26 January 2010

Una esperanza en el palacio

Aconteció en los días de Asuero, el Asuero que reinó desde la India hasta Etiopia sobre ciento veinte provincias.

Tiempo atrás, la reina había sido destituida. Vasti rehusó presentarse delante del rey, deshonrando así el mandato real. Debió ser castigada. Toda mujer en Persia habría de ver en Vasti el ejemplo de lo que sucede a todo aquel que opone resistencia al rey. El pueblo del reino en su totalidad, tendría que enterarse de que nadie escapa sin castigo de un acto de rebeldía y desacato. La voz del rey prevalecería, siempre.

Las habitaciones reales yacían ahora vacías. El espacio que llenaba la reina Vasti se hacía evidente, el palacio era otro. Los consejeros del rey enviaron mensajeros a cada provincia, ciudad y aldea: habría que hallar una doncella para el rey. Así fue seleccionada Hadasa, la más hermosa virgen del reino del rey Asuero. Una joven encantadora, huérfana de padres, que había sido criada intachablemente por su primo Mardoqueo, hijo de Jair, del linaje de Benjamín.
Nadie en el reino, ni la misma reina Vasti, llenaba tanto los ojos, el corazón y el espíritu del rey. Hadasa, joven predilecta, joya de la vida, regalo del cielo. -Amada Hadasa!- suspiraba el rey Asuero.

Mientras tanto, Mardoqueo se paseaba con regularidad a las afueras del palacio. Aquella niña que adoptó tiempo atrás, ahora dormía en residencias reales. Aún recordaba cada juego por las tardes, cada historia antes de dormir. Mardoqueo no veía en la reina un rostro deslumbrantemente bello, él veía a su prima, veía a la niña recostada en su regazo derramando lágrimas por la muerte de sus padres. Sin duda, Mardoqueo había hecho un buen trabajo cuidando a Hadasa, aquella huérfana de quien nadie podría esperar nada, era ahora la reina de uno de los más grandes imperios.

Mardoqueo creyó siempre en la justicia y en la lealtad. Nunca apartó su fe de la Verdad Absoluta. Vivió cada día firme y apegado a los principios y preceptos del Dios de sus antepasados. Había criado a la reina dentro de las mismas convicciones. Eran gente buena, gente justa, gente honesta, de esas personas que escasean desde hace tanto tiempo pero aún persisten.

A las afueras del palacio comenzó a respirarse un terrible hedor de rebeldía. Mardoqueo distinguió desde el principio como algunos confabulaban en contra del rey Asuero. Su espíritu se conmovió desde lo más profundo, se encendió dentro de sí una intensa llama clamando por justicia. No dudó en denunciar aquellos hechos. Sin pensar en las posibles represalias, en el repudio de los conspiradores, Mardoqueo anunció al rey los planes en su contra. Aquel acto de justicia se convertía en el derecho de Mardoqueo a ser escuchado y respetado.

A la par, se engrandecía también otro hombre delante de los ojos del rey: Amán. Este hombre hambriento de gloria y reconocimiento aprovechaba cada pizca de autoridad que el rey le concedía para hacer sentirse poderoso entre sus iguales. Todos sucumbían ante la nueva y prominente majestad de Amán. Todos menos Mardoqueo. Sus rodillas nunca se doblarían delante de otro ser que no fuera el Padre de las Luces, la Verdad Absoluta que desde siempre había acompañado a su pueblo.

Amán ardía en ira en contra de aquel fiel judío. Utilizó toda clase de artimañas para lograr que el rey firmase un edicto de exterminio en contra de todo judío. Tergiversó la fe de Mardoqueo delante del rey diciendo: “Hay un pueblo esparcido y distribuido entre los pueblos de todas las provincias de tu reino, y sus leyes son diferentes de las de todo pueblo y no guardan las leyes del rey, al rey nada le beneficia dejarlos vivir”.

Mardoqueo, junto a todo el pueblo judío, entró en la más profunda de las agonías: su destrucción estaba decretada. Sólo el Padre de las Luces podría librarlos. En medio de todo el dolor, la fe de Mardoqueo no se quebró nunca y cuando parecía que todo estaba perdido, regresó la esperanza, había un aliado suyo habitando en las cámaras más intimas del palacio: la reina.

