más.

Horno de Fuego


¡Que el horno arda siete veces más fuerte! Ordenó Nabucodonosor.

Él, rey de Babilonia, había hecho construir una enorme estatua y, cuando ésta estuvo terminada, se decretó fiesta y culto en todo el reino.
Devino ley en Babilonia celebrar alabanza al monumento, y todo aquel que rehusase inclinarse y adorar a la estatua, no permanecería impune.

Sonaron las trompetas y los címbalos. Subieron cantos y exclamaciones de alabanza.
El pueblo todo, nacionales y extranjeros, postraron sus rodillas delante de la imponente efigie.

No hace falta describir su gloria.
Enorme, formidable, majestuosa. Su inmensidad se alzaba por sobre Babilonia entera.
Seductora, la estatua atraía el culto por sí misma.
La ley solo añadía a esta tentación, sanción; por si alguno no se dejara llevar por la belleza de la imagen.
Todo pues, visión y razón, incentivó la adoración.

Muchos rindieron culto apenas notaron su grandeza. Sus ojos fueron cautivados.
Otros se resistieron a adorar tan solo la belleza, pero sus convicciones no fueron más fuertes que la amenaza del castigo. Su razón fue cooptada.
Algunos, los menos, no se inclinaron ante lo que veían sus ojos ni cedieron a la voz de su razón. Se amarraron por completo a su fe.

La maldad salió de los corazones de aquellos que se postraban ante la estatua. Sus miradas se dirigieron con envidia hacia la firmeza de los justos. Delataron la santidad de éstos delante del rey Nabucodonosor: "Se niegan a adorar junto con nosotros la estatua que has construido. Son dignos de ser echados al horno de fuego".

Esa era la ley. Nabucodonosor preguntó: "Ahora pues, ¿estáis dispuestos para que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la efigie que he hecho? Porque si no la adorareis, en la misma hora seréis echados a las llamas; ¿ y qué dios será aquel que os libre de mis manos?"

Los tres hombres no habían cedido ante la estatua y no lo harían ante el hombre. "No es necesario que te aclaremos este asunto, oh rey. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, nos librará".

La ferviente convicción de sus palabras llenó el lugar. Los espíritus se agitaron dentro de los corazones malvados. Los ojos de Nabucodonosor se encendieron en ira y sus oídos escucharon aún lo que estos hombres tenían por decir: "Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos a la estatua que has levantado".

No compete aquí el desenlace de esta historia, sino su nudo. No importa más el destino de los hombres sino su convicción. Esta vida líquida de basura que ha llenado nuestros corazones de frialdad, banalidad y conformismo. La bondad y los ideales de los hombres están sujetos ahora a recompensas inmediatas. Cultura de microondas. Lo eterno, para nosotros, ya no existe.

Los actos heroicos esperan fama. Los objetores de conciencia, atención. La fe, bendiciones.

Dónde está la generación dispuesta a morir con los ojos abiertos, sin esperar algo a cambio. Dónde los hombres que dicen: "y sino, oh rey, sepa que no adoraremos a sus dioses". Existen los héroes del anonimato? Están aquí los justos sin gloria? Persiste la justicia sin interés?

Indispensable conocer estas respuestas. Pues solo ellos, quienes dicen "y si no", son los que merecer ser librados del horno de fuego.