07 July 2010

Que despierte el espiritú de esta nación






El éxodo había terminado. Las tierras que nuestros ancestros habían soñado habitar, y que nuestros padres lograron conquistar estaba ahora en nuestras manos. Había llegado el tiempo que se profetizó siglos atrás mientras éramos esclavos en Egipto. Pero nos olvidamos de todo aquello que nos trajo hasta donde estamos. Dimos la espalda a La Verdad, a La Justicia. Nos olvidamos del Padre de las Luces.

Durante ese tiempo, todos entramos en un lapsus de comodidad que pronto se convirtió en conformismo, más tarde en desinterés. Pronto fue una apatía indescriptible. Cada uno hacía lo que quería. Éramos un caos, pero a nadie, ni a nosotros mismos, le importaba.

La unidad que, como pueblo nos había dado la victoria se había esfumado. Las tribus estaban dispersas y distanciadas. No nos odiábamos, pero habíamos dejado de amarnos. Lamento tanto haberme dado cuenta tan tarde…

Regresaba de un largo viaje con mi mujer. El camino había sido pesado, y necesitábamos descansar. Se hacía de noche y todo alrededor pertenecía a pueblos extraños. Decidimos no detenernos. Caminamos más, mucho más, hasta lograr encontrar algún sitio con nuestra gente. Creíamos que entre los nuestros estaríamos más seguros, sería más sencillo encontrar posada y el trato sería fraterno y cálido.

Así fue que llegamos a Guibeá de Benjamín, donde supuestamente todo habría de ser fácil. Caminamos hasta la plaza del pueblo y nadie nos dirigió la palabra. Esperamos ahí muchas horas, pero nadie se nos acercaba, nadie ofrecía alimentos u hospedaje. Cuando comenzábamos a resignarnos por tanta indiferencia, se acercó un anciano que regresaba del campo; nos preguntó de dónde veníamos y hacia dónde íbamos, para después invitarnos a su casa. Parecía entonces que no había sido un error esforzarnos por llegar hasta Guibeá.

Sin embargo, mientras pasábamos un buen rato con el anciano, unos hombres tocaron a la puerta con fuerza. Asustados, nos levantamos rápidamente a ver lo qué ocurría. Nos sorprendieron, me querían a mí… Aquella banda de locos depravados quería carne nueva para sus orgías, carne extranjera y fresca. Claramente nos negamos.

Pero esos hombres no se detuvieron, y no hubo nada que pudiésemos hacer. Tomaron a mi mujer. La violaron una y otra vez, cientos de hombres. Cuando terminaron, ella había muerto. La tierra y la gente que tanto amábamos nos habían traicionado.
Cargué su cuerpo hasta mi ciudad. Tomé un arma y la descuarticé en doce piezas. Envíe una parte a cada tribu de Israel. Tenían que enterarse de lo que había sucedido! Había que publicar las consecuencias viles de la división y la apatía! Era necesario que nuestro caso fuera el único.

El pueblo reaccionó como nunca antes. El crimen despertó la conciencia de muchos. La indignación los hizo volver de su estado de estupor. Los jefes del pueblo, con sus ejércitos, vinieron pronto y juzgaron aquella ciudad. Guibeá fue destruida. Aquella ciudad maldita y traidora, que se convirtió en evidencia del estado general de nuestra nación pagó por su injusticia.
Nuestros espíritus despertaron, pero hizo falta una tragedia. ¿Está despierto el espíritu de tu nación?



Nuestra ciudad es perfecta. Estamos en esta isla donde no pasa nada. Es la burbuja inmune. Es el paraíso. Esta es nuestra blanca Mérida: “Ah! Como la queremos!!”. Pero no te engañes, ahí afuera todo es justo como en esta poderosa historia. Cada quien hace lo que quiere, y tu eres igual de apático que todos ellos.

Tú te levantas por la mañana y no tienes miedo de salir a la calle, por eso no te importa. Tu puedes ir libre a donde quieras y no temes cruzarte en una balacera, por eso eres apático. Tu vuelves a casa y no piensas en la posibilidad de encontrar el cuerpo de tus padres cubierto de balas, por eso eres indiferente.

Es verdad, puede que seas una buena persona que no se mete con nadie. Tal vez eres como esos viajeros que ningún daño hacían caminando en la ciudad. O mejor aún, quizás eres como el anciano, buen hombre, que hospeda a otra gente buena en su casa. Pero da igual, no estás exento.

Llegará el momento donde los perversos tocarán a nuestra puerta. Pedirán por ti o por tu familia. Están haciéndolo yo en muchas partes del país, matando gente inocente. Aquel pueblo supo responder y despertar ante la indignación. Nosotros seguimos indiferentes, no nos importa Cd. Juárez, no nos importa Tamaulipas, Durango, Sonora… territorios completamente perdidos en las manos del crimen organizado.
Si no te levantas pronto, ellos tocarán a tu puerta.