Hadasa tendría que entrar ante la presencia del rey sin haber sido llamada, lo que constituía una grave falta y deshonra. La reina no pudo evitar pensar en Vasti y su vergonzoso fin. Sin embargo, no había más opciones, habría que ponerse en manos del Dios de sus antepasados, aquel que, contaba Mardoqueo, creó el cielo, la tierra y el mar, y todo lo que en ellos hay. Si ese Dios realmente existía, respaldaría a su pueblo. La reina temía por su vida, pero recordaba las palabras de su primo: “No pienses que escaparás en la casa del rey más que cualquier otro judío. Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tu y la casa de tu padre pereceréis”. Era cierto, la Verdad Absoluta no necesitaba de Hadasa para librar a su pueblo, era Hadasa la que necesitaba del Dios Único.

Hadasa empujó lentamente la gruesa puerta de madera a la entrada del aposento del rey. Dio cada pasó con suma cautela. Mientras entraba delante del rey, todos los criados y consejeros ahí presentes expresaron en sus rostros la mayor de las sorpresas. Sin duda, la reina Hadasa sería una gran pérdida para el reino, era hermosa e inteligente, no debió haber entrado nunca ante el rey de esa forma. Hadasa no se detuvo, caminó hacia Asuero lentamente pero sin titubear. El rey Asuero, también sorprendido, tardó un momento en reaccionar, y entonces, levanto su cetro de oro señalando a la reina. La vida de Hadasa estaba a salvo, el rey desconocía su falta y aceptaba su presencia. Era cierto, el Padre de las Luces estaba presente.
Lo que ocurrió a continuación fue lo más sorprendente. Hadasa declaró al rey que si su aquel edicto de exterminio se cumplía, la reina habría de morir. Moriría también Mardoqueo, el hombre que tiempo atrás salvó la vida del rey de sus conspiradores. Si el reino se deshacía de los judíos, los daños serían irremediables. Eran ellos la única gente fiel de toda Persia.

Los planes de Amán quedaron al descubierto, y la misma horca que él había preparado para asesinar a Mardoqueo, fue utilizada para colgarlo. Mardoqueo fue puesto en lugar de Amán al frente de todos los siervos del rey. Sin embargo, el problema no estaba resuelto. Los edictos del rey no podían ser derogados, tendrían que cumplirse. Fue entonces cuando el Padre de las Luces dio sabiduría a Mardoqueo, y transformó aquel día de luto en alegría. Habría de dictarse un nuevo edicto que permitiera a todo judío reunirse y prepararse para defender sus vidas. La victoria total fue para Hadasa y su pueblo.

La fe de Mardoqueo estuvo puesta siempre en la Verdad Absoluta. Y la fe de uno, cambió el destino de una nación. Aún puede leerse en las Crónicas de los reyes de Media y de Persia la grandeza que alcanzó aquel judío.

Esta poderosa historia del Libro Sagrado nos queda perfecta. Nuestro país vive también en agonía, también nosotros estamos destinados al exterminio y a la muerte. No podemos evadirlo, eventualmente, todas nuestras malas decisiones terminarán de alcanzarnos y entonces será nuestro fin. ¿Será que haya alguien como Mardoqueo? Existirá en México alguien dispuesto a ser fiel en medio de la conspiración? Alguien dispuesto a permanecer firme en sus convicciones, sin doblegarse nunca ante el común denominador? Alguien que ponga toda su fe en la Verdad Absoluta pero toda su lealtad en la justicia? Había miles de personas con las mismas oportunidades que Mardoqueo, pero solo uno pudo ser el primero. Solo Mardoqueo decidió a tiempo. Puedes esperar a que surja algún Mardoqueo para luego simplemente vencer a los que te ataquen, pero es posible que no se levante alguien como él.
Es un hecho, sino eres tú la ayuda vendrá de otra parte. Pero entonces, no serás tu parte de la solución sino parte del problema.

25 January 2010

El Origen


Hay ciudades enteras esperando escuchar la respuesta. En medio de tanto caos y alboroto, hay almas clamando por oir una solución. Hay ancianos, mujeres, hombres y niños que desean encontrar un motivo para continuar, una razón para vivir, una esperanza, un objeto para su fe. La espera debe terminar.

La respuesta fue escrita hace mucho tiempo, pero ha permanecido oculta. La solución de nuestra agonía había sido encarcelada dentro de gruesos muros de ignorancia y apatía. Ya no más. Y por mucho que los problemas hayan cambiado, la respuesta es la misma. Aquella Verdad profetizada a nuestros ancestros sigue tocando a nuestra puerta, con la misma intensidad, con la misma pasión. Es hora de escucharla. El que tenga oidos para oir, que oiga.