06 July 2012


Tomó el tren con la plena certeza de que no importa qué tan inmenso sea el mundo, Dios es más grande.

No fueron pocas las ocasiones que las puertas parecían cerrarse.
Hubieron siempre en que la travesía se hizo sentir abrumadora.
Los gigantes no faltaron nunca, pero tampoco faltó su amor.

Su mano siempre estuvo en su hombro, impulsándole a seguir.
Su voz no dejó de susurrar a su oído las promesas eternas, que sin duda vendrían.
Su paz lo envolvió todo el tiempo, le abrazó.
Cuando las murallas infranqueables, su poder incontenible.
Si el camino intimidante, su palabra inspiradora.
Cuando la oscuridad desoladora, su amor vital.

Toda una vida oyó acerca de sus proezas.
Muchas veces incluso experimentó Su Favor.
Pero, así es Él, cautivador siempre, una y otra vez.
A la bendición de ayer se le sumaron las maravillas del presente.

Fue por esto que tomó el tren con la plena certeza de que no importa qué tan inmenso sea el mundo, Dios es más grande.

Bendito desierto.


Llegué sin demasiadas expectativas, más por casualidad que por voluntad propia. Pasé a través del gran portón de metal negro y encontré un lugar entre los muchos asientos. 

Las cosas no han andado bien y eso tiene repercusiones en todo. Muchas veces he leído acerca de Israel en sus desiertos y he pensado siempre que los cuarenta años fueron producto de sus pecados y rebeliones y no de la voluntad de Dios. Pero lo cierto es que el desierto estaba ahí, entre Israel y la tierra prometida. Habría que recorrerlo, atravesarlo, habría que pasar la prueba. Unos pocos días o muchos años, eso es elección propia, pero el desierto es un hecho ineludible.

El desierto está ahí no para evitar o retrasar la llegada de las cosas grandes y mejores, sino para preparar su arribo. De hecho el desierto es, dirían los sabios, lo que convierte en buena aquella tierra. El problema no es nunca el contexto, sino nuestros corazones. De manera tal que al modificar nuestras actitudes, cambiamos también nuestro destino.

Y sí, las cosas no han andado bien, incluso este sitio lo ha sufrido. Pero hablar de eso sería enfocarnos en las dunas y en la arena, cuando lo importante es Canaán, la tierra prometida. No voy a escribir hoy de mis problemas, sino del Dios de mis soluciones.

Decidí que, ya ahí, tendría que hacer que la visita valiera la pena. Es verdad que no he amado nunca las grandes y emotivas concentraciones, pero nunca es mal momento para aprender del Poder, la Verdad y la Justicia. Canté, incluso salté, grité y bailé porque su Majestad lo amérita, pero seguía estancado en mis circunstancias.

Había pensado ya sobre el asunto. Por qué las cosas habían cambiado tan de repente. Por qué dejó de llover sobre mis campos. Crecí y aprendí a nunca amar el agua sino a la nubes, eso hice todo tiempo. Pero llegó un punto donde la lluvia era tan abundante y frecuente que dejé de agradecerla y propiciarla. Nunca amé el dinero, lo dí con liberalidad desde pequeño, ofrendé sin dudarlo nunca y lo hice con alegría.

Las cosechas siempre fueron abundantes. He vivido en su abundancia desde entonces, he comprado sin dinero y he caminado sobre el mar. ¿Por qué dejé de hacerlo? Un día escuché, de una fuente confiable, que la cosecha se diezma una sola vez. Pensé entonces en que mi mamá hacía lo suyo antes de enviarme dinero, quizá no hacía falta hacerlo de nuevo. Idiota. Fui un muy grande idiota. Porque vi algunos pesos extra y los antepuse a la bendición de Dios. Olvidé que el total sin Él es mucho menos que el 90% con su bendición.

Subió a plataforma un hombre joven, no supera los cincuenta. Después de algunos chistes, no tan exitosos como bien intencionados, se refirió al libro de Lucas y leyó: "Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: "En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía."

Conozco esa historia de memoria. La he leído, estoy seguro, por lo menos ocho veces. Esta vez significaría algo distinto. Desde hacía unos días, había decidido volver a probar la fidelidad de Dios y pagarle mis diezmos. Pero esa viuda fue más allá. Tomé la decisión de dejar en claro que amor era por las nubes y no por el agua. Pensé en tomar un billete, además del ya considerado diezmo, de mi cartera.

"No se trata de dar a Dios de tus riquezas, sino de tu necesidad" dijo el hombre. Sus palabras continuaron ya sin mi atención, esa frase había bastado para hacerme recordar. 

Abrí la billetera, tomé ambos billetes. Dupliqué aquello que, en principio, ni siquiera había considerado dar. Caminé al alfolí y solté el dinero sin pena alguna. Estoy completamente seguro de haber tomado la mejor decisión. Las nubes son todo para mí, el agua es cuestión secundaria.

El desierto está aquí, sí, aun camino entre arena caliente, pero no estaré aquí cuarenta años. Andaré entre vientos y tormentas solo el tiempo necesario para que mi tierra prometida sea el bien que debe ser y no el mal que puede llegar a ser. Estoy feliz de este desierto, porque aunque  ahora no hay agua, la nube anda sobre mí y, estoy seguro, la tierra prometida está más cerca que nunca.